EL PAíS › EL OBISPO JORGE CASARETTO, TITULAR DE CARITAS
“Queremos un Estado fuerte”
El obispo dijo que “lo económico y lo social deben ir juntos” y advirtió que la sociedad no se puede desentender de la pobreza.
Por Washington Uranga
Jorge Casaretto es el obispo de San Isidro, en el Gran Buenos Aires, pero además, en su condición de presidente de Cáritas, es una de la caras visibles más importantes de la jerarquía católica en todo lo relativo a los temas sociales. En este diálogo con Página/12, el obispo sostiene que los programas sociales no pueden estar divorciados de la política económica, porque “lo económico y lo social deben caminar juntos”, afirma que el desarrollo económico no puede estar “divorciado” del desarrollo social, pide un “Estado fuerte” que se ocupe “prioritariamente de los pobres”, reclama “políticas de Estado” y niega un enfrentamiento entre la jerarquía católica y el gobierno de Néstor Kirchner.
–¿Cuáles son las principales consecuencias de la crisis social de la Argentina, esa crisis que según usted y el resto de los obispos aún no terminó?
–Efectivamente. Creo que ha pasado el momento culminante de nuestra crisis. Sin embargo, las consecuencias han quedado. Lo más grave ha sido el acrecentamiento de la brecha social: la polarización entre ricos y pobres. Es muy difícil que un país en poco tiempo revierta un porcentaje de pobreza como el que nos deparó la crisis nuestra. Por eso los obispos decimos que esto va a demandar mucho tiempo y muchos sacrificios. Tenemos que ir convenciéndonos de esto.
–¿A qué conduce esa polarización?
–La pobreza, en muchos casos, lleva a la exclusión social, es decir, a la carencia persistente de lo indispensable en alimentación, salud, vivienda, educación y trabajo. Advierto, sin embargo, que la situación social es compleja y requiere reformas estructurales de fondo, sobre todo referidas a la educación y la posibilidad de trabajo para todos. Por eso, yo señalo que la campaña de Cáritas (“Tu solidaridad es compromiso por el bien común”) no solamente es una iniciativa para juntar fondos, sino que es una campaña de concientización de la sociedad. Es decir, que la sociedad no se abandone pensando que es el Estado el que tiene que resolver solo este problema, sino que es toda la sociedad la que tiene que crecer solidariamente. Y por eso son tantos los esfuerzos de predicación en relación con la colecta anual que se realiza el próximo domingo 13 de junio en todo el país. En una reciente Carta Pastoral que escribí en mi diócesis, yo también invito a que la gente piense que la crisis es responsabilidad de cada uno de nosotros, que cada uno tiene que hacerse cargo de este porcentaje tan alto de pobreza, cada uno tiene que dar algún tipo de respuesta.
–¿Cuál es la diferencia entre pobreza y exclusión?
–La pobreza es distinta de la exclusión. Tenemos un 47 por ciento de pobreza y un 17 por ciento de exclusión aproximadamente. Lo que Cáritas busca es que los pobres tengan protagonismo en la salida propia. En el caso de la exclusión social si no hay intervención desde afuera es absolutamente imposible que puedan encontrar un camino de mayor dignidad. Por eso hay que recorrer un camino muy difícil que exige equilibrio entre cierta paternidad, para no hablar de paternalismo, y la responsabilidad y la libertad de cada uno de los interesados, de los que están padeciendo. Ese es un camino que en Cáritas y a niveles de base se puede transitar. No digo que es fácil de recorrer pero es más posible de recorrer. Mucho más difícil es cuando hablamos de los grandes números y de las políticas genéricas.
–¿Por qué?
–Porque desde la macro es más difícil atender a la realidad de cada persona, desarrollar ese componente educativo. En cambio, cuando se trabaja en la base eso se puede realizar con mayor facilidad.
–Cuando se habla de solidaridad, ¿de qué se trata?, ¿de compartir los excedentes?
