ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO

Con el capital de otros

 Por Alfredo Zaiat

La operación millonaria del coloso indio de la siderurgia, ArcelorMittal, para sumar al paquete mayoritario en su poder el resto de las acciones de Acindar, una de las firmas emblemáticas de la economía argentina de la segunda mitad del siglo pasado, es un símbolo de un proceso de lo que pudo haber sido y no fue. Experiencia que no sólo refleja el elevado proceso de concentración y extranjerización, con sus respectivos impactos negativos en la dinámica de funcionamiento de la economía doméstica, ni la escasa vocación del empresariado nacional de constituirse en una burguesía pujante con vocación de inversión para el desarrollo. La desaparición de Acindar –el nombre de la firma probablemente cambiará en línea con la estrategia de marketing de marca global que impulsa ArcelorMittal– pone en evidencia también la sorprendente capacidad de una clase dirigente –empresarios y políticos– de enajenar la acumulación de una base de capital generada por varias generaciones de argentinos a manos de una multinacional. La historia de Acindar no se remite solamente a la iniciativa de una familia, Acevedo, que a comienzos de la década del ’40 comenzó la producción de hierro redondo para la construcción, a partir del uso de chatarra local. El crecimiento, desarrollo y expansión de la firma hasta constituirse en uno de los integrantes del duopolio del mercado siderúrgico local –el otro es Techint– tuvo al Estado, o sea a toda la sociedad, como la figura clave en cuanto a transferencias de recursos, promoción industrial y licuación de pasivos, entre otros beneficios, para transformar a Acindar en un bocado para el gigante del acero mundial. O sea, los indios se terminarán de engullir algo que significó, primero, hace medio siglo una decisión estratégica del país de tener industria pesada, que se consideraba fundamental para el desarrollo nacional, y segundo, una empresa cuyo capital fue incrementado a lo largo de varias décadas por sucesivas y diferentes vías de transferencias de millonarios recursos provenientes del Estado.

El recorrido de Acindar es un buen referente para investigadores extranjeros y analistas locales que buscan explicaciones sobre el fracaso de un país que, en teoría, tiene todo para el éxito. La acería de Villa Constitución reúne cada uno de los elementos que describen el período histórico que nace a comienzos del ’40, desde el entusiasta proyecto de construir una industria pesada como símbolo de independencia económica, hasta la perversa utilización de la fuerza brutal del Estado para la represión y el disciplinamiento de los trabajadores de sus propias plantas, con la desaparición física y asesinato de más de una docena de operarios. El compromiso del grupo Acindar con el origen de la represión ilegal, previo al golpe de Estado de 1976, no fue independiente de su posterior expansión económica. El presidente de su directorio de entonces fue el primer ministro de Economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz. Al frente de la compañía quedó luego el general Alcides López Aufranc.

Este grupo empresario ha sido el paradigma del carácter especulador y subsidiado que adoptó el esquema de acumulación de los conglomerados más concentrados del capital en las últimas décadas. Su estrategia de inversión y crecimiento en el sector siderúrgico no la implementó arriesgando capital propio. Su consolidación estuvo directamente vinculada con las transferencias y subsidios que por diferentes vías le proporcionó el Estado durante democracias tuteladas, dictaduras y también en el período democrático inaugurado en 1983.

En un documento de trabajo elaborado por los investigadores Daniel Azpiazu y Eduardo Basualdo, La siderurgia argentina en el contexto del ajuste, las privatizaciones y el Mercosur, publicado en febrero de 1995 por el Instituto de Estudios sobre Estado y Participación (Idep-Ate), se describe el origen del sector en el país, donde el Estado actuó como el impulsor fundamental. En 1947, con la formulación del Plan Siderúrgico Nacional y la creación de la planta integrada de Somisa, se inauguró una nueva fase del desarrollo de ese sector. Se buscaba la complementariedad entre el sector público y el privado. Azpiazu y Basualdo detallaban que, “dada la magnitud de los capitales demandados, se consideró que las inversiones sólo podían ser encaradas por el sector público, que de esta forma facilitaría y garantizaría el desarrollo de los laminadores privados existentes en el país y, por otro lado, induciría la incorporación y maduración de nuevas firmas privadas en la elaboración de productos finales”.

