Sábado, 27 de diciembre de 2014 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
Por Alfredo Zaiat
Uno de los debates que se está perfilando como divisoria de aguas en la disputa electoral del año que está por comenzar es sobre el desarrollo económico. Desde el consenso básico de promover el crecimiento, unos plantean que el objetivo es que sea un sendero sostenido en el largo plazo minimizando las fluctuaciones y, por lo tanto, el estallido en crisis. Otros proponen la consolidación de ese crecimiento junto a la meta de maximizar la equidad en la distribución del excedente económico generado durante ese ciclo ascendente. No es una diferencia menor puesto que lo que se define en una y en otra opción es cómo se distribuye la riqueza. No existe una receta única para alcanzar esos objetivos pese a que el discurso instalado por el saber económico convencional no se cansa de sugerir la imitación de experiencias de otros países: antes era España o Irlanda, y hoy es Australia o Noruega. La crisis internacional desmoronó la economía de esos dos primeros países, lo que debería convocar a la prudencia cuando se intenta reemplazarlos por otro par como faros del desarrollo posible. La historia económica enseña que los procesos de desarrollo económico de los países son esencialmente únicos, que tienen su propia idiosincrasia, y que encontrar el modo de concretarlo es uno de los grandes desafíos.
Para abordar esta cuestión se requiere recuperar el potencial analítico del concepto “excedente económico”, puesto que ayuda a la comprensión de las características de los procesos de desarrollo. La definición de excedente ocupa un lugar central en la historia del análisis económico, camino interpretativo que ha sido anulado por la hegemonía prepotente de las corrientes ortodoxas desde la formación, luego formulación, hasta ejecución de los saberes económicos.
La evolución del excedente determina la capacidad que tienen los países para crecer y desarrollarse. Su obtención es el objetivo de la acumulación capitalista. Para comprender sus modos posibles de generación, expansión y distribución es necesario estudiar el propio proceso productivo porque en ese ámbito es donde se despliegan. Indagar sobre cómo el excedente es generado en un país y de qué forma las clases sociales se lo apropian explica el tipo de desarrollo de los países. En definitiva, permite identificar y analizar las potencialidades y limitaciones del proceso de acumulación.
La investigación “Excedente y desarrollo industrial en Argentina: situación y desafíos”, de Fernando Porta, Juan Santarcángelo y Daniel Schteingart, publicada por el Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la Argentina (Cefid-Ar), interviene en ese debate crucial, poco abordado en el análisis económico convencional. Ese documento destaca la relevancia de estimar el excedente generado por el sector industrial en los últimos años y de analizar sus modalidades de distribución entre las clases sociales. Al respecto menciona la investigación de José Sbattella (actual titular de la Unidad de Información Financiera –UIF–) que ha avanzado en la medición del excedente económico para el caso argentino. La conclusión principal del trabajo “Origen, apropiación y destinos del excedente económico en la Argentina de la post-convertibilidad” es que algo más de las dos terceras partes del excedente económico generado por la economía local en ese período se destinó al consumo improductivo, el que en buena medida imita los patrones de consumo de los países centrales. Menos de un tercio fue a inversiones productivas. Esta conducta es limitante para el pasaje del crecimiento al desarrollo.
Porta, Santarcángelo y Schteingart explican que luego del colapso de la convertibilidad, desde 2003 hasta finales de 2011 se ha recorrido “un sendero de crecimiento económico tan dinámico como inédito”. Apuntan que una de las características más salientes es que, por primera vez desde el abandono del modelo de industrialización por sustitución de importaciones, el sector manufacturero ha crecido (sobre todo los primeros años de la post-convertibilidad) a tasas anuales promedio superiores al agregado de la economía. Esa dinámica ha registrado fluctuaciones exhibiendo un menor ritmo desde 2008. A la vez, señalan que esa recuperación no estuvo acompañada por cambios estructurales significativos en el sector. De todos modos, a partir de este crecimiento han resurgido antiguos debates económicos vinculados al rol de los diversos sectores económicos (industria y campo), y sobre las modalidades de generación y apropiación del excedente y de las condiciones de su distribución.
En ese sentido, una de las variables importantes es la evolución de la productividad media del trabajo, estimada a través de la relación entre volumen físico de la producción (valor agregado a precios constantes) y la cantidad de asalariados totales. Es un indicador clave para determinar el modo de apropiación del excedente. En la post-convertibilidad la productividad media industrial creció un 35 por ciento (entre 2002 y 2012). Pero en el subperíodo 2002-2007 la productividad aumentó al 3,7 por ciento anual, resultado de una acelerada expansión de la producción en conjunción con una recomposición positiva del nivel de empleo; mientras que en 2007-2012, en cambio, la tasa anualizada de incremento de la productividad fue del 2,4 por ciento, debido a una desaceleración de la producción, en el marco de un proceso de estancamiento de la creación de empleo.
Respecto a la cuestión distributiva, el documento ofrece las siguientes conclusiones:
- La participación asalariada en el conjunto del valor agregado industrial, después de una recuperación continua desde el piso mínimo registrado en 2003, habría alcanzado en 2012 niveles levemente superiores a los de 1997 (+4 por ciento).
- La dinámica del empleo industrial y, principalmente, la evolución de los salarios reales han sido los factores claves en la recuperación de la participación asalariada; el aumento del salario real es para el conjunto de las ramas industriales, y su nivel promedio fue en 2012 un 40 por ciento superior al de 1997 y duplica al de 2002.
Pese a ese aumento constante de la productividad media del trabajo en la industria, por los impactos destructivos del colapso que la convertibilidad, semejante esfuerzo social sólo alcanzó para que en la actualidad su nivel sólo supere en 13 por ciento al de 1997. En un conjunto de países desarrollados la productividad industrial (promedio simple de 19 países, según datos del Bureau of Labor Statistics de Estados Unidos) se incrementó entre 1997 y 2011 en un 65 por ciento. El saldo es que “la brecha competitiva en este aspecto se habría ampliado significativamente”, señalan.
La forma en que se aplicó el importante excedente durante estos años (más al consumo improductivo que a la inversión) y ese déficit de productividad son factores explicativos para entender la demanda recurrente de devaluación de las fracciones empresariales para ganar competitividad sobre la base de reducir la paridad internacional de los costos laborales. Porta, Santarcángelo y Schteingart advierten que esta situación instala un dilema perverso para los asalariados industriales: la subsistencia de ciertos sectores productivos y el mantenimiento del empleo, dadas las estrategias empresariales predominantes, parece requerir que el conjunto social transfiera excedentes bajo la forma de una devaluación. “En este caso, puede terminar produciéndose una transferencia masiva de recursos del trabajo al capital y, a la vez, entre trabajadores, en un movimiento en el que algunos resignan salarios para que otros permanezcan ocupados”, explican.
Para eludir esa trampa económica y social de la dinámica económica irrumpe un debate decisivo en un año de elecciones presidenciales que puede definir la orientación del destino del excedente y, por lo tanto, el tipo de desarrollo. En esa tensión, para transitar hacia uno con inclusión social, se requiere de una intervención estatal activa para avanzar, según proponen esos tres investigadores, hacia un tejido productivo más denso, complejo e integrado.
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