CULTURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR ALEMAN GÜNTER GRASS, QUE HOY CELEBRA SUS 75 AÑOS
“El idioma fue convirtiéndose en mi patria”
Premiado con el Nobel de Literatura 1999, este intelectual de peso sigue siendo en su país una personalidad conflictiva, por su compromiso central con las ideas del progresismo y por su recurrente alusión a las culpas que genera el pasado nazi.
Por Matthias Hoenig y Thomas Lanig *
Desde Behlendorf
Günter Grass quedó marcado por la pérdida de su patria y el desarraigo que produjo el reordenamiento de Europa como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Su familia tuvo que abandonar la natal Danzig, en Pomerania (la actual ciudad de Gdansk, en Polonia) y se instaló en Alemania, como millones de sus compatriotas. En una entrevista realizada al borde de su 75º cumpleaños, el Premio Nobel de Literatura de 1999 reconoce que fue el desarraigo, la sensación de ser extranjero en su propio país, el detonante de su carrera literaria. “El idioma, el alemán, fue convirtiéndose en mi patria”, define.
–Su biografía está marcada desde muy temprano por el desarraigo y la guerra. ¿Qué significado le encuentra hoy a la palabra “patria”?
–No volví a encontrar una nueva patria, claro. Me mudé muchas veces, me sentí bien por ahí, allá no tanto. Pero, comparando con otros que también perdieron su patria, soy un privilegiado. Como escritor tengo la oportunidad –casi obsesiva– de recrear en los libros lo que se ha perdido irremediablemente. Esa es la opción que ofrece la literatura. Así, el idioma alemán, con sus infinitas posibilidades, es mi patria.
–¿Añora la tierra de sus orígenes?
–Claro, por supuesto que la extraño. Aun después de haber escrito sobre ella. Pero me di cuenta muy temprano de que fuimos nosotros los alemanes los que empezamos la Segunda Guerra Mundial, fuimos los criminales, y perdimos esa guerra. Tenemos que aceptar los resultados. Fuimos nosotros los que empezamos a expulsar a la población de sus tierras, los que echamos a los campesinos polacos de sus fincas y se las dimos a los alemanes del Báltico. Después, esa espantosa práctica de la expulsión nos tocó sufrirla a nosotros.
–Durante la expulsión, su familia fue víctima de actos criminales. En la reciente biografía que escribió Michael Juergs se cuenta que su madre fue violada. ¿Siente una presión interior, obligación, o necesidad de escribir sobre eso como en su libro A paso de cangrejo?
–Puede ser. Por cierto, mi madre nunca me habló del tema. Lo supe hace poco, me lo contó mi hermana, que estuvo presente. Mi madre quiso defender a mi hermana, que tenía 14 años. Pero también aquí hay que decir que fuimos los alemanes los que empezamos con las crueldades y la destrucción, y después las vivimos en carne propia.
–El amor hacia las mujeres es tema central de sus biógrafos, en especial con su madre. Algunos incluso hablan de un complejo de Edipo. ¿Qué hay de cierto en esto?
–Hubo una época en la que se me pedía –sobre todo por las mujeres– que hiciera una terapia para contrarrestar la supuesta enfermedad. A esto contestaba que era muy posible que tuviera un complejo, pero que en realidad a mí me beneficiaba. Genera creatividad. Seguro que en mi epitafio pondrán “aquí yace con (no tratado) complejo de Edipo...”. No, mi madre tenía una sensibilidad especial para la creación artística. Tenía tres hermanos, a los que perdió en la Primera Guerra Mundial. Uno quería ser pintor y escenógrafo, el otro cocinero y el tercero escribía poemas. Me crié con historias de estos tres hermanos y parece que asumí el talento de los tres.
–¿La relación con su padre era más distante?
–No, no es así, lo quería. Una vez le dije que iba a ser escultor. No lo entendió, le preocupaba. Nos volvimos a ver dos años después de terminada la guerra y me ofreció trabajar en su oficina. El creía que me había vuelto loco por querer ser artista en aquellos tiempos de hambre. Desde su punto de vista tenía razón. Pero igual lo hice.
–En los años 60 y 70 apoyó al líder socialdemócrata Willy Brandt, hoy hace lo mismo con Gerhard Schroeder. Ingresó al Partido Socialdemócratapero, a los pocos años, lo abandonó. ¿Que relación tiene con la socialdemocracia?
–Sigo siendo socialdemócrata, como siempre. Es mi orientación política. Ingresé al partido en 1982 y me fui diez años después, en 1992, en protesta por el apoyo socialdemócrata a la ley que limita el asilo a los perseguidos políticos. Para mí sigue siendo algo escandaloso, es algo que lamentablemente no ha cambiado bajo el actual gobierno “rojiverde”.
–Willy Brandt saludó la reunificación alemana en 1990 con mucho más entusiasmo que usted. ¿Está satisfecho con lo que se ha logrado desde entonces?
–No, por supuesto que no. Creyeron que iban a solucionar todo con dinero y encima a préstamo. Fue como un negocio de rebajas especiales, pero todo terminó generando una gran distancia.
–Nombra a Apollinaire, a Cervantes, a Alfred Doeblin como a sus grandes inspiradores. ¿Pero hay alguien del que usted diga, éste fue el que más influyó?
–Hay uno más que ha sido decisivo para mí, Albert Camus. Leí muy temprano El mito de Sísifo. Es un libro que me marcó en forma especial. Significó al mismo tiempo despedirme del idealismo alemán, del Prinzip Hoffnung. La piedra no se queda quieta en la cima, que no es tragedia alguna, porque el Sísifo de Camus dice “qué haría sin mi piedra”. Y la última frase dice: “Imaginemos un Sísifo feliz”.
–¿Cómo se ve usted en relación con los otros dos premios Nobel alemanes, Thomas Mann y Heinrich Boell? ¿En una continuidad como la “conciencia del país”?
–La frase “conciencia del país”, o de la Nación, es algo que rechacé desde siempre. Si un escritor se convierte en conciencia de una sociedad, ¿quién es el que se siente aliviado? ¿A quién le estamos quitando el peso de la conciencia?
–De niño fue monaguillo, de mayor se alejó de la Iglesia. ¿Cree en algo o es ateo?
–El ateísmo es casi como una religión. Tengo un profundo respeto por la naturaleza, aun en el estado deteriorado en el que se halla. La necesito. La naturaleza me sorprende una y otra vez con sus formas, lo creativa que es, lo hermosa que es, a pesar de estar moribunda.
–¿Cree que con la muerte se acaba todo, o tiene alguna idea de lo que vendrá?
–No, no la tengo. No me lo puedo ni imaginar.
–A los 17 años y siendo soldado en la guerra, sintió lo que es tener miedo a la muerte. ¿Es algo que lo persigue?
–Por supuesto. Esa experiencia relativiza muchísimas cosas.
–¿Cómo va a festejar el cumpleaños?
–Como siempre. Cada vez que tengo un aniversario especial vienen todos los hijos. Entre mi segunda esposa y yo tenemos ocho hijos. Y muchos nietos, 16 nietos. Y vendrán algunos amigos.
–¿Tiene algún deseo especial para la fiesta? Por lo general uno desea salud...
–En estos aniversarios intento siempre erguirme cabeza abajo. Todos están al lado mío, tiemblan, y hasta ahora siempre lo logré. Espero que pueda lograrlo una vez más.
* Especial para Página/12, de la agencia DPA.