Domingo, 29 de septiembre de 2013 | Hoy
ECONOMíA › OPINION
Por Alfredo Zaiat
El debate económico sobre indicadores estadísticos de precios, los números del Presupuesto o la magnitud del crecimiento económico han ingresado en el terreno gaseoso de la categoría “mentira” o “verdad”. Transitar por esa línea orienta a un análisis con cierta tendencia a lo rústico. En ese fango, el emisor de la sentencia recibirá aprobación de acuerdo a la idea preconcebida o a la preferencia política de apoyo o rechazo al gobierno nacional del interlocutor ocasional. Esta dinámica de la evaluación de variables económicas pasó a formar parte de la disputa política electoral y de la construcción del sentido común para la interpretación sobre lo acontecido durante el kirchnerismo.
Este desvío se originó en la deficiente intervención oficial para instrumentar una necesaria reforma en la organización del Instituto Nacional de Estadística y Censos, como también una imprescindible actualización de índices claves, entre los que sobresalen precios al consumidor, línea de pobreza o distribución funcional del ingreso. La notable carencia informativa del Indec en la tarea de divulgación sobre los cambios realizados en un territorio hostil ha derivado en que especialistas en estrujar datos para presentar escenarios de zozobra, con el objetivo de domesticar a la población para que acepte el ajuste con pérdidas de derechos laborales y sociales, alcancen legitimidad en la exposición de sus propios números, también conocidos como “dibujos” en la jerga que utilizan para hablar de estadísticas oficiales.
Así, el FMI, cuyas proyecciones macroeconómicas, estudios técnicos sobre impacto de medidas de ajuste fiscal y los resultados por recetas impuestas a países vulnerables fueron y son un fiasco, se ha convertido en juez sobre la calidad de las estadísticas oficiales. Lo mismo que las calificadores de riesgo internacional (Standard & Poor’s, Moo-dy’s y Fitch) con varios antecedentes recientes de fraude con sus notas a países y compañías. Ese lugar de privilegio también pasó a ser ocupado por los hombres de negocios dedicados a la comercialización de información económica. Paladines indiscutidos en el libre juego de la búsqueda de profecías autocumplidas y en la elaboración de pronósticos fallidos. Ellos encontraron refugio al desprestigio provocado por sus desaciertos en la muletilla “el dibujo del Indec”. Las cifras que difunden cada mes sobre el recorrido de los precios, sin precisar metodología ni alcance de la muestra ni lugares de captura de datos, han logrado aceptación social con el indisimulado apoyo de grandes medios y grupos de oposición pese a la fragilidad técnica de esos indicadores.
Conociendo antecedentes lejanos y recientes de esos protagonistas, se requiere de una férrea voluntad militante para dar crédito a las cifras que ofrecen. Es legítima las dudas sobre el Indec, pero avalar la de esas usinas es un acto de fe mística.
En ese escenario resbaladizo de las estadísticas se está desarrollando una disputa política acerca de los resultados económicos y sociales del ciclo kirchnerista, con el objetivo de proyectarse sobre la lectura histórica de este período político. La línea argumental por derecha e izquierda es explícita: no bajó la pobreza ni la indigencia, no hubo tanto crecimiento económico, las jubilaciones no avanzaron, las condiciones sociales y laborales no mejoraron, no ha habido industrialización y tampoco desendeudamiento. El destino de esta interpretación se dirimirá, por un lado, en el espacio político, y por otro, en el devenir histórico. Mientras, para aquellos que tienen la ambición de comprender más que de pontificar, existe abundante información local e internacional, diversas investigaciones cuantitativas y cualitativas privadas y públicas, nacionales y del exterior, para abordar esas cuestiones eludiendo ordinarias evaluaciones.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha publicado la investigación “Argentina en un mundo incierto: asegurar el desarrollo humano en el siglo XXI” como parte del informe nacional sobre desarrollo humano 2013 de la ONU. Martín Santiago Herrera, representante residente del PNUD, explica en el prólogo que ese documento “es el resultado de un proceso de reflexión, discusión e investigación” y “brinda un panorama de la evolución del desarrollo humano en Argentina, de las tendencias globales que condicionarán su futuro, y de las opciones estratégicas para aprovechar sus oportunidades y mitigar sus riesgos e incertidumbre”.
