Viernes, 20 de abril de 2007 | Hoy
A dos días de las elecciones, el ministro Sarkozy lidera las encuestas, pero no ganaría en primera vuelta. La socialista Royal y el centrista Bayrou se disputan el segundo lugar en el ballottage, pero nadie se anima a descartar otra sorpresa del neofascista Le Pen.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Con la estrategia orientada hacia los millones de electores indecisos (37 por ciento) que siembran de incertidumbre la elección presidencial francesa, los principales candidatos cerraron ayer sus campañas electorales con agitados meetings a lo largo del país. De los 12 candidatos, cuatro tienen la clave de la victoria. La socialista Ségolène Royal puso fin a su campana en Toulouse (sudoeste), el conservador Nicolas Sarkozy en Marsella, el centrista François Bayrou, de cuyos electores volátiles depende en gran parte la consulta, lo hizo en Peau y el líder de la extrema derecha, Jean Marie Le Pen, en Niza. El fin de la campaña oficial deja dos días de reflexión a los votantes para que los ilumine una corriente en un clima donde las preferencias del voto navegan entre sombras. Como lo resumió ayer uno de los responsables de la consultora Sofres, Emmanuel Rivière: “Lo que está perfectamente claro es la indecisión”.
Ségolène Royal sacó ayer la artillería para atacar a su rival más directo, Nicolas Sarkozy, ante quien se presentó como la candidata de la libertad contra la candidatura del miedo: “fractura republicana”, “máscara del miedo”, Royal esbozó un retrato de Sarkozy en el que el candidato conservador apareció como un hombre que iba a someter a Francia al peso exclusivo de su influencia. La representante socialista volvió a insistir en la necesidad de un voto “coherente” y “útil” a fin de tocar las conciencias de quienes, a la izquierda, estarían tentados por el voto a favor del centrista François Bayrou, la amenaza más directa que acecha a Ségolène Royal en su ambición de figurar en la segunda vuelta el 6 de mayo. Tomada de la mano del presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, que vino a apoyar su candidatura, Royal parafraseó un texto de Louis Aragón que dice: “Un solo deseo basta para poblar un mundo”. Moderada hasta ahora, la socialista francesa evocó una Francia “amenazada por la fractura republicana” y citó las barbaridades más gruesas dichas en los últimos tiempos por Sarkozy: “Es inaceptable perseguir los genes de la delincuencia desde los tres años” o evocar “el enigma genocida del pueblo alemán que escaparía a lo racional”. Ambas frases se referían a las declaraciones de Sarkozy sobre el determinismo genético de los delincuentes y el pasado nazi de Alemania. En un tono guerrero, Royal afirmó que el proyecto del candidato conservador “consiste en tomar el poder. El mío consiste en devolvérselo a ustedes para escribir la historia con ustedes. Su proyecto es él, el mío son ustedes”. Ségolène Royal, apodada “la Zapatera”, rindió un extenso homenaje al jefe del gobierno español, tanto por haber ganado las elecciones como por haber cumplido con su promesa de retirar las tropas españolas de Irak. Zapatero se portó como un poeta romántico a la hora de hablar de la candidata socialista, ante quien “Francia se ilumina”, según dijo. Luego invitó a las 15 mil personas que ocupaban el Parque de Exposiciones a no esperar a votar por el PS en la segunda vuelta: “La izquierda no nació para esperar, nació para ganar lo más rápido posible”.
Los socialistas atacaron a Sarkozy en el costado más oscuro de su imagen: el del hombre que infunde miedo, incontrolable, policial, sediento de poder y democráticamente peligroso. Ese matiz se acentuó en los últimos días. En las calles de París, es sorprendente constatar que la mayoría de los afiches de Sarkozy han sido desfigurados con pintadas y agregados que lo presentan como un pequeño Hitler. Ayer, en Marsella, el candidato de la UMP hizo caso omiso del aura que lo persigue y se presentó como una protección contra lo peor. “Si los franceses que sufren, si aquellos que se sienten humillados y desesperados se vuelven cada vez más numerosos, si su sufrimiento se torna cada vez más insoportable, entonces Francia se cerrará y se arrojará en los brazos de los extremos”. Nicolas Sarkozy se propuso como el interlocutor de la “Francia infeliz” que, hace cinco años, condujo al jefe de la extrema derecha a la segunda vuelta de la elección presidencial y que en 2002 votó contra el Tratado Constitucional Europeo. Interlocutor y reconciliador de esa “Francia infeliz” con la “Francia feliz” que votó a favor del Tratado (finalmente rechazado por una mayoría de electores). El ex ministro de Interior dijo querer hablar con los decepcionados de la política, con “aquellos que se sienten traicionados por una izquierda que no escucha más al pueblo” y con aquellos que “se fueron hacia los extremos como un pedido de socorro”. Sarkozy corrigió in extremis sus coqueteos con la extrema derecha. En las últimas semanas de campaña, el representante de la UMP salió a la caza del voto de la ultraderecha con una salva de declaraciones destinadas a recuperar parte de ese electorado. Ello le valió fuertes críticas y asustó a un segmento del electorado capaz de votar por él pero no a ese precio. En Marsella, Sarkozy aclaró: “Mi Francia no es la de Le Pen, porque mi Francia no es una raza, mi Francia no es una etnia, mi Francia no es una exclusión, mi Francia no es el odio del otro, mi Francia es, por el contrario, la fraternidad para el otro. Frase, sin duda, tardía para disipar la desastrosa impresión que dejaron sus más recientes intervenciones públicas como sus decisiones políticas cuando era ministro de Interior. La famosa expresión de “escoria” empleada en un suburbio francés antes de los disturbios que estallaron en las zonas periféricas es una medalla que siempre brilla en su pecho.
Los otros dos candidatos que juegan un papel decisivo en esta primera vuelta, Jean Marie Le Pen y François Bayrou, terminaron su periplo electoral con promesas y cantos medievales. El centrista Bayrou prometió una “revolución naranja” y, con legítima razón, consagró buena parte de su intervención a criticar un editorial asesino publicado ayer por el diario Le Monde y firmado por su director, Jean-Marie Colombani. Este señor, que es a la vez director del diario y presidente del grupo Le Monde, o sea, periodista y empresario, escribió que era una suerte de “imperativo democrático” que en la segunda vuelta hubiese un candidato del PS y otro de la UMP. En suma, Colombani se olvidó de que existen otros 10 candidatos y de que Bayrou es una variable que puede trastornar todo el juego. Ocurre a menudo con el director de Le Monde que sus lectores no sepan si el que escribe es el empresario o el periodista. Por último, Jean Marie Le Pen se siguió mostrando convencido de que estará otra vez presente en la segunda vuelta. Le Pen dijo que sentía el cambio “insinuarse en el horizonte como un signo del cielo”. Ninguna encuesta de opinión lo sitúa en ese horizonte. Hace cinco años tampoco y, sin embargo, se incrustó en él. Por ahora, según las encuestas, Nicolas Sarkozy camina solo en el horizonte de la segunda vuelta con un máximo de intenciones de voto. La segunda es Ségolène Royal y el tercero François Bayrou. Entre ellos dos estaría el adversario final de Sarkozy.
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