Martes, 5 de junio de 2007 | Hoy
Por Adrián Paenza
Una historia interesante para pensar es la siguiente: supongamos que un cirujano de principios del siglo XX, fallecido alrededor de 1920, se despertara hoy y fuera trasladado al quirófano de un hospital moderno (aquellos a los que tienen acceso para cuidar de su salud las personas con alto poder adquisitivo, generando una desigualdad que escapa al motivo de esta nota pero que no por eso ignoro). Vuelvo al quirófano. Supongamos que en la cama de operaciones hay un cuerpo anestesiado, al que están operando usando la tecnología actual más moderna.
¿Qué haría el tal cirujano? ¿Qué sensaciones tendría?
El cuerpo de un humano claramente no cambió. En ese lugar, no habría problemas. El problema lo encontraría con las “técnicas quirúrgicas”, el “aparataje” que las circundan, “el instrumental” y la “batería de tests” que estarían a disposición del equipo de médicos que están en esa sala. Eso sí sería una diferencia.
Resulta casi seguro que el viejo cirujano se quedaría admirado de lo que ve y completamente “fuera del circuito”. Le explicarían el problema del paciente y seguro que lo entendería. No tendría problemas en comprender el diagnóstico (al menos, en la mayoría de los casos). Pero la operación en sí misma le resultaría totalmente inaccesible, fuera de su alcance.
Ahora cambiemos la profesión. Supongamos que en lugar de un cirujano que vivió y murió en el primer cuarto del siglo XX, resucitamos a un maestro de esos tiempos. Y lo llevamos no a una sala de operaciones, sino al teatro de operaciones de un maestro: una sala en donde se dictan clases. A una escuela.
¿Tendría problemas de comprensión? ¿Entendería de lo que están hablando? ¿Comprendería las dificultades que presentan los alumnos?
(No me refiero a los trastornos de conducta, sino a los problemas inherentes a la comprensión propiamente dicha.)
Posiblemente la respuesta sea sí, que el maestro de otros tiempos no tendría problemas en comprender y hasta podría, si el tema era de su especialidad hace un siglo, acercarse al pizarrón, tomar la tiza y seguir él con la clase casi sin dificultades.
Moraleja: Mucho cambió la tecnología el abordaje de ciertas disciplinas, pero no tengo claro que lo mismo se haya producido con los métodos y programas de enseñanza. Mi duda es: si elegimos no cambiar nada, no hay problemas. Si evaluamos que lo que se hace desde hace un siglo es lo que queremos hacer hoy, no hay críticas. Pero si lo que hacemos hoy es lo mismo que hace un siglo, porque lo revisamos poco o lo consensuamos menos, hay algo que funciona mal. Y vale la pena cuestionarlo.
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