CULTURA › EL PERFIL DE UN INTELECTUAL AMIGO DE LAS POLEMICAS
Un talento que suele resultar incómodo
Por Esteban Bayer *
Desde Hamburgo
Es el escritor alemán más conocido de la actualidad, Premio Nobel de Literatura en 1999, y ese mismo año primer autor no hispano en recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Sus libros se han vendido por millones y fueron traducidos a medio centenar de lenguas. Pero en su país, Günter Grass sigue siendo un ciudadano casi siempre incómodo, respetado por los lauros conseguidos pero cuestionado tanto por la crítica literaria como por los sectores políticos conservadores. El escritor al que sus seguidores ven como “la voz de la conciencia de un país”, el que no calla las injusticias, el que escribe sobre temas candentes, el que pone el dedo en muchas llagas. Grass festejará sus 75 años, como siempre, en el “seno de la gran familia, con muchos hijos, más nietos y algunos amigos” en su casa de Behlendorf, pegada al mar Báltico, a pocos kilómetros de Hamburgo, en una región que le recuerda a su Danzig natal.
Con El tambor de hojalata, Grass revolucionó el ambiente literario de la posguerra, influencia que 40 años después reconoció el comité del Nobel al festejar “la resurrección de la novela alemana en el siglo XX”. Nunca en el país una obra debut había causado tanto furor desde que Thomas Mann editó la épica saga de los Buddenbrooks. Con Mann, el primer Nobel literario alemán, Grass comparte “la técnica de la ironía” y la capacidad de describir las situaciones de manera que “las cosas grandes aparecen como pequeñas y las pequeñas, aparentes insignificancias, pasan a determinar la importancia, algo que no sólo refleja un estilo de escribir sino una postura personal”, como supo definir. Con Heinrich Böll, el otro alemán laureado con el Nobel, lo une no sólo el trauma de la Segunda Guerra, el nazismo, “la culpa alemana”, sino la postura de escritor comprometido, que con su voz y sus escritos “tal vez no pueda cambiar a las personas pero sí las condiciones sociales”. Pero es un proceso de largo aliento, reconoció: “Si la literatura puede llegar a cambiar algo es a largo plazo, es un proceso muy particular, denso, lento”.
Es así que Grass se convirtió en el “ciudadano incómodo”, el que siempre alzó su voz en defensa de las minorías, de los perseguidos, de los indefensos. Viajó a Nicaragua para apoyar la revolución sandinista, alzó su voz a favor de los presos de La Tablada en la Argentina, se radicó temporalmente en la India para conocer “la miseria que padecen los desposeídos” y donó los ingresos por premios para dar vida a la fundación de apoyo a las discriminadas comunidades gitanas de Europa. “No concibo una democracia que no sea social, como tampoco un socialismo sin democracia”, advierte el militante socialdemócrata que se fue del partido hace diez años, en desacuerdo por una ley que restringía el derecho de asilo a los perseguidos políticos. El hombre al que se lo reconoce por los anteojos, los bigotes y la omnipresente pipa, hasta se pudo dar el lujo —después de ganar el Nobel– de enfrentarse al “papa” de la crítica literaria alemana, Marcel Reich-Ranicki, quien con su pulgar decide sobre éxito o fracaso de cualquier obra que aparezca en el mercado alemán. No le perdonó que haya sentenciado varias de sus obras y hasta hoy se negó a hacer las paces.
Su compromiso político, sus críticas hacia la forma en que se llevó a cabo la reunificación alemana, condensadas en el libro Ein weites Feld (Es cuento largo), le valieron el cuestionamiento de aquellos que ven una mezcla de los intereses políticos personales con la creatividad literaria. Son los que ven que el escritor Grass perdió en sus últimas obras la fuerza, la claridad, la creatividad que tuvo al escribir la llamada Trilogía de Danzig, la que empezó con El tambor... y se completó con Katz und Maus (El gato y el ratón) y Hundsjahre (Años de perro), los libros que lo llevaron a la consagración. Pero, para Grass, que además de novelista es escultor, dibujante, poeta y pintor, las críticas no lo harán callarcomo “ciudadano crítico”: “No hay cosa que me pueda silenciar tan fácilmente”.
* Especial para Página/12, de la agencia DPA.