Domingo, 8 de febrero de 2015 | Hoy
ECONOMíA › OPINIóN
Por Alfredo Zaiat
Una economía con restricción externa, o sea con escasez de divisas, por la pérdida del autoabastecimiento energético y el continuo drenaje de reservas por la fuga de capitales, tiene la opción de una ruinosa devaluación o la búsqueda de financiamiento externo. Las megadevaluaciones equilibran el frente externo con elevados costos en el nivel de actividad, el empleo y los salarios reales. La inesperada y brusca devaluación de enero del año pasado fue una pequeña muestra de esos efectos perturbadores que no resuelven las cuestiones estructurales que sumergen a la economía en la restricción externa y sólo sirven para provocar una fuerte transferencia de ingresos hacia grupos concentrados y dolarizados. Frente a la existencia además de la restricción interna, que se expresa en la imposibilidad de financiarse con recursos propios porque el sector privado prefiere fugar gran parte de sus excedentes, la alternativa de corto plazo para evitar una crisis de proporciones es el financiamiento externo. En esa instancia se abren las siguientes posibilidades: el endeudamiento en el mercado de capitales, la seducción a la inversión extranjera directa o el financiamiento no tradicional vía China y Rusia. En una muestra más de su pragmatismo ante las urgencias que se presentan, alejado de esa lectura vulgar de intransigencia, el kirchnerismo ha intentado cada una de ellas con suerte variada.
El camino para reingresar al mercado voluntario de crédito en condiciones aceptables políticamente tuvo un recorrido que se bloqueó en la última estación, cuando la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos decidió no ocuparse del juicio de los fondos buitre contra Argentina. Antes, con la expectativa de un apoyo de la administración Obama, el gobierno de CFK cerró los litigios con firmas estadounidenses en el tribunal del Ciadi pagando con quita el monto de las sentencias, acordó con Repsol el monto de la indemnización por la expropiación del 51 por ciento de las acciones de YPF, avanzó en la normalización de las relaciones con el FMI aceptando la asistencia técnica para la elaboración del nuevo índice de precios al consumidor y el cambio de base del PIB, y definió el acuerdo de reestructuración de la deuda en default con el Club de París. Un capítulo central de esa estrategia, que en general no es incorporado en los análisis sobre el vínculo con Estados Unidos, fue el convenio de YPF estatal con el gigante petrolero estadounidense Chevron para explotar un área de Vaca Muerta. La primera apertura oficial a ese rico yacimiento de hidrocarburos no convencionales fue en asociación con una compañía estadounidense. A cambio de todas esas muestras de voluntad de atender esos conflictos externos que tenían a Estados Unidos como uno de los principales interesados, el gobierno de CFK esperaba que el de Obama tuviera una actitud activa en el juicio de los fondos buitre. No la tuvo. No exhibió mucha energía en ocuparse del tema; más bien con su omisión en la instancia de la Corte Suprema allanó el camino para las presiones financieras y políticas de los buitres, demorando de ese modo la opción del financiamiento mediante la colocación de deuda en el mercado internacional.
La alternativa de la Inversión Extranjera Directa se enfrentó a la confluencia de dos factores negativos, uno interno y otro externo. El primero está relacionado con la propia restricción externa, puesto que la administración oficial de las divisas escasas ha definido restricciones al giro de utilidades y postergaciones en el pago de importaciones. Multinacionales evalúan con más detenimiento las inversiones en una plaza que les resulta complicado recuperar los dólares para su casa matriz que antes ingresaron. Las tensiones cambiarias con una brecha del 40 al 60 por ciento con el mercado paralelo y el intenso clima político-mediático afectando las expectativas económicas actuaron como un elemento adicional de desaliento a ese tipo de inversión. Ese contexto local se desplegó en uno externo poco favorable por la permanencia de la crisis en Estados Unidos, Europa y Japón. Esto se reflejó en una brusca caída de la inversión extranjera en la región que, según la Cepal, disminuyó 23 por ciento en el primer semestre de 2014 respecto del mismo período del año anterior.
La tercera vía para obtener divisas que permitiría relajar la restricción externa fue la que le ha brindado resultados positivos al gobierno de CFK. Con Rusia ha avanzado en una alianza estratégica que tuvo como primer saldo un acuerdo de YPF con Gazprom para la exploración y producción de gas en el país con una inversión superior a los 1000 millones de dólares. Si bien el convenio está vigente y con expectativas de una pronto ejecución, la inestabilidad económica interna a partir de las sanciones de la UE y Estados Unidos por el conflicto en Ucrania y la caída del precio del petróleo no aseguran la pronta llegada de esas divisas en función a las necesidades locales.
