ESPECTáCULOS › MAURICIO KARTUN EXHIBE SU PASION DE ARCHIVISTA EN LA MUESTRA “¡MASCARITA...!”
“El creador es como un cartonero cultural”
El dramaturgo es un minucioso recolector de toda clase de objetos de tiempos pasados. Revisando su colección de fotos de disfraces de Carnaval, descubrió que había una historia digna de ser contada. Hoy, las más de doscientas imágenes recopiladas pueden verse en el Teatro San Martín.
Por Karina Micheletto
Hay algunas más clásicas: el pierrot, los pollitos, los vascos lecheros, el españolito. Otras son más rebuscadas: la ciudad nocturna, la sota de los naipes españoles. Son imágenes que aparecían cada febrero en ciudades y pueblos que se fueron hace cincuenta años, que albergaban en sus febreros la fiesta del Carnaval, multiplicada por los clubes y comparsas de barrio. Un ritual esperado con largos y trabajosos preparativos. Durante décadas, los estudios fotográficos de barrio retrataron los disfraces que miles de madres cosieron amorosamente. O las comparsas y murgas que implicaban un despliegue colectivo en el que se jugaba mucho más que la aspiración a un premio.
Muchas de esas fotos, que solían copiarse en cantidad para regalar a los parientes cercanos o a los que habían quedado en Europa, permanecieron en los cajones familiares, y con el tiempo empezaron a abundar en los mercados de pulgas. Hasta que a alguien se le ocurrió reunirlas, clasificarlas, averiguar en viejos libros de fotografía sus orígenes, buscar en los ejemplares de Caras y Caretas los nombres de los modelos de disfraces, por puro placer de juntador de historias. Y a otro alguien se le ocurrió que podía ser un buen tema para una muestra que muestre algo del pasado reciente. Así surgió ¡Mascarita...!, una muestra integrada por doscientas de las más de 3500 fotografías de Carnaval que el dramaturgo Mauricio Kartun acumuló pacientemente, algunas de las cuales datan de fines de siglo XIX. Curada por el fotógrafo Juan Travnik, la muestra se expone en la fotogalería del Teatro San Martín, hasta el 4 de marzo, con entrada gratuita.
A Mauricio Kartun le apasiona juntar. Y además de juntar material sobre teatro, sobre anarquismo (un tema sobre el que hizo la obra Sacco y Vanzetti, que se repuso el año pasado en Italia), es un juntador de fotos de Carnaval. “Son fotos que cobran valor cuando aparece un fotógrafo de alto criterio como Travnik, que las selecciona, las ordena, las pone por temas y hasta les encuentra una armonía formal. Pero en realidad son fotografías de un peso”, advierte Kartun. Aunque ahora, cuenta, algunos vendedores sacan un provecho inesperado de la muestra: “Es que éstas se coleccionan”, le explican ante el reclamo por la repentina suba de los precios.
El living de la casa del dramaturgo está poblado por muñecos de goma cuidadosamente alineados, carteles, cuadros, fotos, cajones de Bidú Cola, Vascolet, Indian Tonic y Naranja Blitz, libros amarillos por donde se mire. El dato común es que todo tiene varias décadas de antigüedad. “Y eso que hace seis meses pintamos el departamento y sacamos un 70 por ciento de las cosas”, aclara. De cualquier modo, es fácil advertir que es la casa de un juntador empedernido. Kartun reniega de la idea de “coleccionista”, y prefiere definirse como “archivista”: “El concepto de colección tiene algo de amarrete, de acaparamiento y competencia. Yo prefiero hablar de archivos, que es una acumulación abierta y tiene un sentido de circulación. Mi archivo está siempre abierto, vienen desde canales de cable hasta investigadores de todo tipo a buscar cosas. Cuando la energía no circula, se estanca”, asegura.
