DEPORTES › CAMPEON MUNDIAL POR SEXTA VEZ, UN RECORD DE PELICULA
De la Hoya, el Oscar del boxeo
Por Daniel Guiñazú
De la Hoya ganó el Oscar del Boxeo. Nadie nunca antes había conseguido seis títulos del mundo en seis categorías diferentes. Y él lo logró. Derrotó por puntos en fallo unánime al alemán Félix Sturm y, desde la madrugada del domingo, es el nuevo campeón de los medianos de la Organización Mundial. La Historia le ha abierto sus brazos generosos en señal de bienvenida. Y allí estará el Golden Boy, para siempre. Es cierto que la multiplicación de entidades y campeonatos le hizo más sencillo el periplo. Pero hay algo en esta proeza deportiva que no es posible discutir: De la Hoya se atrevió a hacer lo que ninguno en más de un siglo. En 1994 obtuvo su primera corona, la de los superplumas de la OMB, pesando 58,967 kilos. Diez años más tarde se animó a la de los medianos, cargándole a su físico pequeño y macizo 13,600 kilos más de los que tenía cuando se ciñó el primero de sus seis cinturones. Otros dos grandes, Sugar Ray Leonard y Thomas Hearns, no fueron tan osados: detuvieron en cinco su camino rumbo a la gloria.
¿Qué impulsa a De la Hoya? ¿Su vanidad personal, su egolatría, su ambición material, la necesidad de superar nuevos desafíos y de inyectarle adrenalina a una vida pletórica de éxitos y placeres? Hay un poco de todo en esta escalera al cielo. El Golden Boy podría dedicarse a disfrutar sin riesgos su fortuna de 150 millones de dólares, podría seguir siendo, como hasta ahora, promotor pugilístico por televisión, podría reimpulsar su carrera de cantante pop latino, podría ser modelo publicitario, podría hacer lo que quisiese. Sin embargo, sigue persiguiendo sueños. No se conforma, pretende más. Aunque, a los 31 años, le cueste disimular que su boxeo muestra ya las huellas inocultables del ocaso.
A Sturm no le ganó el De la Hoya deslumbrante de tantas noches inolvidables sino un boxeador común, ordinario, motorizado, eso sí, por un notable afán de victoria. No fue el Golden Boy (y da toda la impresión que nunca más volverá a ser) esa maravilla de velocidad, talento, creatividad, vigor y coraje, que llenaba los ojos y el ring, sino alguien que tuvo que construir round a round su triunfo, sin sobrarle nada y sin regalar nada. Dio ventajas de contextura física porque su cuerpo es el de un liviano, a lo sumo el de un superliviano, y él lo rellenó de músculos y de grasa para arrimarlo al de un mediano. Y además comprobó lo obvio: que su pegada ha perdido rapidez y fuerza para conmover a cualquiera que pese 72 kilos y medio. En liviano, welter y superwelter, la mano de De la Hoya llegaba y hacía daño. En mediano, llega y marca, pero no duele, no define.
Este De la Hoya, que goteó los merecimientos de una victoria sin brillo, ¿está en condiciones de ganarle el 18 de septiembre, en el mismo escenario, a Bernard Hopkins y llevarse la triple corona CMB-AMB-FIB de los medianos? Una primera impresión lo descartaría de cualquier posibilidad: sin agilidad en las piernas para abrir el ring, sin talento, sin variantes estratégicas, convertido en un laborioso peleador, parece ir derecho a una derrota sin atenuantes. Hay diferencias indescontables: Hopkins es un mediano natural, De la Hoya, uno inflado. Y otras que sólo se conocerán cuando los dos estén cara a cara sobre el ring: es posible anticipar que De la Hoya subirá altamente motivado y que pondrá todo su temperamento si los vientos de la pelea le soplan en contra.
Hopkins, en cambio, es un acertijo. Si tiene todas las luces encendidas, como la noche del 2001 cuando aplastó a Tito Trinidad en el Madison Square Garden, ganarle será imposible. Es un crack que hace todo bien y que perdió su última pelea en 1993 ante Roy Jones. Pero si está discontinuo y displicente, como ante Robert Allen en la preliminar de De la Hoya-Sturm (ganó Hopkins por puntos en fallo unánime y defendió por 18º vez su título), habrá chances para el Golden Boy. A poco más de 90 días de la gran pelea del 2004, Hopkins es favorito con claridad. Pero no conviene apresurar el pronóstico: si De la Hoya está en el medio, la hazaña siempre le tendrá reservado un lugar en la mesa de los más grandes.