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Hay que interferir el handy
Por Diego Bonadeo
Pocas horas después de que durante el amistoso Barcelona-Juventus de la Copa Joan Gampert la magia futbolera de Lionel Messi haya deleitado los paladares de quienes adscriben a la tribu del “fútbol que le gusta a la gente” –y de algún indeciso entre la casetera y la improvisación probablemente también– le salió al cruce la supina pelotudez tecnocrática, pergeñada con seguridad por el técnico del Real Madrid, el “brasileño-que-seguramente-nunca-jugó” Wanderley Luxemburgo, que decidió “instruir” durante el juego al delantero Raúl desde un walkie-talkie hacia un audífono que el sumiso futbolista aceptó, genuflexo, fuera colocado en su oído.
Si bien, por ahora –que quede claro, solamente por ahora– parece que la FIFA no aceptará estas prácticas de los obnubilados de laboratorio, el supuesto progreso que pretenden quienes no entienden nada, enancado en negocios publicitarios para la dirigencia que habitualmente se reúne en Zurich, es probable que, en no demasiado tiempo más, la robotización del fútbol tenga su Día D.
Apenas conocida la estupidez, los sumos sacerdotes de lo que no debe ser subieron a sus púlpitos berretas para difundir la “buena nueva”: “La tecnología al servicio del fútbol”, anunciaron, como si el aparatito de Luxemburgo fuese una pócima milagrosa para que, de aquí en más, se acabaran los pases a los contrarios, las pelotas a dividir y las patadas alevosas. Pero no. Por ahora, la intercomunicación sólo servirá para acotar más todavía lo poco de belleza e improvisación que le queda al fútbol. La única solución a tanto despropósito sería interferir electrónicamente el handy de Wanderley o de quienes se sumen a la imbecilidad, para que se “caiga el sistema”, y las “instrucciones” que reciba Raúl, o quien fuere, sean lo más truchas posibles. O, en todo caso, las más deseadas por la tribu.