Lunes, 31 de marzo de 2008 | Hoy
ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE
La evolución de los ingresos de los trabajadores formales ha mejorado en los últimos años, aunque a ritmo más pausado en 2007. Página/12 convocó a dos economistas especialistas en el mercado laboral para analizar las perspectivas de esa variable clave de la economía.
Por Javier Lindenboim *
Se ha reiterado a menudo que la cantidad de dinero recibida a fin de mes por el trabajador no tiene mucho sentido si no se la relaciona con el costo que tiene para él adquirir lo que necesita con su familia para sus gastos cotidianos. Esa es, nada menos, la diferencia entre lo que se denomina el salario nominal y el salario real. Para el cálculo de este último hace falta saber cuánto varió el primero y cuánto lo hicieron los precios de aquellos bienes o servicios que se compran.
Sabemos también que la pretensión de ocultar dicha variación de precios, concretada desafortunadamente por el Gobierno desde hace más de un año a través del falseamiento de los datos del índice de precios respectivo, no puede tapar la realidad que cotidianamente golpea en los bolsillos. Tanto es así que los acuerdos salariales firmados en los meses recientes no han utilizado como referente al maltratado IPC. Más aún, el número no es creído ni tenido en cuenta por las propias autoridades. Ello se refleja en el hecho de que no se haya argumentado a favor de un hecho que, de ser cierto, merecería el caluroso apoyo: los valores de incremento salarial equivalen a dos veces y media el del índice oficial, lo cual implicaría tal aumento de la capacidad de compra salarial que justificaría una gran campaña publicitaria. Pero tal hecho no se ha escuchado, lo que se explica por el sinsentido del número referencial.
Pese a todo esto puede ser más o menos perceptible. Hay otros elementos en cambio menos evidentes. Uno de ellos alude al significado económico, social y político de la diversa rapidez con que pueden cambiar los precios. Cuando se habla de “la torta” a repartir de lo que se trata es de dimensionar cuánto es capaz de producir un país en un plazo dado. Para eso imaginamos un enorme registro en el que se multiplican las cantidades elaboradas por los precios correspondientes. Todo esto, sumando todos los bienes finales (de consumo, de inversión o de exportación) se resume en el Producto.
Lo peculiar es que todo ese valor (una vez quitados los impuestos indirectos) es apropiado por el empleador y por el asalariado. De donde la disputa básica por la distribución del ingreso se dirime en ese marco. Y si los precios de los bienes y servicios aumentan más rápido que las remuneraciones de los trabajadores es probable que estos últimos sigan perdiendo su participación general.
En los años recientes dicha participación ha mostrado cierta recuperación desde las honduras evidenciadas en el marco de la crisis de 2001-2002 como consecuencia, principalmente, de la notable recuperación del número de puestos de trabajo creados (aunque ese ritmo declinó de manera preocupante en 2007, según los escasos y poco confiables datos disponibles). Además, la mejora del salario medio se ve restringida por la subsistencia de una enorme porción de asalariados precarios o desprotegidos. En resumen, los trabajadores mejoraron su “tajada” respecto de la crisis de fin de siglo pero aún no alcanzaron los valores registrados a principios de los años noventa, momento en el que nadie diría –razonablemente– que el sector del trabajo atravesaba su “mejor momento”.
Otro elemento poco visible refiere a la diferencia interna entre los empresarios. La contracara del cambio salarial es que los empresarios están en mejor situación que hace quince años. Ese conjunto es cualquier cosa menos homogéneo. Y ello importa no sólo por razones meramente cuantitativas, sino porque los tamaños suelen expresar ubicaciones funcionales y capacidad de incidencia netamente distintas.
Muy a menudo, los productores medianos y pequeños, sean de la ciudad o del campo, de la industria, el agro o los servicios suelen no percibir que los conflictos con sus trabajadores no necesariamente son los más amenazantes para sus emprendimientos.
* Director del Ceped-UBA. Investigador del Conicet.