–Desde las iglesias decimos que la solidaridad no es simplemente dar de lo que a uno le sobra. La definición de solidaridad, utilizada incluso por Juan Pablo II, habla del “empeño firme y perseverante por el bien común”. Allí se está delineando una actitud personal, una disponibilidad de entrega de la persona, no solamente de lo que le sobra. Pero esto también puede verse desde una perspectiva más amplia en la que se plantea un dilema que compromete tanto a Cáritas como al Estado. Tenemos que hacer una política social que contemple la distribución de planes sociales. Pero una política social en serio no es solamente la distribución de planes sociales. Una política social en serio es llegar a una política de Estado donde lo económico y lo social caminen juntos. En Cáritas lo hemos visto claramente. Lo hemos visto claramente en Pastoral Social. Todo el desarrollo económico de un país no puede estar divorciado, como si fuera un área distinta, del área social. Tienen que ir caminando juntos. Y ahí es donde de alguna manera se hace una política social de fondo. Porque la política social de fondo es que todo el mundo tenga trabajo, que todo el mundo pueda tener acceso a los bienes elementales por su propia cuenta, por su propio esfuerzo y no porque se lo den. Entonces hay que recorrer un camino mixto: por un lado tenemos que seguir con los planes sociales pero por otro tenemos que ir concientizando a la sociedad de este cambio de fondo, que es encontrar consensos, políticas de Estado que regulen lo económico y lo social en una misma línea.
–De quién es la primera responsabilidad, ¿del Estado o del sector social? ¿Quién tiene que hacerse cargo?
–A medida que nosotros vamos trabajando en Cáritas hemos ido fortaleciendo también una convicción que en la Iglesia siempre fue fuerte, aun los momentos de mayor liberalismo en la Argentina: el Estado tiene que ser fuerte. El Estado tiene que ocuparse prioritariamente de los pobres. Esto no quiere decir que los privados no lo hagamos. Pero la experiencia nos dice que con la sola concurrencia de los privados –que es lo que normalmente hacen los estados más liberales, delegarles el tema de la pobreza a los privados– no sólo no se responde sino que sería una posición totalmente equivocada. Nosotros creemos que el Estado no tiene por qué agrandarse demasiado, pero siendo pequeño tiene que ser eficiente. No queremos un Estado burocrático, queremos un Estado eficaz, pequeño pero eficiente, que se ocupe verdaderamente de los pobres, porque esa es una prioridad para toda la acción estatal. La eficiencia del Estado es que todos tengan bienestar.
–¿Hay un enfrentamiento entre la jerarquía católica y el Gobierno?
–En primer lugar, yo creo que la Iglesia está muy contenta de que hayamos salido rápidamente de la crisis política, que se haya elegido un gobierno, que nuestro gobierno tenga un año de estabilidad y siga adelante. A mí me parece que lo que existe es un intercambio absolutamente lógico entre una Iglesia que quiere seguir haciendo sus declaraciones, teniendo una dimensión profética, y un Gobierno que está actuando. El otro día, después de un año, la Iglesia hizo su primera declaración sobre la realidad. Creo que estamos dentro de los términos de lo que lógicamente tiene que ocurrir entre una Iglesia que va creciendo y un Estado que se va desarrollando. Esto, que está lejos de ser un enfrentamiento, hay que llevarlo en términos de diálogo constructivo, en el que el Gobierno tendrá que aceptar críticas si la Iglesia las tiene para hacer, y también la Iglesia tendrá que ver cuáles son las razones que tiene el Estado para avanzar en sus políticas. Me parece que es una situación lógica dentro de la democracia.
–Pero ¿hay conflicto de intereses entre la Iglesia y el Gobierno?
–Yo no lo veo. En el área que me toca a mí trabajar tenemos un diálogo muy fluido. En el Ministerio de Desarrollo Social nosotros planteamos cuáles son nuestras visiones desde Cáritas, incluso integramos los consejos de control de gestión y desde ahí evidentemente podemos hacer algunas críticas, pero siempre con ánimo de mejorar la situación de los pobres.