DISCOS › “RESPECT”, UNA RECOPILACION TOTAL DE ARETHA FRANKLIN
De la iglesia al reino soul
En los dos CD está todo lo que la puso en la historia, un mapa para disfrutar a fondo de una figura capital en la cultura negra.
Por Eduardo Fabregat
De cantante religiosa a Dama del Soul. De una etapa inicial confusa y sin dirección a una época dorada en la que reinó con toda majestad, y de allí a una madurez tranquila y sin exigencias, en la que se dio el lujo de volver a perder un poco el rumbo y visitar demasiadas veces el territorio del pop con poca sustancia, el imperio del productor sobre el instinto artístico. No importa. La señora se llama Aretha Franklin, y a ella se le debe perdonar todo. Si hubiera que mencionar una sola razón para semejante prueba de confianza, basta una palabra: Respeto. “Respect” fue la canción con la que en 1967 la señora Franklin demostró que era mucho más que una estrellita poco brillante del sello Columbia. “Respect” fue adoptada por la población afroamericana de Estados Unidos como himno de resistencia y orgullo negro. Respect es, también, el primer track y el título de un formidable compilado que acaba de aparecer en el mercado argentino, y que a lo largo de sus dos discos ofrece todas las demás razones que el escéptico pueda necesitar para convencerse.
Parece imposible resumir el largo historial de la cantante y pianista nacida hace sesenta años en ese caldo de cultura negra llamado Memphis. Sí puede comenzarse por una paradoja: a pesar de ser alguien cuyo talento queda fuera de toda duda, su éxito y su permanencia en la historia se debe a un golpe de suerte, un azar que la cruzó con la persona justa en el momento indicado. Esa persona fue Jerry Wexler, quien en 1966 la rescató de la mediocridad a la que parecía condenada por el repertorio que le elegían en Columbia. Wexler, un avispado productor del sello Atlantic, vio el diamante en bruto y encontró la manera de pulirlo: sacándole el karma de los standards de jazz y las cancioncitas tontas, le indicó a Aretha que se sumergiera sin miedo en el universo soul, le armó una banda de apoyo con músicos de rhythm and blues y le puso delante “I never loved a man (the way I love you)”.
En los dos años siguientes, seguramente alguien en Columbia perdió su trabajo: sin esfuerzo, poniendo a todo Estados Unidos a sus pies con una voz y una actitud que erizaba la piel, Aretha Franklin metió nada menos que diez canciones en el Top Ten. Podría argumentarse que también Britney Spears se pasea tranquila por los charts, pero hay una pequeña diferencia de títulos: sólo un sordo podría relativizar joyas como “Chain of fools”, “I say a little prayer” (Bacharach/David), “Think” (que en los ‘80 resurgiría con fuerza gracias a su aparición en ese delirio fílmico llamado The Blues Brothers), “Dark end of the street”, “Son of a preacher man” y, claro, “Respect”, firmada nada menos que por Otis Redding. En los albores de la década del ‘70, Franklin era una reina sin discusión.
El trayecto no es tan curioso, si se tiene en cuenta dónde se fogueó la cantante. Hija del reverendo C. L. Franklin, la pequeña Aretha comenzó a distinguirse en la iglesia de Detroit donde su padre convocaba pequeñas multitudes, y a los diez años ya giraba con el coro por todo el país. Por ello, su primera grabación, a los 14, fue un disco gospel para el sello Chess: un género al que, como tantas otras ramas de lo afroamericano –el blues, el soul, el rhythm & blues–, recurriría para darle forma a esa mezcla indefinible pero potente que la hizo grande.
Las 43 canciones de Respect dan buena cuenta de esa construcción de un repertorio demoledor, así como también de los matices que surgieron después. Nadie en la música está exento de los traspiés, y así fue como, acercándose a los ‘80, Franklin se acomodó en su status de leyenda y fue coqueteando con canciones menos sólidas. Nada de eso afectó su aureola. Aún en duetos poco alimenticios como “I knew you were waiting (for me)” (con George Michael, en 1986) o “Love all the hurt away” (con George Benson, 1981), su voz brilla con el mismo garbo de siempre. Y el disco ofrece también el notable choque de culturas con Annie Lennox para “Sisters are doin’ for themselves”, que Eurythmics grabó en 1985 y que gana por escándalo en su historial de los ‘80. Su último golpe en los charts data de 1997, cuando Lauryn Hill quiso cerrar su propio círculo escribiéndole y produciendo “A rose is still a rose”. Apropiada frase para Lady Soul, la chiquita que inflamó corazones desde la iglesia y sedujo a las almas sensibles con canciones de amor desgarrado. Respeto: hay reinas que nunca abdican.