Domingo, 20 de julio de 2014 | Hoy
DEPORTES › LA HISTORIA DE GUSTAVO BRUZZONE, DEPORTISTA DESAPARECIDO EN 1977
Su familia lo buscó de manera incansable, recorriendo hospitales, comisarías, cuarteles, para saber qué había pasado con él. 37 años después, el EAAF identificó los restos de este militante de la JP en un cementerio rosarino.
Por Gustavo Veiga
La vida de Gustavo Bruzzone, tan joven como intensa, fue superada con holgura por el tiempo que llevaba como desaparecido. Pasaron casi treinta y siete años hasta que lo encontraron, que son casi el doble de los que tenía cuando se lo llevaron de Rosario. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) identificó sus restos y cerró una búsqueda que había comenzado el 19 de marzo de 1977. Ese día lo secuestraron con 22 años y ya le habían destinado un futuro de NN. La dictadura se propuso borrar su identidad. “Es una incógnita el desaparecido”, dijo con cinismo Videla en 1979, pero el ajedrecista, estudiante y militante revolucionario se empeñó en responderle que no. Estaba sepultado en el cementerio de La Piedad, una palabra inexistente en el diccionario de los represores.
Deportista destacado en el ajedrez y además en el fútbol, Bruzzone nació el 31 de agosto de 1954 en San Javier. Muy chico, con apenas 8 años, quedó huérfano de su padre, Rodolfo. En tan poco tiempo, él había conseguido transmitirle su pasión por el ajedrez igual que a su hermano mayor. También le gustaba mucho el fútbol: atajó en las divisiones inferiores de Gimnasia y Esgrima de Ciudadela. Cuando lo quiso Unión, el club del que era hincha, la dirigencia de Gimnasia no aceptó cederlo. “Se enojó y no jugó nunca más”, contó una vez Fito, su hermano. “Ibamos a la cancha y llevábamos un muñeco con la cara de Victorio Nicolás Cocco, que era nuestro ídolo”, recuerda Rodolfo Bruzzone (h).
El y su madre, Irma, lo buscaron de manera incansable. Recorrieron hospitales, comisarías, cuarteles, para saber qué había pasado con Gustavo. Durante un año viajaron a Rosario para entrevistarse con el teniente coronel Enrique González Roulet. “Un día no aguanté más sus mentiras y le dije que si quería una novela me compraba un buen libro. Me echó y me dijo que no volviera más, era mayo de 1978”, recordó Chocha, que fue una de las primeras Madres de Santa Fe. “Ahora ya puedo partir tranquila. Sé dónde está y va a descansar junto a sus compañeros”, agregó. “Necesitábamos cerrar la historia. Yo lo llevo en mi corazón, pero es muy duro poder verlo sólo en una foto. Se lo llevaron cuando era un pibe. Tenía apenas 22 años. A mi hermano no lo dejaron vivir”, afirmó Rodolfo.
La labor del Equipo Argentino de Antropología Forense fue clave para identificar los restos de Gustavo. Cuando empezó su trabajo en La Piedad en 2011, encontró más de 300 conjuntos de piezas óseas. Miguel Nieva, el máximo referente del EAAF en la región, señaló: “Se extrajeron conjuntos de huesos, no esqueletos individualizados, así que el trabajo que tenemos que hacer es mucho más complejo porque tenemos que ver qué huesos corresponde con cuál esqueleto”.
Irma esperó hasta los 90 años para recuperar a su hijo sepultado como NN. Sus secuestradores habían fraguado un enfrentamiento. Pero gracias al EAAF se supo toda la verdad, se reconstruyeron las últimas horas del ajedrecista. Lo habían trasladado al centro clandestino de detención El Pozo, que funcionó en Rosario. De allí lo sacaron junto a otros dos desaparecidos. Los tres terminaron asesinados. Les quitaron la vida, la identidad y hasta les inventaron una forma de morir.
El reloj, como en una partida de ajedrez, se detuvo en marzo del ’77. Pero no la historia de Bru-zzone, que sigue intacta en la memoria de quienes lo conocieron, como Ricardo Hase, su profesor del juego ciencia, quien lo definió como “un jugador creativo”. En un capítulo de la miniserie documental de televisión Deporte, desaparecidos y dictadura, dijo que “buscaba siempre la mejor jugada, eso lo obligaba a meditar mucho, a consumir tiempo. Yo le enseñaba que tenía que aprender a gozar, porque ponía mucho esfuerzo en la meditación”.
Gustavo ya había mostrado condiciones para mover los alfiles y caballos en la escuela Domingo Guzmán Silva de Santa Fe. También en los torneos de ajedrez entre clubes organizados por la AFA. Aquellos que jugaban grandes maestros como Najdorf, Panno, Rubinetti y Schweber. Allí lo conoció a Hase, que enseñaba en el Sirio Libanés y se lo llevó con él.
Era la época en que compartía los tableros con el fútbol. Jugaba en las divisiones inferiores de Gimnasia y Esgrima del barrio de Ciudadela. Tenía físico de arquero y ganas de defender el arco del club con el que simpatizaba. “Lo dirigía el Ñato Grasso, le ve las condiciones y lo quiso llevar a Unión, que se interesó en él. Pero Gimnasia pidió un dinero, Unión dijo que no y Gustavo abandonó el fútbol. Lo que no abandonó fue el ajedrez, su segunda gran pasión”, cuenta Rodolfo Bruzzone.
Volcado de lleno a los tableros, el menor de los hermanos se convirtió con el tiempo en una de las promesas de la región. Los medios locales reflejaban su evolución: “Confirmando sus antecedentes y buen momento, triunfó el representante de la Federación Santafesina, Gustavo Bruzzone”, informó el Nuevo Diario allá por enero de 1972 tras un torneo de juveniles. Desde ese medio salió el dinero para pagarle la inscripción en el Torneo Argentino de Mar del Plata que el joven ajedrecista, hijo de madre viuda, no estaba en condiciones de abonar.
Su nivel en el juego generó que fuera designado profesor de ajedrez por el Ministerio de Educación en la Escuela General San Martín, donde había cursado la primaria. Destacado estudiante –en la Domingo G. Silva era uno de los mejores promedios–, cuando terminó la secundaria ingresó en la Facultad de Ingeniería Química para cursar la carrera de Bioquímica. Ya militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Antes había integrado el Movimiento de Acción Secundaria (MAS) ligado a la JP. Pero por sobre todo, había adquirido una gran conciencia social. Colaboraba en las inundaciones con las personas afectadas por la crecida, salía a pedir alimentos.
“Gustavo después de la Universidad se va a trabajar a los barrios de acá de Santa Fe”, recuerda Vilma Cancian, una compañera de militancia. Carlos Arrua, un amigo y compañero de estudios en toda la secundaria y la Universidad dice que dejaron de verse a principios de 1975, cuando el clima político se volvió irrespirable en Santa Fe. “El era una persona expuesta, por eso se va a Rosario”, cuenta.
Estaba casado desde 1974 con Liliana Nahs, su novia de la adolescencia, también desaparecida. Juntos buscaron un destino común, empujados por la oleada represiva que no se detendría. Trabajó haciendo de todo, en el puerto y como pintor de paredes. Tenía un Citroën 3CV, el mismo que el 19 de marzo de 1977 fue a buscar a un taller mecánico rosarino para regresar a Santa Fe y festejar el cumpleaños de su mamá, Irma. Ahí se perdió su rastro, hasta que el EAAF identificó sus restos el mes pasado. El próximo 31 de agosto cumpliría 60 años.
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