Domingo, 29 de mayo de 2011 | Hoy
ECONOMíA › OPINION
Por Martín Granovsky
La relación entre la Argentina y Brasil no despierta gritos de guerra. Apenas susurros. Página/12 pudo saber que las presidentas dieron instrucciones de resolver las diferencias comerciales a nivel técnico. No es que Dilma Rousseff y Cristina Fernández de Kirchner no se metieron. Se metieron. Se metieron para no meterse. A esta altura, sólo un milagro al revés podría convertir en escalada un problema que las presidentas quieren cada vez más pequeño.
Mientras Cristina y Dilma siguen el tema a través de sus equipos más cercanos, el conflicto comercial ni siquiera llegó a nivel de ministros. El jueves que viene habrá reunión de secretarios en Brasilia. Esta vez le tocará al secretario de Industria, Eduardo Bianchi, viajar a Brasil para encontrarse con su colega Alessandro Teixeira. Los dos ya trabajaron juntos en Buenos Aires luego de una conversación previa entre la ministra de Industria, Débora Giorgi, y el embajador brasileño, Enio Cordeiro.
“Hay que ver la foto”, dijo un funcionario que pidió reserva de su nombre. “La Argentina y Brasil comerciaron en 2010 por 33 mil millones de dólares y el volumen sigue aumentando. El piso para 2011 es de 36 mil millones pero la cifra puede ser mucho más alta.”
Como parte del operativo de bajar cualquier histeria, el ministro de Economía, Amado Boudou, recordó que las diferencias alcanzan a productos que representan el 6 por ciento del comercio total entre los dos países.
Brasil detuvo la entrada de 4500 autos terminados en la Argentina como represalia por la aplicación argentina de licencias no automáticas de importación de productos fabricados en Brasil en textiles, electrodomésticos y calzado. En un momento del forcejeo, el Estado brasileño permitió la entrada de mil autos. El gesto fue doble. Por un lado, que quedara claro que la entrada de productos a Brasil podía ser el resultado, también, de un acto discrecional, no automático. Por otro lado, que constara en actas un costado bueno de la discrecionalidad.
El déficit en contra de la Argentina fue de 4 mil millones de dólares el año pasado. En autos justo tuvo superávit: 400 millones de dólares.
La ministra Giorgi dijo hoy que la meta de la reunión del jueves en Brasilia “será buscar una relación comercial equilibrada que permita la continuidad de la reindustrialización de la Argentina, que es la única forma de que ambos países resulten beneficiados”.
Agregó en un comunicado que “ambos gobiernos acordaron fortalecer acciones dirigidas a promover el desarrollo productivo integrado y definirán una agenda de trabajo para los temas estructurales, con especial atención en los sectores sensibles y estratégicos para cada país”.
Brasil y la Argentina son la columna de Sudamérica, la región que junto con Asia sufrió menos la crisis que comenzó en 2008 con la caída de Lehman Brothers.
Pero sufrir menos la crisis no significa vivir en un mundo sencillo. El economista Luiz Gonzaga Belluzzo explicó en el semanario Carta Capital que los sectores financieros que sobrevivieron y aprovecharon los estímulos fiscales de los Estados centrales quieren volver a las condiciones anteriores al 2008, es decir precisamente a las que generaron la crisis. Para ellos son las condiciones normales. Entre otras cosas, por eso aprovechan las tasas más altas en Brasil y lo inundan. En abril último, Brasil debió aumentar el costo del impuesto a los capitales que luego de entrar quisieran salir antes de los 360 días. La inyección de divisas valoriza el real y perjudica la política brasileña de crecimiento. Gonzaga añade que otra de las características de las finanzas actuales es el juego especulativo con las materias primas. Brasil sufre la inyección de capitales y se beneficia por los precios de exportaciones de productos primarios. El riesgo, para Gonzaga Belluzzo, es siempre que un país se endeude, aun sin buscarlo, y quede atado a una trampa que ya sufrieron los países emergentes en 1997-1998: cuando los capitales se van en estampida, dejan de regalo una moneda salvajemente devaluada y una deuda con forma de bomba.
Más primarizada y pequeña, la economía argentina se beneficia por el segundo fenómeno, expresado en especial por la exportación de soja a China. Su problema urgente es otro: el alza de precios les resta competitividad a sus exportaciones industriales. Y algo más: aunque en apariencia la tasa de cambio en Brasil favorezca las exportaciones argentinas, cualquier problema estructural de Brasil terminará siendo perjudicial para la Argentina.
La sintonía política fina no soluciona problemas tan complejos pero ayuda a que sean administrables justo cuando ninguna de las presidentas quiere agregarse líos. Cristina porque va primera en las encuestas. Dilma porque está en plena afirmación de autoridad presidencial (lleva menos de seis meses en el cargo) y afronta estos días un intento de escandalete en torno de los bienes de Antonio Palocci, su jefe de la Casa Civil y uno de los negociadores ante la amplia coalición de gobierno que encabeza el Partido de los Trabajadores. La autoafirmación tuvo una evidencia el jueves, cuando Dilma anunció que vetaría la amnistía votada por el Congreso para los que se habían excedido en la deforestación de Brasil. La cuestión Palocci recién comienza. El disparador fue la compra de un departamento por cuatro millones de dólares en San Pablo cuando Palocci ya había renunciado como ministro de Hacienda de Lula y aún no había asumido como superministro de Dilma.
El funcionario dice que sus ingresos aumentaron por trabajos de consultoría. “En el mercado de capitales y en otros sectores, haber pasado por el Ministerio de Hacienda, por el Banco Nacional de Desarrollo o por el Banco Central proporciona una experiencia única que da un enorme valor a esos profesionales del mercado”, dijo Palocci en un comunicado. “Esa es la razón por la que en pocos años muchos se hicieran banqueros, como Pérsio Arida y André Lara Rezende, Pedro Malán o Maílson da Nobrega.”
Explicación realista pero más bien incómoda, la de Palocci, un médico de profesión que viene del ala más izquierdista del PT y ya como ministro de Lula se destacaba por una peculiaridad: el discurso económico solía ser más ortodoxo que sus medidas. También gustaba presentar como hermosas decisiones que eran, simplemente, inevitables.
Son algunas claves para entender, por estos días, al gigante
y amigo que vive aquí nomás, justo al ladito.
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