Sábado, 14 de octubre de 2006 | Hoy
Por Fernando Krakowiak
La revolución de Muhammad Yunus consistió en crear un sistema financiero para otorgarles crédito a las personas que nunca lograron acceder a los bancos. Las entidades tradicionales se han resistido sistemáticamente a prestarles dinero a los pobres debido al alto riesgo que supone la falta de garantías. Sin embargo, Yunus desafió las leyes del mercado cuando decidió comenzar a prestar pequeños montos a gente necesitada de su Bangladesh natal que sólo tenía para ofrecer capacidad de trabajo y voluntad de pago. La experiencia resultó un éxito sustentado no sólo en la confianza y la solidaridad sino también en la convicción de que la mejor forma de combatir la pobreza no es la asistencia social sino la asignación de capital para alentar la producción.
La iniciativa comenzó como un intento de ayudar a algunas familias y luego fue creciendo hasta convertirse en el Banco Grameen. En la actualidad, Grameen es el instituto financiero más grande de Bangladesh y el reembolso de los créditos supera el 95 por ciento, demostrando de manera rotunda que los pobres pagan. La entidad se replicó en más de 80 países habiendo cumplido el sueño de Yunus, quien justificó su creación al asegurar que si los recursos financieros fueran puestos al alcance de los pobres en condiciones razonables “estos millones de personas con sus millones de pequeños emprendimientos se potenciarían para crear la maravilla del desarrollo”. En la Argentina operan cerca de 150 entidades de microcrédito sin fines de lucro, incluyendo al Banco Grameen.
“Celebro que le hayan dado el Nobel de la Paz porque eso reafirma la idea de que para que haya paz tiene que haber equidad y equilibrio social, pero Yunus merecía el Nobel de Economía”, destacó ante Página/12 el viceministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, uno de los principales impulsores de la ley de microcréditos que el Congreso aprobó este año. Marta Bekerman, economista de la Universidad de Buenos Aires y especialista en el tema, coincidió al destacar a este diario que “Yunus debería haber recibido el Nobel de Economía porque es un ejemplo de lo que los economistas pueden hacer a partir de ideas originales. El desarrollo implica la expansión de capacidades y él supo interpretar eso”.
El sistema implementado por este economista doctorado en la Universidad de Vanderbilt es simple: para acceder a los créditos se deben conformar grupos de cinco personas que se conozcan y que presenten emprendimientos independientes. Los créditos son individuales, pero las solicitudes de préstamos deben ser aprobadas por todo el grupo y cada uno de los integrantes se hace solidariamente responsable por los otros. Los montos otorgados son bajos, pero las tasas de interés están por encima de las que cobran los bancos tradicionales porque el sistema tiene costos altos. Se requiere un oficial de cuentas que analice la carpeta de proyectos y ayude a mejorarla, un grupo de expertos que capacite a los interesados y la implementación de un mecanismo capaz de cobrar las cuotas semanalmente. Los “bancos para pobres” son entidades sin fines de lucro, pero el esquema detallado eleva las tasas, en el caso de Argentina a cerca del 40 por ciento anual. No obstante, es una opción mucho más barata si se la compara con el 100 por ciento anual que suelen promediar las “cuevas” financieras en las que terminan cayendo los sectores informales que no pueden presentar ni recibo de sueldo ni garantía hipotecaria.
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