Kartun cuenta que hace años Osvaldo Soriano, en una conversación casual, puso en palabras lo que a él le pasa con sus archivos: “De regreso de una feria del libro en Mendoza, coincidí con él en el avión. Vi que no traía ningún libro, mientras que yo venía cargado. Le pregunté: ‘¿Cómo, no te regalaron nada?’. Me dijo que todos los libros que había recibido los había dejado en el hotel, para que los llevara la gente. ‘¿Qué sentido tiene guardar un libro que no vas a leer?’, me explicó. ‘Yo apenas tengo tiempo para leer lo que realmente me interesa. Y un libro le puede cambiar la vida a alguien, lo puede hacer disfrutar tres horas, o puede hacerle ganar un peso en una mesa de canje. Guardarlo en mi biblioteca sin leersería un acto tacaño.’ Eso es exactamente lo que yo pienso”, define el juntador en diálogo con Página/12.
–¿Cómo comenzó a juntar las fotos de Carnaval?
–Tengo tres fotos de mi infancia, que me muestran víctima de la pasión hispánica de mi vieja, que era asturiana, y todos los años me disfrazaba. Siempre las guardé con especial cariño. Además, el tema del Carnaval me gusta mucho, lo investigué en el ‘70, y publiqué un par de artículos en la revista Crisis. Como dramaturgo escribí Chau Misterix, cuyo contexto transcurre en el Carnaval. Y, por supuesto, a esto se suma la pasión de juntar cosas. Todo se va vinculando. De hecho, la última obra que escribí transcurre en un estudio fotográfico de principios de siglo. Ahí encontraron sentido las pilas de libros viejos sobre técnica fotográfica, que en su momento compré para entender cómo se hacían las fotos.
–¿Recuerda esos momentos disfrazado de asturiano?
–¡Por supuesto! Los recuerdo de manera oprobiosa. ¿Sabe lo que es que a uno lo disfracen y lo lleven con la boca pintada de rouge al club donde uno juega al fútbol? Era duro, pero era parte del compromiso urbano.
–Su pasión por juntar cosas adquiere un valor especial, en un país que no se caracteriza precisamente por conservar su historia.
–Ese es el problema. Las grandes colecciones de documentos argentinos están en el exterior. Se pagan precios comunes de plaza y se llevan material valiosísimo de un país que fue una usina cultural. El mayor archivo de documentos sobre anarquismo argentino, por ejemplo, está en Amsterdam. ¿Por qué lo tienen ellos? Porque aquí se quemaba o se rompía. Otra cosa inexplicable es que acá no existan cartoneros oficiales, gente especializada en buscar y comprar, como en cualquier biblioteca importante del mundo. Pero, bueno, si no existe interés por conservar lo que hay, menos se van a dedicar a buscar más...
–¿Y usted cómo realiza esa búsqueda?
–Desde hace años recorro sistemáticamente mercados de pulgas y lugares donde se acumulan papeles viejos. Porque me gusta, y porque se relaciona con mi actividad creativa. Tengo claro que todo artista trabaja sobre el descarte, en una zona basurera. Una imagen sobre la que uno escribe es algo que no tiene ningún valor, es desecho. Todo creador es un cartonero cultural, un tipo que busca en el desecho, en lo que no sirve, y lo prestigia en el sortilegio del hecho poético. Como dramaturgo yo tomo algo que vi, escuché, encontré por ahí, y trato de convertirlo poéticamente en un relato.
–¿Qué comentarios recibe de la muestra?
–Siempre aparecen historias detrás de cada foto. La gente se reconoce, o encuentra a un pariente en una foto, buscan mi número en la guía y me lo cuentan emocionados, y me piden una copia. Una vez publiqué una nota sobre el tema con la foto de dos hermanitos con el disfraz “Fantasía portuguesa”. Y a los tres días llegaron a la redacción dos viejitos de 80 y 82 años, que ahora viven juntos, preguntando: “¿Cómo tienen nuestra foto?”. Siempre surgen historias como ésa, que le dan a mi trabajo un valor agregado muy especial.