Escrituras sagradas y algunas tradiciones más o menos profanas también dan cuenta de Caín y Abel como hijos de los muy primeros Adán y Eva. Caín el “malo”, Abel “el bueno”. Podría ser la primera antinomia de la humanidad. Desde entonces y hasta ahora se han dado en el mundo infinitas más. Entre nosotros, y con el nacimiento de la Patria, la encarnación del primer enfrentamiento que trascendió en la historia –como sabiamente definió Arturo Jauretche, así como la política es la historia del presente, la historia es la política del pasado– fue el de Mariano Moreno con Cornelio Saavedra. Después, entre otros muchos enconos, unitarios y federales, porteños y provincianos (como “chupandinos” y “pandilleros” los señala Miguel Cané en Juvenilia), mitristas y urquicistas, conservadores y radicales, peronistas y antiperonistas, y demás. Fuera de la política y de la historia, Ford y Chevrolet, Gatica y Prada, River y Boca, así como Racing e Independiente, San Lorenzo y Huracán, Colón y Unión, Gimnasia y Estudiantes, Rosario Central y Newell’s, Piazzolla y Héctor Varela, Sandro y Palito, Redondos y Soda Stereo, tantísimos más. Pero en general, como antinómicos que eran los personajes, las cosas o los conceptos, había y hay que optar.

Con el bellísimo –sí, bellísimo– gol de Messi al Getafe, parte de la generalizada tilinguería decidió fabricar una nueva antinomia, oponiéndole el gol de Diego Maradona a los ingleses en el Mundial de 1986. Hasta se hicieron encuestas callejeras. En su “Cada loco con su tema”, Joan Manuel Serrat propone un permanente elegir entre dos opuestos. Y en cada caso opta: la revolución a las pesadillas, un sioux al séptimo de caballería, bailar a desfilar y, muy especialmente, disfrutar a medir. Disfrutemos de los dos goles. El de Diego y el de Messi. No tratemos de medir cuál fue mejor. Porque los dos fueron igualmente mejores... aunque paradójicamente no hayan sido iguales.