En ese complejo cuadro de situación local e internacional se devela la relevancia del reciente viaje de CFK a China y la firma de 22 acuerdos en el marco de la confirmación de la alianza estratégica integral con la potencia asiática, rubricada en julio del año pasado. China se ha convertido en el principal proveedor de divisas no vinculadas directamente con el comercio exterior que hoy tiene Argentina. Por obras de infraestructura (centrales hidroeléctricas Kirchner y Cepernic, y renovación de la red ferroviaria urbana, de larga distancia y de cargas) y por el swap de monedas. A fines de octubre pasado se activó el primer tramo de ese convenio financiero por unos 11 mil millones de dólares y ya acumula cinco por un total equivalente a 3100 millones de dólares. A la vez, ingresaron unos 288 millones de dólares para el comienzo de esas represas. Estos préstamos no vienen acompañados de condicionalidades, como los que tienen los créditos de organismos financieros multilaterales, o de presiones de la banca internacionales, que exigen a los deudores medidas de austeridad y reformas estructurales. Además de los acuerdos rubricados en diferentes áreas, desde la minería, la espacial, nuclear y de comunicaciones, en la reciente misión a Beijing empezaron tratativas para ampliar las posibilidades de financiamiento para este año.
Despejado el análisis coyuntural sobre la importancia de la alianza con China vinculada a aliviar la restricción externa, con su efecto inmediato en disminuir los factores de inestabilidad económica en un año electoral, los acuerdos y la relación de complementariedad de ambas economías requieren de una prudente evaluación. Aquí empieza a resultar relevante las definiciones políticas sobre el sendero de desarrollo. Si se consolida una relación comercial basada en las ventajas comparativas tradicionales (soja, minerales y petróleo), que refuerza la primarización de la economía, no habría un salto cualitativo de dejar de cumplir el rol de proveedor de materias primas en la división internacional del trabajo (ver nota aparte).
José Bekinschtein, economista de la UBA, profesor de la Universidad Nacional de Quilmes y ex consejero económico de la Argentina en China, aborda ese riesgo en un texto publicado en Voces en el Fénix Nº 26, “El nuevo modelo chino: ¿qué inserción para la Argentina?”: “Sólo cuando se tienen objetivos estratégicos definidos y claridad acerca de los intereses propios pueden disiparse las dudas y miedos. La identificación de esos intereses, la formulación de planes de infraestructura de largo plazo determinando niveles de participación local y extranjera es lo que permitirá una base de negociación amplia, previendo restricciones, con la contraparte más ‘poderosa’”. El especialista explica que en China ha habido un punto de inflexión porque el consumo comenzará a ser en los próximos años la variable más dinámica del crecimiento de su economía. Será así por el acelerado proceso de urbanización, el incremento en los ingresos de la población, mejoras en la red de previsión social y el sistema de salud. Señala que la desproporcionada tasa de ahorro del 50 por ciento de los ingresos disminuirá por el incremento del consumo, estimando que en 2020 habrá unos 500 millones de personas de “clase media” participando de ese mercado. Precisa que el proceso de urbanización y crecimiento de núcleos urbanos intermedios arrastrará al consumo de nuevos alimentos y platos elaborados a una población de 250 millones de personas cuya dieta actual, basada en granos y harinas, no ha cambiado en los últimos cincuenta años. Para concluir que “sólo las importaciones de alimentos elaborados (no commodities) representaron en 2013 unos 41 mil millones de dólares, en los cuales la participación del origen argentino no llega al 0,8 por ciento”.
La oposición a los acuerdos de China de un sector de la UIA y las críticas de sectores del establishment tienen más que ver con una cuestión de la nueva geopolítica mundial, y con juegos mezquinos en el tablero político doméstico, más que por el acercamiento a la potencia asiática. Las disputas por áreas de influencia (América latina y Africa) entre Estados Unidos y China están en el origen de esas observaciones, reflejo de que un núcleo del poder económico local prefiere la sumisión conocida a enfrentar el desafío de construir una relación no dependiente con la nueva potencia económica mundial.
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