Domingo, 11 de octubre de 2015 | Hoy
DEPORTES › LAS HISTORIAS DE LOS SPONSORS DE LA FIFA
Hace cinco años se denunciaban coimas para elegir los mundiales de Rusia 2018 y Qatar 2022. Sus viejos socios hablan de ética con el suizo hundido en el descrédito.
Por Gustavo Veiga
Las multinacionales de Estados Unidos que patrocinan a la FIFA descubrieron súbitamente su corrupción. Coca-Cola, McDonald’s, Visa y Budweiser pidieron la renuncia “inmediata” de Joseph Blatter, pero el viejo socio se les encabritó. “Por el bien del juego”, le exigió que abandone el cargo de presidente la gigantesca embotelladora. Las demás compañías la imitaron. El desprestigiado pastor del fútbol ya no puede guiar su rebaño y se transformó en un lastre para estas marcas globales. La imagen de la federación internacional continúa en franco declive. Pero las ventas no pueden seguir por el mismo camino. Por eso le dieron un empujón. Hablaron de “reforma urgente y completa”, “confianza pública” y otras invocaciones a la ética empresarial. Una demanda de buena conducta que en relación a sus negocios no han sabido guardar. Esta es la historia del doble estándar con que se manejan los sponsors de la FIFA.
El suizo no se intimidó cuando lo suspendió por tres meses la Comisión de Ética. Quizá, porque en mayo de 2013 el mismo ente sancionador lo había exonerado de culpas en el escándalo ISL. En aquel momento, su conducta fue definida apenas como “desacertada”. Sí habían rodado las cabezas de Joao Havelange, Nicolás Leoz y Ricardo Teixeira. Ahora, a la suya, se agregaron las de Michel Platini, el ex secretario general Jerome Valcke y al coreano Chung Mong-joon. Son demasiados dirigentes imputados, sin contar los siete que están presos desde que estalló el escándalo el 27 de mayo. Las grandes empresas que aportan sumas millonarias a la FIFA dijeron basta. Blatter les devolvió la pelota: “Son solo las estadounidenses”. Y recordó que la alemana Adidas, la surcoreana Hyundai y la rusa Gazprom no le pidieron la renuncia.
La transnacional de gaseosas firmó un comunicado tajante: “Por el bien del juego, Coca-Cola Company llama al presidente de la FIFA, Joseph Blatter, a renunciar de inmediato”. El director de Comunicaciones de McDonald’s, Jeff Mochal, exigió su salida en términos similares “para que el proceso de reforma se lleve a cabo con la credibilidad que se necesita”. El suizo le respondió a la compañía de bebidas por medio de su abogado estadounidense, Richard Cullen que “no renunciará”.
En Coca-Cola rige un Código de Ética para el personal que presentó su presidente y director ejecutivo, Muhtar Kent, en abril de 2009: “En años recientes, hemos visto una gran cantidad de ejemplos de poderosas empresas que contaban con reputaciones sólidas y que luego quedaron manchadas para siempre a causa de acciones no éticas de unas pocas personas o hasta de una sola persona. Como el ex miembro del Consejo de Administración de la empresa Warren Buffett una vez nos recordó: ‘Lleva años forjar una reputación y apenas segundos destruirla’”.
En mayo de 2006, la ONG de EE.UU. War on Want, publicó un informe crítico sobre Coca-Cola. Recordó que en 2002, “durante el Mundial de Fútbol que patrocinaba, la campaña internacional Ropa Limpia, que lucha por los derechos de los trabajadores textiles, sacó a la luz el trabajo de menores en Pakistán cosiendo balones de fútbol de Coca-Cola”. Dos años antes, cuando se realizaron los Juegos Olímpicos de Sydney, Australia, Greenpeace acusó a la empresa por “refrigerar sus bebidas con gases HFC (hidrofluorocarburos), uno de los gases de efecto invernadero de mayor potencia jamás inventados”.
