Sábado, 2 de febrero de 2008 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
Más de cinco años de tasas de crecimiento tan elevadas en forma ininterrumpida es un período inédito en la historia económica argentina. Proceso que, según casi todos los pronósticos, continuará en el presente año e incluso varios extienden al próximo. Semejante ciclo de crecimiento, hoy con un piso bastante seguro de siete años de aumento del Producto Interno Bruto, provoca cierta desorientación en el mundo de los economistas. Nunca antes tuvieron que analizar, evaluar y estimar sobre un escenario parecido. Entonces, aparecen aquellos que repiten la ceguera de los fanáticos de la convertibilidad y consideran que el éxito es el destino seguro sin observar las debilidades y asignaturas pendientes. También se encuentran los rebeldes que piensan que nada ha cambiado respecto de la década del noventa, como si las variables macroeconómicas no lo desmintieran. Para evitar caer en extremos que no permiten comprender la actual dinámica de este proceso desconocido se requiere de la capacidad de eludir etiquetas. Consiste en un sendero incómodo, en especial cuando la especulación política mete la cola. Pero es más productivo analizar el actual esquema económico como un cambio con matices. Y resulta oportuno porque ha surgido un grupo de economistas que abreva en fuentes de la ortodoxia y que se ha revelado hábil para aprovechar la coyuntura, colaborando a la confusión general al sostener que la actual bonanza es hija de las reformas de los noventa.
El concepto básico, que es seductor para ser aceptado por el consenso medio, consiste en que el crecimiento de la economía argentina es fruto de un proceso de dos tiempos. El primero es el de la década del noventa, con las reformas estructurales que permitieron desregular una gran cantidad de mercados, que privatizó todo lo que el Estado no era capaz de hacer y, además, que abrió la economía al mundo. La segunda etapa es la actual, que vino a completar esas reformas con un tipo de cambio competitivo y superávit gemelos (fiscal y comercial). Quien expresó con más claridad esa línea de pensamiento fue Federico Sturzenegger en un artículo publicado en la revista Noticias el 12 de enero pasado. “Esta combinación –en dos tiempos– de la estrategia de crecimiento de la Argentina ha producido lo que yo creo que ya debiéramos bautizar como el milagro argentino”, afirmó sin pudor. La restauración conservadora precisa relegitimarse en el campo económico luego de desastres cometidos durante décadas y para ello necesita apropiarse de éxitos macroeconómicos ajenos. Y confundir. La tergiversación sobre las características del anterior y del actual proceso económico es el primer paso en ese camino. Sturzenegger es el flamante presidente del Banco Ciudad de la administración Macri.
Para la compleja tarea de pensar y comprender con criterio amplio los avances y los problemas pendientes resulta un aporte fundamental el libro Salida de crisis y estrategias alternativas de desarrollo. La experiencia argentina, que reúne trabajos de 37 investigadores. Los organizadores de ese proyecto que nació de un seminario internacional, Robert Boyer y Julio C. Neffa, plantearon en las conclusiones que el actual proceso económico “revierte término por término tanto las orientaciones como los resultados de la anterior política económica”. De todos modos, advirtieron que “puede surgir una fuerte tentación por volver a caer en los errores del pasado y considerar que las evoluciones observadas son la manifestación de un nuevo modelo de desarrollo, radicalmente nuevo y en cierto modo coherente, y por lo tanto susceptible de prolongarse en el largo plazo”.
El extenso e ilustrativo cuadro elaborado por ese dúo de economistas que acompaña este artículo permite observar con claridad las diferencias con el modelo de los noventa como las cuestiones aún pendientes y ciertas continuidades que limitan su desarrollo. Estas últimas son, precisamente, herencia de la ortodoxia. O sea que no se trata de maridar las experiencias de la década pasada y la presente, sino de avanzar en el proceso de transformación para dejar atrás ese lastre. Boyer y Neffa apuntaron al respecto que “en comparación con el modo de desarrollo vigente durante la convertibilidad, se observa un cambio con matices en todas las formas institucionales, que podría indicar la emergencia de un nuevo modo de regulación”. Aunque destacaron que “en cuanto a las regularidades económicas todavía no se observa con nitidez un nuevo régimen de acumulación acorde debido a varios factores”.
Son tan evidentes algunas rupturas básicas con el modelo de los noventa, como las carencias que aún exhibe el proyecto de acumulación social que propone el actual gobierno. Boyer y Neffa indican que esas limitaciones se expresan en:
- La inexistencia de un plan nacional de desarrollo con una orientación prospectiva.
- La escasa coherencia entre muchas políticas que impide un uso más eficaz de los recursos y, por lo tanto, se genera una crisis en materia de acceso a bienes y servicios públicos e infraestructura.
- La debilidad para aprovechar todas las potencialidades del contexto y la carencia de un plan para, partir de ambos excedentes (fiscal y comercial), cambiar la especialización productiva.
El pícaro propósito de la ortodoxia de regresar del fracaso como si fuera parte del éxito dice mucho sobre la debilidad de la construcción de un proyecto sólido en base a las actuales condiciones económicas. Una de esas restricciones se encuentra en que no se ha podido formar, por ahora, lo que se denomina una burguesía nacional dispuesta a consolidar un bloque hegemónico, ni tampoco establecer un acuerdo social con el Estado, las organizaciones sindicales y de la sociedad civil en torno de objetivos compartidos en un modelo de crecimiento donde las concesiones negociadas permitan el progreso de todos. Boyer y Neffa plantearon en ese documento que “la condición para que este bloque se constituya es una actitud de diálogo horizontal favorable a la construcción de consensos y a evitar las actitudes confrontativas frente a problemas de menor envergadura”. En definitiva, más allá de una ocasional travesura intelectual de ortodoxos siglo XXI, aún se manifiesta la ausencia de esa habilidad para estructurar ese tipo de proyecto.
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