Martes, 13 de julio de 2010 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por César Luis Menotti *
El primer Mundial desarrollado en continente africano dejó por encima de todo la incuestionable e inédita consagración de España como campeón. Una muy buena noticia para el juego. No hubo muchas más y sí demasiado por discutir. Mientras se iban sucediendo los partidos tuve la sensación de que son demasiados los equipos que están de más, que el buen juego es por estos tiempos virtud de muy pocos y que el espectáculo y la sobrecargada lucha mediática siguen gozando de muy buena salud.
Así se utiliza un Mundial: el que gana vende, el éxito no se analiza. Así sucedió hace cuatro años en Alemania, cuando se dijo que el fútbol era de Italia, aunque haya sido uno de los que peor había jugado. Llovieron los elogios al campeón, que la disciplina táctica, que eran especialistas en este tipo de competencia...
Las voces del utilitarismo volvieron a escucharse fuerte en Sudáfrica. Cayeron con todo el peso de su miserable condición encima de España y Alemania, coincidiendo con sus derrotas en la fase de grupos.
Pero aquellas fueron derrotas en el resultado, no en el juego. El tiempo puso las cosas en su lugar, Serbia y Suiza se fueron temprano a casa, sin siquiera superar la primera instancia, y españoles y alemanes, auténticos defensores de la idea de jugar para ganar jugando, se encontraron y protagonizaron el mejor partido del Mundial. Inolvidable. Ganó España. No perdió nadie. En el juego ganamos todos.
Me pregunto qué dirán ahora aquellos que amparados en su cobardía e ignorancia se atreven a decir que “cuando hay mucho en juego es muy difícil jugar bien y brindar buenos espectáculos”. Muchachos... les recomiendo humildemente, ustedes siempre tan afectos al uso de videocaseteras o compacteras, dejen a un costado por dos horas los pizarrones magnéticos, la pelota parada y disparada, y tómense la molestia de ver (y disfruten) un señor partido de fútbol, entre dos señores equipos como España y Alemania que, si no recuerdo mal, se jugaban poquito, apenas un boleto a la final de un Mundial...
En su camino al título, España mostró una capacidad estratégica como hace tiempo no se veía y asumió la búsqueda del resultado desde dos facetas fundamentales: pressing corto para recuperar, poniendo al equipo en campo contrario, asumiendo responsablemente esta estrategia de recuperación de la pelota. Con ella en los pies, entonces el comienzo de la elaboración, que no es otra cosa que buscar el tiempo y espacio que le sea más favorable.
La pelota feliz y bien tratada va de un pie a otro, corto, repetido, ancho para poder ser profundo, si se puede en uno, o en dos, o en 10 o 20. Lo que haga falta. Todos los toques necesarios y el permanente compromiso de participación no sólo de Xavi, Iniesta, Pedro, Busquets, también de los cuatro defensores. Todos a jugar para decirle a Villa la mesa está servida.
El fútbol es espacio, tiempo y engaño, pero además ¡qué lindo es jugar con la pelota!, si hasta parece que uno no se cansa nunca. Y qué feo es correr detrás de la pelota.
Cuando se trata de forzar la acción, España tiene todas las variantes. Nunca intenta dividir, prefiere adueñarse del juego para encontrar la zona de definición. También tiene la posibilidad de generar acciones forzadas desde la habilidad individual.
Hay otras virtudes notorias en esta selección española: tiene precisión y pasegol, muy buena media distancia y enormes pequeñas sociedades como Piqué-Puyol o Iniesta-Xavi.
Es imposible para los especialistas en números de teléfono saber cómo juega España. Se me ocurre que casi como el Barcelona. ¿Y cómo juega el Barça? 1-2-3-4-5-6-7-8-9-10-11, 8-9-10-4-5-8, 5-4-1-0... ¡Ah! Todos estos números tienen una misma característica: España juega muy bien al fútbol, después marque los números que quiera.
Este equipo español deja al mundo del fútbol un mensaje claro y preciso: también se puede ser campeón del mundo jugando bien.
La final fue durísima para España. Holanda le propuso un no-juego, interrumpió con una agresividad siempre al filo del reglamento y muchas veces contó con la complicidad del árbitro, de pésima actuación. Así sostuvo el no-juego, lo llevó a España, lo arrastró a jugar el partido que Holanda quería. Pero medio equipo amonestado y un expulsado fue un costo demasiado alto para los holandeses. Sumado a que ya España había encontrado sintonía fina en Fábregas e Iniesta, las acciones se volcaron en favor del equipo más generoso, más valiente, ese que siempre buscó la victoria.
España fue lo mejor del Mundial. Un justo campeón. Alemania hubiese realzado esta final, sin dudas. Holanda perdió otra final, la tercera en su historia. En las anteriores (1974 y 1978) lo hizo tratando de imponer el protagonismo, condición que el domingo en Sudáfrica regaló.
De dpa. Especial para Página/12
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