DEPORTES
Sensación “Casa tomada”
Los periodistas deportivos que no viajan a los Mundiales suelen estar molestos durante su desarrollo. No sólo porque trabajan a destajo para que otros, alguien, se luzcan, eso es una ley no escrita del periodismo, sino también por la invasión a que se ven sometidos, sin posibilidad de evitarlo. Los invasores son esos millones de seres que los rodean y en muy raras ocasiones lucen interesados por el fútbol, pero una vez cada cuatro años se convierten en adictos, y actúan como expertos. Los periodistas deportivos lucen para los Mundiales como los hermanos de “Casa tomada”, un cuento magistral de Julio Cortázar, con la ventaja de que saben el final de la historia. Ya pasará este mes de mierda, y todo volverá a su lugar, se consuelan en voz baja.
Los futbolmaníacos, acaso periodistas deportivos en potencia, son víctimas de la misma invasión, pero la disfrutan: en un mes triunfan todas sus tesis. Las mujeres les preguntan una y otra vez qué coño es jugar al offside, los hijos los miran como autoridades y por una vez los escuchan, de una vez por todas, tiene alguna utilidad saber cómo la pisa Okocha. Los futbolmaníacos no se sienten como un país arrasado por el enemigo durante los Mundiales, sino, por el contrario, como un grupo de iluminados que, por fin, reciben el reconocimiento de las multitudes. Eso sí, que las multitudes no jodan a la hora de ver los partidos, que son rituales. Antes, durante y después, escuchar cómo los demás se entusiasman con lo que para ellos es la sal de la vida suena a frase de Juan Domingo Perón, a una música maravillosa en los oídos.
Los periodistas deportivos saben que Argentina es un país muy generoso, y se dan rosca con eso. Si se cae un avión de Lapa, hay docenas de expertos en accidentes de aviación, recuerdan. Si un presidente renuncia, miles de tipos sabían que eso iba a pasar, machacan. Si vuelan las Torres Gemelas, subrayan, brotan como los hongos expertos en terrorismo islámico. Si hay un Mundial, explotan, todo el mundo tiene una teoría para demostrar por qué Batistuta es mejor que Crespo, por qué el Piojo López no puede jugar, por qué Gustavo López tendría que ser puntero izquierdo. Si en un momento se sulfuran, por una discusión que se prometieron no empezar, le espetarán al entrometido: pero ¿cuándo fue la última vez que fuiste a la cancha, vos? Para un periodista deportivo, sólo pueden hablar de fútbol en serio los que pisan los estadios. Suena ridículo, pero es así.
Para los futbolmaníacos televisivos estas horas de vigilia son gloriosas, y en absoluto problemáticas. Unos organizan maratones de pizza, birra y faso para la velada que rematará con el pitazo inicial de Argentina-Nigeria. Otros, asados tardíos para empalmar los postres con el partido. Hay quienes ya saben que comerán empanadas antes de las doce de la noche, luego conversarán y tomarán café y más tarde se sentarán en tal o cual sillón a esperar que Verón demuestre en este Mundial que está a la altura de sus sueños. Por si hay hambre en el entretiempo, ya compraron queso y salamín. Los futbolmaníacos ven el Mundial como un paraíso de un mes, que llega con la exactitud necesaria como para poder saborearlo primero y extrañarlo después.