El informe destaca que, entre 2003 y 2011, “se produjo una suave convergencia hacia niveles más altos de desarrollo humano y una disminución de su desigualdad, motorizada principalmente por mejoras en el nivel y la distribución del ingreso”. Esta conclusión no inhibió para advertir que “estos logros invitan a redoblar esfuerzos para que el país alcance un desarrollo humano congruente con su potencial de recursos, y un grado de igualdad acorde con su historia social, objetivos aún distantes”.
El análisis económico convencional considera que el crecimiento del ingreso per cápita es el objetivo principal de los gobiernos y que es una medición del desarrollo de los países. El PNUD, basado en el enfoque propuesto por el premio Nobel de Economía Amartya Sen, adoptó la idea que el bienestar de las personas es más que su nivel de ingresos, incluyendo como parte del desarrollo humano otros aspectos: tener una buena nutrición (alimentos) y servicios médicos (salud) que permitan gozar de una vida larga y saludable; una mejor educación que posibilite más conocimientos; buenas condiciones de trabajo y tiempo de descanso gratificante; protección contra la violencia; y un sentimiento de participación en la comunidad de pertenencia. “Todas esas dimensiones hacen al desarrollo humano”, explica el documento, para presentar un indicador que trata de reflejarlo: el Indice de Desarrollo Humano (IDH). Este considera tres dimensiones básicas: salud, educación e ingresos.
“La trayectoria del desarrollo humano en Argentina fue ascendente en las últimas tres décadas a pesar de los avatares económicos, sociales y políticos que experimentó el país”, destaca el informe, para precisar que el desempeño se mantuvo siempre por encima del promedio mundial y el de América latina y el Caribe, y por debajo del promedio de la OCDE. La brecha con los países más desarrollados fue disminuyendo, “especialmente luego de 2003”.
El anexo estadístico detalla la evolución del IDH y de sus tres componentes (la escala 1 es el máximo desarrollo humano, y 0 el peor):
1996: 0,785
2001: 0,798
2011: 0,848
El documento del PNUD avanza sobre el concepto del IDH puesto que considera que ese análisis “nada dice sobre la igualdad en la distribución del ingreso”. Entonces, para tener una aproximación cuantitativa del impacto de la desigualdad en el desarrollo humano, elaboraron el Indice de Desarrollo Humano ajustado por Desigualdad (IDHD). Este permite calcular la pérdida en desarrollo humano debida a la distribución desigual entre las tres dimensiones (salud, educación e ingreso) y dentro de cada una de ellas. En ese análisis que profundiza la dimensión de las transformaciones económicas y sociales en estos años se observa una mejora sustancial en la primera década del nuevo siglo: el retroceso en el desarrollo humano debido a la desigualdad de ingresos era de 4,9 por ciento en 2001, baja a 4,3 por ciento en 2006 y al 3,4 por ciento en 2011. Esto significa que las mejoras en el reparto de la riqueza en este período han logrado avances en el bienestar de la población en salud, educación e ingresos (en el desarrollo humano).
“Argentina se caracterizó durante gran parte del siglo XX por ser la sociedad más igualitaria de América latina, con sistemas de salud y educación y niveles de ingresos y seguridad social que facilitaban la movilidad social ascendente”, recuerda el informe del PNUD. Señala que eso comenzó a revertirse en el último cuarto del siglo XX, “especialmente como efecto de una sucesión de experimentos macroeconómicos de consecuencias catastróficas”. Para concluir que aún se está lejos de recuperar aquellos niveles de igualdad y aquella movilidad social, pero “esto podría cambiar si la tendencia de la última década se mantiene y profundiza”.
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