ESPECTáCULOS
Tres muertes para contar la historia de una lucha
Julián Howard habla de la obra que, con su dirección, se estrenó este viernes en el Teatro Cervantes. El intérprete de Sombras nada más, de Vicente Zito Lema, es el actor Ricardo Gil Soria.
Por Cecilia Hopkins
@Si algo unifica la producción teatral de Julián Howard en los últimos años es su heterogeneidad. Integrante del grupo Los Volatineros, que dirige Francisco Javier, el actor y director pasa con naturalidad de las salas que conforman el circuito oficial al teatro comercial y de allí a las salas ligadas al trabajo autogestionado, con materiales de muy diversas características. En estos momentos, Howard ensaya una comedia de Daniel Dátola, Más que amigos, con un elenco encabezado por Hugo Arana, en tanto que el pasado viernes estrenó, en el Teatro Cervantes, Sombras nada más (la fusilación de Manuel Dorrego, Juan José Valle y Darío Santillán), obra de Vicente Zito Lema que, a través de cartas, poemas y relatos, enlaza los hechos de sangre que menciona el título.
A modo de unipersonal (la interpretación está a cargo de Ricardo Gil Soria), la obra revive las últimas horas del coronel Dorrego (puesto a disposición del general Juan Lavalle, en su campamento de Navarro, provincia de Buenos Aires, en 1828), Juan José Valle (fue fusilado en 1956 por las fuerzas de la denominada Revolución Libertadora que derrocaron a Perón un año antes, junto a numerosos civiles y oficiales que lo acompañaron en su levantamiento) y Darío Santillán, víctima de la represión policial de 2002, en las inmediaciones del Puente Pueyrredón. Según apunta Howard en la entrevista con Página/12, el texto fue elegido por el propio Gil Soria y reescrito por el autor, a la par de los ensayos, contando con el asesoramiento histórico de Alberto Lapolla. Hace unos años, el mismo actor había participado de los grupos de entrenamiento que coordina el director, con el objeto de encontrar las claves interpretativas para encarar otro texto de Zito Lema (Gurka) y después continuar él solo con la puesta en escena. Pero en esta oportunidad, ambos acordaron llegar juntos al estreno. La pieza –que cuenta con el vestuario de Dady Miranda y la escenografía de Marcelo Valiente– presenta los tres monólogos conectados mediante el discurso de un verdugo, “un personaje de ficción que sobrevuela la historia de nuestro país y ejecuta a los protagonistas de la lucha popular de diferentes épocas”, según aclara el director.
A poco de morir fusilados, Dorrego y Valle expresan sus últimas palabras en tanto que Santillán sólo escucha las amenazas del policía que va a ultimarlo, quien lo ha elegido al azar, entre los demás manifestantes. “Las tres víctimas pertenecen cada una a un siglo diferente. Parecería que en la historia argentina, desde el siglo diecinueve al veintiuno, siempre pasó lo mismo: para construir algo hubo primero que destruir lo que se había hecho antes”, subraya el director.
–¿Por qué se utiliza el término fusilación?
–Suena como si fuese un error, como si estuviese mal dicho, pero no es así; ésa es la palabra que se usaba antiguamente para hablar de un ajusticiamiento de esa clase.
–¿Qué es lo que creyeron que destruían los responsables de cada fusilación?
–Lavalle era unitario y creyó que matando a Dorrego destruiría una mirada, una forma federal de concebir el país. En el caso de Valle, luego del derrocamiento de Perón, quienes asumieron el poder pensaron que aniquilando a quienes comandaban el levantamiento se aseguraban la muerte del peronismo. Y con el asesinato de Santillán se creyó, como pasó durante la dictadura, que, actuando de ese modo, podía matarse una ideología. Y ya vimos que esto no fue así..
–¿Cuál es el carácter escénico que asumen los tres asesinatos?
–A la muerte de Dorrego, que sucedió en un corral de vacas, se la evoca a través de un poema. Para la fusilación de Valle, ocurrida en la penitenciaría de Las Heras y Coronel Díaz, se apela a lo testimonial, porque la víctima se corporiza en escena y lee tres de las cartas que escribió antes de morir, una de ellas dirigida a Aramburu, culpándolo de su suerte, las otras dos, a su esposa y a su hija. En ambos casos intentamos quitarles el bronce a los personajes, descubrir la relación conmovedora que mantuvieron con su familia y con su patria y, de algún modo, trazar un paralelismo.
–¿Y en el caso de Santillán, a quien no se escucha hablar en la obra, ya que la única voz es la de su asesino?
–En la obra, Zito Lema metaforiza la tarea del verdugo presentándolo como el responsable de poner los puntos sobre las íes. Y se habla, específicamente, de la palabra “fin”. Frente a la muerte de Santillán, sólo se escuchan amenazas e insultos antes de la ejecución y es porque este verdugo se siente rebajado de categoría: debió acatar la orden de su superior, la cual no iba en contra de nadie en particular sino en contra de cualquiera de los manifestantes.