Aquí aparece Acindar, que, como ya se mencionó, nació a comienzos de la década del ’40 para abastecer de hierro redondo para la construcción, para efectuar su primera ampliación en 1951 al instalarse en Villa Constitución. En otra investigación realizada por Eduardo Basualdo, Claudio Lozano y Miguel Angel Fuks, El conflicto de Villa Constitución (Idep-Ate, abril de 1991), se explica que esa localidad fue elegida porque así la nueva instalación iba a estar cerca del emplazamiento de la futura planta industrial del Estado (Somisa), que produciría semi-terminados que servirían de insumos para los laminadores privados, entre los que se encontraba Acindar. En los años ’60, ya había ganado porciones importantes del mercado e inició una estrategia para abarcar otras producciones vinculadas con la actividad siderúrgica. Para ello creó varias empresas destinadas a fabricar insumos para otros sectores, en un encadenamiento productivo hacia adelante (autos, bienes de consumo durable). En 1961 fue autorizada por el gobierno a instalar una acería, para lo cual recibió un conjunto de incentivos promocionales (exenciones impositivas, garantía del Estado para créditos, entre otras) que le fueron retirados recién en 1968, porque incumplió su compromiso y sólo instaló la etapa de laminación. Como Acindar no instaló la acería, fue la estatal Somisa la que puso en marcha un ambicioso plan de expansión para ampliar la producción de palanquilla (insumo básico del sector) y garantizar el abastecimiento local.

Sin embargo, años después, en 1976, Martínez de Hoz, como ministro de Economía de la dictadura, aprobó otra vez el proyecto de acería de Acindar y le otorgó otra serie de beneficios en el marco de la promoción industrial. El rasgo peculiar de ese convenio fue que había sido Martínez de Hoz quien había comenzado las tratativas con el gobierno de Perón-Isabelita siendo presidente de Acindar, y lo terminó aprobando como ministro. Debido a esa ampliación, Somisa, que ya había puesto en marcha su plan de expansión, quedó con una gran capacidad ociosa de tochos (lingotes de hierro) y palanquilla. Incluso, hasta el momento de la integración productiva de Acindar, Somisa le suministró palanquilla a precios que encubrían una transferencia millonaria. En el documento de Basualdo, Lozano y Fuks se calculó que entre 1970 y 1975 la empresa estatal le transfirió más de 100 millones de dólares por esa vía.

En 1978, Acindar culminó el proceso de expansión integrando la etapa de fundición con la fabricación de acero y la de laminación. Para incrementar entonces su posición en el mercado interno absorbió, en 1981, a su principal competidor: el grupo económico Gurmendi. En esos años, Acindar acumuló una descomunal deuda externa por 652 millones de dólares, que luego le transfirió al Estado. A la vez, tuvo acceso a los distintos regímenes de promoción industrial que el sector público instrumentó entre 1974 y 1987, inversiones por un total de 300 millones de dólares que gozaron de beneficios estatales. Recibió avales otorgados por el Tesoro Nacional por 148,5 millones de dólares; gozó también de créditos por 231 millones de dólares del Banade que jamás devolvió; tuvo además una importante protección arancelaria, que le permitió ejercer sin amenaza de competencia externa su poder oligopólico sobre el mercado; y recibió tarifas diferenciales para el consumo energético de sus plantas, lo que implicó otro subsidio relevante.

“En síntesis, Acindar no sólo no comprometió capital propio en sus inversiones, sino que las transferencias recibidas superan largamente el monto de las mismas”, concluyó esa troika de investigadores. Desde otra vereda se arribó al mismo resultado, aunque con tono aprobatorio: el diario Ambito Financiero publicó el miércoles pasado un artículo (Un papel que debutó en 1948) que se lamentaba porque la compañía siderúrgica abandonará el panel líder de las acciones que cotizan en la Bolsa de Comercio y afirmaba que “como sintetizan en el mercado, Acindar supo crecer con el capital de otros”. Y si lo dice Ambito...

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