Viernes, 13 de junio de 2008 | Hoy
DEPORTES › LA HISTERIA QUE SE VIVIO EN VARIOS EQUIPOS EN EL CLAUSURA
Como pocas veces, los simpatizantes de los clubes cambiaron su humor con sus propios jugadores de manera notable a partir de los resultados, incluso con cantitos y banderas hirientes. River, San Lorenzo, Racing e Independiente son los ejemplos.
Por Ariel Greco
En 1963, Stanley Kramer dirigió la película El mundo está loco, loco, loco. Cuarenta y cinco años después, las hinchadas argentinas están protagonizando, a su manera, una remake. De otra forma no se puede entender el comportamiento que están teniendo los simpatizantes con sus propios equipos, pasando del éxtasis a la frustración –y viceversa– con una velocidad supersónica. Banderas, carteles, cantitos, insultos y hasta maíz fueron los elementos que utilizaron los hinchas para demostrar su histeria, incluso hasta en un mismo partido.
La intolerancia y el afán de protagonismo de las hinchadas, en medio de la locura del calendario, se conjugaron para que el Clausura quede marcado por este fenómeno. El mejor ejemplo resultó el campeón River, que pasó por todos los estados hasta celebrar el título. Arrancó el certamen con una batalla campal entre dos grupos de la barra brava en el partido ante Arsenal. Luego, en el encuentro ante Gimnasia, recibieron a los jugadores con maíz y pañales, en alusión a la eliminación ante San Lorenzo de la Copa Libertadores. Y en el entretiempo, con el 1-2 parcial, los despidieron con silbidos, insultos y la seña de “cagones”.
Más tarde, tras las declaraciones de Ahumada y Carrizo, llegaron las banderas. Ante Independiente, el volante, silbado cada vez que tocaba la pelota, fue recibido con muchos trapos en contra y al grito de “Ahumada, hijo de p...”, mientras que el arquero, en vez de gozar la tradicional ovación ganada por sus actuaciones, sufrió una lluvia de insultos. Una curiosidad: en uno de los trapos más emblemáticos, en el medio de la tribuna, a Ahumada se le remarcaba que la comparación con Boca no había sido feliz. “Ahumada trizte (sic). Esto no es Boca, acá no hay banderas negras, ni parlantes...”, decía parte de la leyenda, justo pegada a una bandera grande que decía “yo por River doy la vida, ustedes dan vergüenza”.
La saga continuó en el juego ante Huracán, en la 16ª jornada, cuando Abreu salió insultado por todo el estadio cuando fue reemplazado. Además, mientras el equipo de Simeone no podía con el de Ubeda, la arenga era el amenazante “Jugadores / la c... de su madre / a ver si ponen huevos / que no juegan con nadie...”. Dos semanas más tarde, el Monumental se vistió de gala para gozar de una fiesta inolvidable, con el festejo del 33º título del club, luego de cuatro años sin consagraciones. Allí predominó el “dale campeón” y la dedicatoria a Boca, con el ya famoso la “la alegría nao tem fim”. La histeria tampoco.
Con San Lorenzo sucedió una historia cruzada con la del campeón. Todo era felicidad hasta incluso después de la eliminación en la Copa ante la Liga de Quito. Las banderas de agradecimiento por el pase ante River y los cantos de aliento se hicieron sentir en el partido ante Colón, justo después de la derrota por penales ante los ecuatorianos. Sin embargo, todo cambió a partir de que se fueron conociendo los problemas internos entre los referentes y Ramón Díaz, que culminaron con la salida del entrenador.
El veredicto de la hinchada apareció, con bastante retardo, en el compromiso del sábado ante Banfield. “Jugadores mercenarios. Sus bolsillos llenos, nuestras ilusiones vacías”, rezaba la bandera que puso la Butteler. Sin embargo, los cánticos hostiles hacia los jugadores fueron tapados por el resto de la gente, que gritó en favor del equipo. Pero la histeria máxima quedó expuesta con Orion. En la misma tribuna aparecieron letreros a favor y en contra del arquero. Y cuando unos hinchas intentaron colgar una bandera que decía “Orion, nos arruinaste... chau, chau, chau”, otro grupo lo forzó a quitarla.
Cerquita de Boedo tampoco hubo paz. Luego de un campeonato correcto, sin problemas para mantener la categoría, los hinchas de Huracán explotaron con el partido ante Racing. Las suspicacias nacieron por la relación del técnico Claudio Ubeda y de Carlos Arano con el equipo de Avellaneda. Ya en el entretiempo empezaron los gritos hacia los jugadores, para que “vayan para adelante”. Con la derrota consumada, la bronca fue en aumento. Y durante la semana, en la Quemita aparecieron pintadas contra los jugadores, acusándolos de no querer ganar.
Avellaneda también tuvo lo suyo. Para los hinchas de Racing, el torneo resultó un calvario, que todavía no terminó y que tendrá una nueva estación en Santa Fe. Igual ya dieron la nota. En el partido ante Gimnasia, en el medio de la Guardia Imperial apareció una bandera que mostraba el descontento con los futbolistas. “Nosotros diez puntos en todos los partidos, ustedes diez puntos en todo el campeonato”, decía el trapo. Dos fechas después, tras ganarle a Huracán, los hinchas celebraron el segundo triunfo del torneo como si fuera el campeonato, con los jugadores gritando, saltando y algunos subidos en el alambrado. Es probable que si Andrés Franzoia le acertaba al arco desde el área chica, cerca del final, esa euforia se hubiese transformado en bronca e insultos, como en los partidos anteriores.
En la vereda de enfrente, el clima resultó cambiante. Que Boca le empatara a Independiente con un hombre menos derivó en banderas y gritos hostiles, que culminaron con la renuncia de Pedro Troglio. Luego, los insultos a los jugadores en el primer partido del interinato de Santoro mutaron por gritos esperanzadores con la seguidilla de victorias y la llegada de Borghi. Claro que el amargo empate en el clásico ante Racing diseminó la disparatada idea de un trato para no perjudicar al rival de siempre, que en el lenguaje del hincha de hoy se tradujo en carteles en contra del “arreglo”.
Y ni hablar de Banfield, donde el título de Lanús determinó que la gente cuestionara al ex técnico Juan Manuel Llop, pese a terminar tercero en el Apertura y lograr una histórica goleada 5-0 como visitante en el clásico. Son tiempos veloces. Tanto que para viajar del amor al odio se tarda menos de 90 minutos.
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