ECONOMíA › ACUSAN AL FMI Y AL TESORO
Colchón el de los ponjas
Por Julio Nudler
“El Tesoro de Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional están violando sus mandatos, y ustedes deberían prestar atención prioritaria a este asunto”, bramó ante un comité del Senado norteamericano Fred Bergsten, titular del Instituto de Economía Internacional. Lo que en concreto denunció en ese ámbito es que los organismos que conducen John Snow y Rodrigo Rato, respectivamente, contemplan impasibles cómo China, Japón, Corea, Taiwan y otros países asiáticos impiden total o parcialmente que sus monedas se revalúen frente al dólar, con lo que la estructura financiera internacional sigue acumulando desequilibrios que terminarán estallando. Los números que aportó son, ciertamente, impresionantes, aun para quienes conocen el tema.
Deponiendo ante el Comité de Bancos, Vivienda y Asuntos Urbanos del Senado, Bergsten sostuvo que ahora que las economías subdesarrolladas abandonaron los tipos de cambio fijos, que los exponían a las crisis vistas en los años ‘90 (cuya coda molto vivace fue la argentina de 2001), adoptando regímenes flotantes, el gran problema se trasladó a las monedas de las economías más grandes. Más exactamente, reside en las masivas intervenciones estatales en los mercados cambiarios de los países arriba señalados. Un dato: la intervención de la banca central de Beijing en 2003 fue superior al incremento del PIB chino de ese año.
Otra referencia impactante: la intervención japonesa durante el primer trimestre de este año excedió el total sumado de los déficit fiscal y externo de Estados Unidos en ese lapso. Esto significa que el Banco del Japón por sí solo sobrefinanció los déficit gemelos norteamericanos. Como resultado de esas operaciones, los cuatro países señalados llevan amasadas reservas externas que desbordan cualquier razonabilidad. ¿Para qué podrían necesitar Japón guardar 850 mil millones de dólares, China casi 500 mil, Taiwan 200 mil y Corea 160 mil millones? El cuarteto atesora así un billón setecientos mil millones, equivalentes a cien veces las reservas sobre las que posa sus asentaderas Alfonso Prat Gay.
De este modo, la corrección del déficit de la cuenta corriente norteamericana vía tipo de cambio queda bloqueada, mientras Oriente acamala enormes acreencias monetarias y financieras contra Washington, tan peligrosas para unos como para otros al ser la expresión de un pavoroso desequilibrio. A pesar de lo que se ha depreciado el dólar desde 2002 respecto del euro, la libra esterlina, el dólar canadiense y el australiano, esa devaluación fue de sólo un 10 por ciento, aproximadamente, en un promedio ponderado por la estructura del comercio estadounidense.
Según Bergsten, el déficit externo norteamericano seguirá siendo insosteniblemente alto si no se revalúan las monedas asiáticas. Considera que un objetivo de mínima debe consistir en reducir a la mitad el desbalance actual de 550 mil millones anuales. Para ello el dólar debería haber caído entre 25 y 30 por ciento, y no apenas 10. Paracolmo, como el euro y otras pocas monedas subieron entre 40 y 50 por ciento frente al dólar, la china, atada a éste, se depreció también en relación a aquellas. Así es que las relaciones cambiarias se mueven en la dirección inversa a la necesaria en una situación en la cual las economías orientales crecen vigorosamente y las european reptan penosamente.
Como China posee –según Ber-gsten– la economía grande más competitiva del mundo, ninguno de sus vecinos –y en parte ni siquiera Japón– se atreven a permitir que sus signos dinerarios se aprecien respecto del dólar y, por tanto, del yuan. Como los miembros del Fondo están obligados a evitar toda manipulación de los tipos de cambio que impida el efectivo ajuste del balance de pagos y les proporcione una ventaja competitiva desleal sobre otros países asociados, el organismo debería tomar cartas en el asunto, pero en verdad no hace nada, sin duda porque Washington por razones estratégicas no lo desea. Bergsten, con todo lo conservador que es, señaló que China debería mantener sus controles al movimiento de capitales (para que ninguno se vaya) y el tipo de cambio fijo por un tiempo, subiéndolo ya mismo entre 20 y 25 por ciento.