Domingo, 24 de junio de 2012 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Gustavo Veiga
El hincha de River debe exteriorizar lo que siente sin dosificar su alegría por el regreso a Primera. No debe importarle la categoría del título. Está en su derecho, como el de Quilmes. Pero los analistas de este fútbol estresante, tan sospechado como apasionante, estamos obligados a ver más que un gol o una pelota que rebotó en el travesaño. El club acaba de salir campeón de la B Nacional. Y no decimos equipo, porque el club trasciende al equipo, que es más totalizador como sustantivo. Si entendemos como un todo a River, comprenderemos y ayudaremos a comprender por qué este 23-J fue la consecuencia de un ascenso peliagudo y el descenso del 26-J de 2011 la de un estropicio donde hubo responsables: dirigentes y barrabravas cómplices, técnicos y jugadores.
Viene bien, para todo aquel que profese devoción por River, ejercitar la memoria en este regreso. Un regreso soñado, aunque sin gloria. Al menos de esa gloria que desparramaron la Máquina, Angelito Labruna o los campeones de Primera en cada uno de sus 33 títulos. Memoria para no olvidar que el peor presidente de su historia, José María Aguilar, lo dejó en el umbral del descenso. Memoria para no ignorar que otro presidente, el actual, Daniel Passarella, fue corresponsable del momento más desdichado en su historia deportiva. Memoria para recordar los negociados que estropearon a un club de recursos millonarios, que suma la mayor cantidad de socios del fútbol argentino y sacó por decenas jugadores que nutrieron a la Selección Nacional en todas sus épocas. Memoria para observar el futuro con la mirada hacia un pasado plagado de errores y miserias.
River venía mal desde mucho antes de aquellos dos partidos con Belgrano que lo depositaron sin red en el abismo futbolístico. Y sólo revolviendo en la basura de los miserables que contribuyeron a hundirlo desde adentro, el club encontrará el antídoto para no repetir lo ocurrido hace menos de un año. Para ser exactos, 363 días. Nadie está exento de volver a tropezar de nuevo con la misma piedra. Y si no que lo diga San Lorenzo, descendido en 1981 y a un partido de repetir igual traspié. Está probado que en un fútbol corroído por las componendas, los partidos se ganan o se pierden en la cancha y fuera de ella. Aunque no tanto por las sospechas sobre un arbitraje cuestionado o las incentivaciones confesadas que nunca se penan.
También queda manchado el prestigio deportivo e institucional de un club cuando se pierde el decoro. En River quedó muy claro. Por eso hay quienes no pueden entrar al Monumental o tienen que andar ocultándose. Son personajes que deberían conservar respetuoso silencio. Esta vuelta a Primera es de los hinchas, jugadores y Matías Almeyda, ídolo y ahora técnico en rápido y tenso aprendizaje.
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