La multinacional también mantiene una extensa relación comercial con el Comité Olímpico Internacional (COI) desde 1928. Todo comenzó en los Juegos de Amsterdam, y continuará, como mínimo, hasta Tokio 2020, incluyendo los próximos JJ.OO. de Río 2016. Tal es la influencia de la embotelladora sobre el COI que, en 1996, presionó para desbancar a Atenas como sede cuando se cumplía el centenario de los Juegos. Se salió con la suya: la organización pasó a manos de Atlanta, Georgia, donde se levanta su casa matriz. La actriz Melina Mercuri, que en aquel momento era la ministra de cultura griega, sentenció: “Coca-Cola ha vencido al Partenón”.
La empresa tiene un largo prontuario de denuncias en contra: la acusaron de contaminar comunidades y de secar los pozos de los agricultores en India, por la constante búsqueda de fuentes de agua para abastecer sus plantas. Sus empleados fueron víctimas de la represión en países como Colombia, Turquía, Guatemala y Rusia. O despedidos de manera conflictiva en Estados Unidos. Este último es el caso de Matthew Whitley, su ex director financiero, que en 2003 culpó a la compañía de inflar ventas y de que sus 80 mil máquinas de expendio de bebidas frías contaminaban con residuos metálicos. Coca-Cola negó los cargos.
En agosto de 2009, la empresa zafó de una condena firme en la Corte de Apelaciones de distrito 11º estadounidense. La acusaban por violar los derechos humanos en Colombia. La había querellado el Sindicato Nacional del Sector Agroalimentario local. Varios de sus trabajadores fueron asesinados por paramilitares, otros despedidos por agremiarse. Algunos llevaban más de 15 años en Coca-Cola. El despido masivo se consideró “masacre laboral”.
Uno de los hechos más recientes ocurrió en México.
En marzo de este año, el fundador y director de la organización El Poder del Consumidor, Alejandro Calvillo, declaró que Coca-Cola promovió un amparo contra la restricción de venta, distribución y expendio de comida chatarra en las escuelas (preescolar, primaria, secundaria y media superior) que demuestra cómo la empresa “se maneja con falta de toda ética” y que no es “la primera vez que intenta bloquear una iniciativa de este tipo”.
Las denuncias contra McDonald’s recorrieron el planeta fútbol durante 2014. La casa de comidas rápidas que acaba de pedirle a Blatter su renuncia, no fue bienvenida durante el Mundial de Brasil. Sindicatos de ese país le enviaron a la FIFA una carta abierta para que la excluyera de la lista de patrocinadores del torneo. La acusaban “por la escasa salubridad de muchos de los alimentos de su menú, como también por explotar, maltratar y discriminar a sus trabajadores y trabajadoras”.
En la carta que los gremios le enviaron al suizo un año antes de que estallara el escándalo en FIFA, le expresaban su “repudio por la elección de McDonald’s como patrocinador oficial de la Copa del Mundo Brasil 2014” y pedían “la exclusión de la referida empresa del rol de patrocinador, en virtud de sus prácticas contrarias al Código de Ética y a los diversos textos enunciados por esta Federación”. Blatter nunca se pronunció sobre el tema. Necesitaba a su sponsor durante el Mundial. Hasta abril de 2001, la cadena vendía hamburguesas de pollo a los que alimentaba con soja transgénica, denunció Greenpeace. En esa época también se descubrió que empleaba trabajo infantil para hacer los muñecos de su Cajita Feliz, según el Libro negro de las marcas, de Klaus Werner y Hans Weiss.
Si la casa central del fútbol con sede en Zurich es un antro de corrupción, sus socios comerciales no podían ignorarlo. Las coimas pagadas para elegir las sedes mundialistas de Rusia 2018 y Qatar 2022 se conocían desde 2010, cuando se votó a los dos países en simultáneo. Un hecho sin antecedentes. Pero el gran negocio global debía continuar hasta que a Blatter, Platini y compañía los tapó el agua. Entonces llegó el momento de evitar que la reputación de las marcas cayera en picada por su asociación comercial con la “mafia siciliana”.
La definición no es de un militante de izquierda ni antiglobalización. Es de Javier Tebas, el presidente de la Liga Profesional Española (LFP), un dirigente ultraderechista que también se queja de “la corrupción” en la FIFA. La palabrita de moda. La palabrita que nadie quiere escuchar y que se parece a la lepra. Los sponsors no se habían dado cuenta hasta ahora.
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