CULTURA › CARLOS SORIN HABLA DE SUS PELICULAS, LA EXCUSA PERFECTA PARA LANZARSE A LA RUTA

“Viajar es una de las cosas que más me gusta en la vida”

El director de Historias mínimas y la recién estrenada El perro habla de su alejamiento definitivo del cine publicitario, de la definición de planos y la elección deliberada de gente común para sus películas. Todo empezó con una publicidad, cuenta: aquella del gaucho que llamaba a su madre desde la Patagonia profunda.

 Por Mariano Blejman

Carlos Sorín dice que El perro es una continuación de Historias mínimas, pero que todo empezó, casualmente, con una publicidad. Era la época en que las privatizadas parecían inamovibles, cuando Telefónica decidió mostrar sus avances por todo el país. Sorín hacía publicidad y descubrió que era mejor trabajar con gente del lugar. Dejó de lado a los actores que había llevado desde Buenos Aires especialmente y permitió que uno de los pobladores fuera el que hiciera el famoso “primer llamado”. A su madre, claro. El tipo dijo aquella frase que lo inmortalizó. “Vieja: ¿a que no sabés de dónde te estoy llamando?”. Sería un quiebre en la forma de trabajar para Sorín, primero en la publicidad, después en el cine. Porque con Historias mínimas dejó el mundo de los comerciales, pero todavía no sabía que sería para siempre. “Mi empresa está cerrada”, dice Sorín en la entrevista con Página/12.
El director de La historia del rey no tiene reparos en confirmar que El perro –que competirá oficialmente en los festivales de Toronto y San Sebastián en estos días– continúa Historias... (no dramáticamente, sino estilísticamente), ni tampoco en decir que es posible que abuse un poco de la música. Pero pretende trabajar la ficción como si se tratara de algo real. Aunque al final de los créditos esté impresa la remanida frase “Cualquier semejanza con hechos y personajes reales es mera coincidencia”, sugiere que no deberían creérselo del todo. “Ni los personajes ni situaciones son enteramente ficticias, ni las semejanzas fueron una mera coincidencia”, dice. Es que Juan Villegas –que cuidaba el garaje cercano a la productora del director– hace de Juan Villegas que deambula por la Patagonia con un perro que recibe como regalo y Walter Donado –un proveedor de animales para espectáculos, ex combatiente de Malvinas– hace de Walter Donado, un entrenador de animales, que vive en un autódromo.
–¿Por qué volvió a filmar en la Patagonia?
–Tal vez sea porque me gusta hacer sufrir a la gente durante el rodaje. Son condiciones duras, sobre todo meteorológicamente hablando. Filmamos entre octubre y diciembre, que fueron meses difíciles. Son días donde hace frío, calor, graniza. Pero lo incómodo de la Patagonia no es ella en sí misma, sino la situación de filmar allí. He viajado mucho por la Patagonia y la conozco muy bien, de modo que puedo imaginarme una zona y después seguramente será ésa donde filmaré. Casi ni necesito hacer scouting.
–¿No es un problema que el paisaje se devore a su película?
–Creo que me cuidé bastante con Historias mínimas y también con El perro, aunque no me había cuidado con La película del rey. El escenario no puede estar por encima del film, me interesaba la gente. El problema del atardecer, por ejemplo, hizo que en Historias... buscara la luz más cruel, más dura, con pocos atardeceres y pocos planos generales. Mi tendencia era no trabajar en planos medios, habituales del cine, porque el decorado comía el personaje.
–Sin embargo, en El perro abre el plano con frecuencia...
–Le daba un peso dramático. A veces corto los relatos para dar signos de puntuación, hay una cosa de “perdidos en la inmensidad”. Pero lo que me gustan son los primeros planos. La cara es importante, pero no puedo dejar de pensar en la pequeñez de estos personajes que van a la Patagonia, más para una película épica como ésta.
–¿Va de la pequeñez del hombre en su contexto, frente a la importancia del detalle?
–Yo hago lo siguiente en Historias mínimas, en El perro y lo voy a hacer en la próxima. Termino el guión en cierta instancia no final, con los conflictos, las escenas, a veces los diálogos. Pero después necesito avanzar de otra manera. Primero con el casting: si tengo la gente en mi cabeza, es más fácil que el personaje se parezca. Segundo, tengo que hacer el viaje que hace el personaje. Lo hago solo y voy parando, llevo la notebook, escribo. No es un viaje de producción, mi scouting es de guión.
–O sea que hace sus películas como excusa para poder viajar.
–Es cierto, me descubrió... Es sin duda eso. Viajar es una de las cosas que más me gusta. Sobre todo esos viajes a la Patagonia sin metas definidas. Que uno sale para un lado, pero algo lo lleva para otro lado. Viajo con un vehículo equipado. Tengo un Hammer. Un placer máximo es salir a viajar con él. Tiene razón; el cine es una forma de viajar.
–Entonces, ¿su guión es una crónica de viaje ficcionada?
–El primer viaje pertenece al guión. Me cuesta terminar de concebir una escena sin tener la cara de quien lo va a hacer y sin tener el lugar concreto. Como los rodajes no son exactamente placenteros, el viaje del scouting sí lo es. En general viajo solo. Después hago un segundo viaje con director de arte, fotógrafo, productor. Me gusta viajar solo; es la mejor manera de trabajar en las historias. Hago trayectos largos. Con el Hammer hice Esquel-Buenos Aires de un tirón. La ruta me provoca una cosa hipnótica, me apasiona. Sé que podría manejar cinco días seguidos. Es algo sensorial, pero jamás me expliqué por qué me pasa.
–Algunos van a criticarle que insista con la Patagonia.
–Es cierto que este film podía hacerlo en Catamarca, o en San Juan, pero me gusta la Patagonia. Mis películas son rurales. Es lo más impregnante. La cosa rural, y fundamentalmente la ruta, es el escenario natural, al margen de que estén detrás la Patagonia o la selva, como será mi próxima película. Un viaje desde Misiones hasta Buenos Aires.
–¿Por qué se empeña en usar no actores?
–Esa estética la aprendí de ciertos ejercicios en la publicidad. Lo hice muchas veces. Trabajo con ellos para rescatar un momento verdadero. La gente reconoce que hay algo cierto. La ficción es un engaño, pero cuando se trabaja sin actores, aunque los actores trabajan con la memoria emotiva, la gente común tiene algo que surge de verdad. No sólo yo lo percibía, también la gente. No hago teatro, filmo 50 veces una escena, pero si 49 no sirven, hay una que tiene un trocito que busco. Los actores no actuaron antes, el único que tenía experiencia es Gregorio, el perro que se llama Le chien en el film. Pero no es un dogma, aunque sí una tendencia actoral. Los no actores tienen limitaciones. Pero no hacen de actores, sino lo harían mal.
–¿Qué les va a pasar a ellos de ahora en adelante?
–Walter y Juan están contenidos, son grandes y estables. Ningún cimbronazo podrían tener, pero es un terreno muy peligroso. Porque pueden llegar a pensar que su vida cambió. El asunto es que no cambió. Yo les dije que no piensen que esto va más allá de eso. Que no se creen expectativas, que no se frustren después. Juan Villegas puede hacer otra película, pero sólo si hace de Juan Villegas. Walter Donado provee animales para que filmemos, provee de todo, hace poco me decía: “Mirá, mirá tengo 40 pirañas”. El es como sale en el film, además es un ex combatiente de Malvinas. Donado ya me dijo que no va a seguir en el cine.

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Sorín filmó en la primera mitad de los ochenta, pero luego de Eterna sonrisa en New Jersey se metió de lleno en la publicidad.
 
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