Domingo, 19 de septiembre de 2010 | Hoy
ECONOMíA › OPINION
Por Alfredo Zaiat
La referencia a otras experiencias económicas es un rasgo visible del establishment doméstico y de ciertos analistas con pretensión de cautivar a auditorios desinformados. En diferentes momentos políticos siempre emerge un país modelo a imitar para aprender de sus supuestas bondades. Esa posición desmerece las capacidades locales de generación de un sendero propio de desarrollo. El esquema de razonamiento es tosco pero convocante en el discurso dominante del espacio público: lo bueno está en el exterior y lo malo se encuentra en el ámbito local. Esa forma tan esquemática de abordar una cuestión complicada, como los modelos de desarrollo, inhibe la posibilidad de analizar la complejidad involucrada. Pese a la presencia de casos fallidos, que en el pasado fueron expuestos como ejemplos, ese enfoque de comparaciones livianas es reiterado por representantes del mundo empresario. Antes era Irlanda y España, que se derrumbaron con la reciente crisis europea y, a nivel regional, Chile, que pese a las mejoras continúa con los peores índices de desigualdad de Latinoamérica. Ahora, la estrella del mercado es Perú.
Un reciente libro del periodista y economista Julio Sevares (Por qué crecieron los países que crecieron de editorial Edhasa) analiza la experiencia de varios países. En general, la sabiduría convencional presenta recetas de aplicación universal con garantía de éxito. La historia demuestra lo contrario, señala Sevares, agregando que las condiciones para impulsar la prosperidad son diversas y no responden a “ninguna receta establecida ni dejan lugar para las fórmulas mágicas”. Cada una de las historias tiene “diferentes dotaciones de recursos, sistema político, ubicación geográfica y cultural”, apunta. La obra de Sevares permite inferir que hay decisiones clave para que un país crezca que no son precisamente las que mencionan los organismos internacionales ni las propuestas de grupos económicos locales. Uno de los denominadores comunes que el autor destaca de esos países fue la existencia de “elites decididas a promover el crecimiento apelando al poder del Estado y a la movilización de las voluntades mediante la promoción de ideales de progreso o de fortalecimiento nacional”.
Esta es una característica ausente en gran parte de la elite local, que hoy se expone en el elogio al modelo peruano para impugnar el sendero de crecimiento argentino. Esto es señalado, entre otros hombres de negocios, por el empresario automotor Cristiano Rattazzi. Cuando se observan las cifras de la macroeconomía de Perú resulta indudable que está transitando un ciclo de crecimiento acelerado y sostenido. Economistas y medios de comunicación de la city hablan del “milagro peruano” y la revista Forbes ubica a Perú entre los primeros lugares de un ranking sobre los mejores países para hacer negocios en América latina. Del mismo modo que la Argentina de la década del noventa, hoy el Perú de Alan García es la niña mimada de las finanzas globales por su política de apertura al capital extranjero y su estrategia neoliberal en materia fiscal y monetaria.
Algunos indicadores sobre la evolución de la economía peruana permiten una comprensión más abarcadora. Las robustas estadísticas de crecimiento que exhibe Perú tienen un motor destacado, con una potencia sólo equivalente al petróleo para Venezuela, en los elevados precios de las materias primas que exporta: minerales, productos agrícolas y de pesca. Cien empresas mineras provenientes de Canadá, Australia, Inglaterra, China, Estados Unidos y Australia operan en Perú. El principal producto de exportación es el oro, con despachos por 4369 millones de dólares en el período enero-julio de este año, y luego le sigue minerales de cobre con 3097 millones de dólares. Esas dos materias primas representan el 40,1 por ciento del total de las exportaciones peruanas.
El especialista Felipe Gálvez Condori publicó en el diario peruano Los Andes “La realidad ficticia: ‘el crecimiento económico del Perú’” la opinión del economista de Harvard Michael Porter, quien señaló que el crecimiento económico del Perú no se ha reflejado en beneficio de la mayoría de la población y que, de cierta forma, este crecimiento es un “espejismo” porque “las cifras en azul proceden del alza de las materias primas”. Gálvez Condori destaca que los problemas económicos y sociales de Perú “siguen siendo la baja productividad, la pésima educación, el deficiente sistema de salud, las debilidades en infraestructura física, la desigualdad social, la aplastante corrupción y el alto nivel de informalidad”. También rescata la opinión del filósofo, sacerdote y teólogo peruano Gustavo Gutiérrez Merino: “Contraviniendo la ley de la gravedad, aquí la economía cuando chorrea, chorrea hacia arriba. Sé que no somos de respetar mucho las leyes, pero al menos la de Newton habría que respetarla”. Para agregar que “se dice que el país crece, pero, ¿cómo están los pobres? Además el país crece porque la riqueza aumenta en quienes ya tenían muchas posesiones. El mundo de los pobres disminuye poco. A veces disminuye el índice de pobreza porque el crecimiento demográfico baja. Ciertas mejoras hay, indudablemente, pero seguimos con un grupo inmenso de pobres”.
Acerca de esa cuestión, la periodista peruana Milagros Salas publicó en “De la euforia oficial a la crítica activista”, en la agencia de noticias Inter Press Service (IPS), que en 1991 Perú registraba 23 por ciento de su población indigente, y en 2008 vivían en esa situación 12,6 por ciento de sus habitantes. En los últimos cuatro años este país redujo la pobreza total a 36,2 por ciento, lo que implica que 3,5 millones de personas dejaron de ser pobres. El Llamado Mundial a la Acción contra la Pobreza (GCAP, en sus siglas en inglés) elaboró un informe paralelo a partir de esas cifras oficiales y, si bien reconoce que Perú avanzó en reducir la indigencia, advierte también que en la población en general hay más hambrientos que dos años atrás y que en las zonas rurales este escenario se compara incluso al de 2004. De acuerdo a ese documento, elaborado por el economista Raúl Mauro, esto se debe a que las familias pobres pueden comprar ahora menos alimentos por la inflación internacional de los productos básicos, principalmente en las zonas más alejadas de la capital. Como en todo proceso político y económico existen matices y claroscuro, y el peruano no escapa a esa regla. Pero cuando el establishment lo muestra como el modelo a imitar encierra el deseo de regresar a las fuentes del neoliberalismo. Dani Rodrik, profesor de Política Económica Internacional en la School of Government de la Universidad de Harvard, ilustró en un documento, con un título nada inocente “Después del neoliberalismo, ¿qué?”, que los “países en desarrollo que han sido exitosos son los que siguieron sus propios lineamientos de política económica”. Rodrik destaca que esas estrategias “no necesariamente sirven para otros países, sino que cada uno debe diseñar senderos de desarrollo particulares”. Transitar ese camino en el debate económico sería más enriquecedor que la insistencia del establishment de castigar la autoestima nacional señalando un modelo de país idílico y, por lo tanto, inexistente sólo con el objetivo de regresar a las fuentes del neoliberalismo. En esa tensión que recorre hoy el escenario político mediático, Sevares ilustra en su libro con que “el atraso no es una maldición histórica, sino el resultado de acciones u omisiones deliberadas de las clases dominantes y, en alguna medida, de las sociedades que las sufren, pero que también las sustentan”.
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