Domingo, 24 de junio de 2012 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Pablo Vignone
Nunca antes un campeón fue tan cuestionado como River. Acaso ésa sea una prueba más de que el resultado no es lo único que le importa a la gente. Seguramente ahora, con el ascenso consumado, lo que en la lógica del hincha primaba sobre la consagración, se aplacará esa actitud agresiva. Porque River no estuvo a lo largo de las 38 fechas del campeonato más largo que le tocó ganar en su historia (y no sólo por la longitud del torneo) demasiado alejado de la vanguardia. Hubo rivales a los que no logró vencer, como Quilmes, el otro equipo que vuelve a la A tras una temporada en la B Nacional, y con el que empató los dos partidos, o Central, o Defensa y Justicia, pero padeció el cuestionamiento aun cuando jamás quedó descolgado de su candidatura natural al ascenso. Aun ganando partidos, el equipo de Matías Almeyda fue puesto invariablemente en la picota, y los futbolistas que ayer se desahogaron habían revelado, en más de una ocasión, el tamaño del calvario en que se había convertido, para ellos, esta campaña.
Desesperado por regresar a Primera, River atropelló al fútbol. No tenía tiempo para jugarlo, quiso manotear de prepo el resultado. Llevó hasta el extremo, a veces, esa ridícula consigna de “ganar como sea”. Urgido por la necesidad, forzó la conquista antes que intentar conseguirla como consecuencia lógica del juego. Justo River, que de jugar tiene constituido su ADN. Se vio a lo largo del campeonato: Almeyda no supo remontar la obviedad de los conceptos básicos del juego y no logró entonces implantar un patrón futbolístico, una idea que se aproximase a un estilo; los hinchas no supieron nunca a qué jugaba el equipo y por momentos le perdieron la confianza, y los rivales que tomaban este choque con una responsabilidad fenomenal se aprovecharon en más de una circunstancia de esa carencia de fisonomía –en el fondo, lo que auténticamente se le cuestionó a River– mezclada con las necesidades imperiosas que tuvo el equipo de escapar a como diera lugar del pozo cultural que siempre significó esta B Nacional para la entidad de Núñez.
Almeyda afrontó la situación con enorme coraje, desempeñando un cargo para el que no estaba preparado ni le sienta tampoco. Utilizó a 31 jugadores en esa travesía por el desierto del fútbol asociado, sumando puntos acá y allá con prepotencia deportiva, con fuerza de voluntad, con la camiseta en algunos partidos; su racha negativa más profunda la constituyeron tres empates consecutivos en el arranque del campeonato, entre la cuarta y la sexta fecha (con Quilmes, Defensa y Merlo), aunque entre la 12ª y la 17ª fecha provocó el aumentó a grado extremo del malhumor, encerrando tres derrotas en esa racha de seis partidos.
Aunque el capitán Fernando Cavenaghi jugó 37 partidos y marcó 19 goles, y el vice Alejandro Domínguez estuvo en 34 encuentros señalando 4 tantos, la gran figura de este campeón resultó ser David Trezeguet, que jugó sólo los 19 partidos de la segunda ronda, pero marcando 13 goles entre memorables y decisivos. La llegada del campeón mundial de Francia 1998, con su palabra medulosa y sedante, su sabiduría de vestuario, coincidió con una mejora relativa de River en cuanto a resultados (39 puntos contra 34 en la primera rueda), una mejora que debe verse también como producto inevitable del rodaje del equipo, aunque hasta último momento Almeyda ensayó cambios y sacó a pasear a sus fantasmas.
Se acabarán los cuestionamientos porque este River lado B dejará de jugar. Siempre habrá necesidad de título en Núñez, pero los reclamos, ahora de regreso en la A, serán menos apremiantes. Y por lo tanto, el equipo probablemente recupere esa memoria histórica que le refresque lo que solía suceder entonces: salía campeón jugando bien al fútbol.
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