Por Fernando Groisman *
Uno de los problemas cruciales de Argentina continúa siendo el bajo nivel de los salarios. Evidentemente una de las consecuencias directas de ello es el riesgo de caer en la pobreza para muchos hogares. Si bien la proporción de pobres se redujo sensiblemente a lo largo de los últimos años, la cifra de aquellos que no acceden a una canasta básica de bienes es todavía elevada (aproximadamente uno de cada cuatro es pobre). Más aún, debe señalarse que una proporción no despreciable de hogares tiene ingresos superiores pero muy cercanos al valor de la línea de pobreza.
Este estado de situación se distingue precisamente por la fuerte expansión de la economía desde la gran crisis de 2001. El crecimiento es categórico: el Producto Bruto Interno se ha expandido a elevadas tasas anuales y lleva una suba acumulada superior al 52 por ciento entre 2002 y 2007. Por su parte el volumen de ocupados creció aproximadamente un 31 por ciento entre mayo de 2002 y el primer trimestre de 2007, excluyendo los planes de empleo, mientras que el poder de compra de los ingresos se incrementó alrededor de un 28 por ciento en el mismo período. Además, el empleo creció más intensamente entre las posiciones asalariadas y desde 2005 se aprecia también una mejora en la calidad de las ocupaciones por cuanto ha aumentado la proporción de asalariados protegidos (aquellos que ocupan puestos de trabajo cubiertos por las normas laborales).
Sin embargo, el comportamiento favorable en estos indicadores debe ser complementado con otras evidencias no menos contundentes. En primer lugar, el salario promedio de los trabajadores precarios representa aproximadamente sólo el 43 por ciento del que perciben los trabajadores protegidos. Esta brecha salarial no ha mostrado una tendencia clara hacia su reducción a lo largo de todo el período. La importancia de esta diferencia radica no sólo en su magnitud sino en la elevada incidencia de los puestos precarios: el 40 por ciento del total de los asalariados reviste en esa condición. Además el salario de estos trabajadores no ha recuperado aún el poder adquisitivo que tenía con anterioridad a la recesión iniciada en 1998. En segundo lugar, los salarios por sector de actividad muestran un comportamiento heterogéneo. En construcción y servicio doméstico, dos de las ramas de actividad en las que se concentra el empleo de los menos calificados, se aprecia que las remuneraciones crecieron fuerte y persistentemente desde 2003 en el primer caso, mientras que en el segundo no han mostrado signos de una significativa recuperación.
Debe tenerse en cuenta que una de las condiciones clave para el mejoramiento de los salarios es un elevado ritmo de creación de empleos, y especialmente de puestos de calidad. La experiencia reciente evidencia que la elevada respuesta del empleo al crecimiento de la producción (la elasticidad Empleo-Producto) exhibe muestras de desaceleración desde 2004. Esta mejora en la productividad del trabajo, que puede ser vista como un avance en la competitividad global de la economía, también implica que para mantener la misma intensidad en la creación de empleo el incremento de la producción debe ser cada vez mayor. Por último, conviene enfatizar que si bien gran parte de los pobres son trabajadores precarios, y viceversa, el fenómeno de los bajos ingresos no se restringe a ellos. Se puede estimar que aun cuando se eliminara la precariedad en las relaciones laborales, es decir bajo la hipótesis de que se formalizara a la totalidad de los puestos de trabajo precarios, la reducción de la pobreza sería de alrededor del 20 por ciento. De lo anterior se deduce que debe transitarse todavía un camino sustancial en la recuperación de los ingresos laborales. Prueba de ello es que, de acuerdo con las últimas estimaciones oficiales disponibles correspondientes al año 2006, la participación de los asalariados en el Valor Bruto de Producción del sector privado de la economía fue del 33,6 por ciento.
* Investigador Conicet-UNGS. Presidente de Asociación de Especialistas en Estudios del Trabajo (ASET).
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