Sábado, 14 de octubre de 2006 | Hoy
EL PAíS › UNOS TRESCIENTOS VECINOS PROTAGONIZARON EL PRIMER DIA DE CORTE EN LA RUTA A FRAY BENTOS
Bajo un sol rajante, los asambleístas comenzaron su protesta contra la instalación de la papelera finlandesa. Se mostraron enojados con las advertencias del Gobierno, que dice que el bloqueo perjudica la estrategia internacional, y criticaron a la secretaria de Medio Ambiente. La medida sigue hasta mañana a la tarde.
Por Marta Dillon
Desde Gualeguaychú
Si algo sobra en esa cinta de asfalto que alguna vez estrechó la hermandad entre los pueblos de Gualeguaychú y Fray Bentos es convencimiento. Cortar la ruta, estrangular esa arteria que une Argentina y Uruguay es, valga la paradoja, el único camino. Así lo repiten todos y todas los que le ponen el pecho al sol y a los 33 grados que marca el termómetro justo a las dos de la tarde, hora en que la Asamblea de Ambientalistas de esta ciudad enamorada del río Uruguay marcó el martes pasado para iniciar una medida cuestionada por el Estado Nacional, el provincial y el municipal. Incluso los que en esa última reunión votaron en contra del corte. “A esta altura o luchamos o perdemos todo, así que acá seguiremos”, dice una asambleísta, Amalia Casella. Lo afirma con una certeza, fruto de la experiencia, compartida con el resto de los trescientos vecinos que protagonizaron el primer día de bloqueo: “Jamás nos escucharon hasta que nos plantamos en la ruta”.
“Que no nos vengan a decir ahora que la culpa de perder el litigio en La Haya es nuestra, porque el Gobierno sabe muy bien que es al revés: reaccionaron tarde, hicieron una presentación deficiente”, insiste Amalia y se enreda con otros asambleístas en una discusión sobre el nombre que debería darse a este movimiento social. ¿Pueblada? ¿Revolución? ¿Estallido? “Llámenlo como quieran, pero la verdad es que la historia cambia cuando el pueblo pone el cuerpo en la calle y es lo que estamos dispuestos a seguir haciendo”, sentencia Roberto Cagnoli, un comerciante en informática que el viernes al mediodía había dispuesto lo necesario en su negocio para que nada lo aleje de este páramo verde y ondulado en el que las banderas argentinas suenan como látigos merced al viento norte.
“Con hacer un poco de historia te das cuenta de que las revoluciones son necesarias. Nosotros estamos haciendo algo que ya está en los libros”, argumenta Silvina Carré, concesionaria de la terminal de ómnibus de la ciudad entrerriana. Pero su amiga Amalia la retruca: “No hay nada en la historia como lo que estamos haciendo. Tenemos tal nivel de conciencia, estamos tan organizados sin necesidad de partidos o de líderes que todo el mundo se sorprende”. Cierta soberbia aparece en el convencimiento de esta comerciante, madre de dos hijos que la acompañarán en la ruta cuando caiga el sol y toda la familia se reúna para comer un asado compartido entre las y los asambleístas. Pero nadie la contradice, ni siquiera quien antes quiso inscribirse en una tradición histórica. Son cuatro en esta pequeña rueda de compañeros de una militancia a la que no quieren ponerle ese mote porque parte de la seguridad que impulsa a los asambleístas nace de esa certeza de estar dibujando una senda nueva. Ruedas como ésta se replican sobre el asfalto que duplica el calor del mediodía y que perló las frentes de sudor mientras el himno entonado a voz en cuello cerraba el paso que comunica los dos países de la cuenca del Plata. Aunque, claro, no en todas los temas son tan trascendentes. En definitiva, las razones de la medida de fuerza ya se discutieron en las asambleas que martes y viernes juntan a los vecinos en el cine y teatro Gualeguaychú y ahora que el corte de ruta suspende la siesta también hay lugar para esas conversaciones que acompañan el mate en cualquier otro momento.
“Yo soy una de las que voté en contra del corte. La verdad es que tenía dudas, no nos olvidemos que tenemos cuatro abogados asambleístas trabajando en la Cancillería y a Romina Picolotti en el gobierno nacional, de alguna manera hay que apoyarlos. Pero aunque la votación a favor del corte haya tenido un 60 por ciento de aprobación, el 40 por ciento restante acatamos convencidos”. Mabel Viera, docente del nivel medio, casi colgada del palo que sostiene la bandera que pelea contra el viento no lamenta haber quedado en minoría. Un entusiasmo contagioso campea entre los asambleístas y ya nadie quiere mencionar las razones en contra de la medida. Menos después de que el comunicado que emitió en conjunto el gobierno nacional y el provincial hiciera cargo a los vecinos de los daños que podría acarrear una nueva interrupción del tránsito internacional.
Juan Carlos Barrio, jubilado, adopta una pose bíblica para señalar con el brazo todo lo que lo rodea: “La naturaleza es sabia. Todo lo que ves, el agua que tomamos, el aire que respiramos, nos pertenece por derecho y porque lo peleamos. No vamos a detenernos, a los 65 años me quedan pocas opciones y yo prefiero morir en la ruta, en una de ésas no me doy ni cuenta”. De pechera naranja y prendedor en el pecho señalando su pertenencia a la Asamblea de Vecinos, insiste en aclarar que “no soy ambientalista, solamente tengo sentido común. No vamos a dejar que la capital del Carnaval se convierta en la capital del olor a huevo podrido. Si Botnia nace, Gualeguaychú muere”, recita en tono solemne una de las consignas que aparece prolijamente pintada en carteles sobre los alambrados que rodean la ruta.
Cerca de este hombre decidido, en la casilla de chapa y madera que se fue construyendo de a poco a lo largo del año, preparando el momento de volver a la ruta, Luis María La Palma, pintor y letrista de oficio, aplica rojo sobre una leyenda que se aprobó por consenso: “Banco Mundial = Estallido Social”. Sin remera y con la vista fija en su labor, el artesano de 58 años esgrime algo parecido a la disculpa: “Yo tomé conciencia recién hace dos años, porque escuché en la FM local, leí en los diarios de la zona y de a poco me fui acercando a la Asamblea. Ahora nuestra vida cambió. Con mi esposa vamos al 99 por ciento de las reuniones”. El matrimonio, como tantos vecinos, no duda en invertir al menos tres horas cada martes y cada viernes para impedir “que nos roben el futuro”. Suya fue la idea de hablar de estallido social y no le asusta lo que esas palabras implican. “Cada vez estamos más convencidos. No se puede dejar pasar que el Banco Mundial, genocida del tercer mundo, invente que las pasteras no contaminan. Por eso decidimos la medida y aunque también tuve mis dudas, ahora ya tengo seguridad”.
Ese informe del Banco Mundial que se conoció esta semana y que daría vía libre a los créditos para las pasteras Botnia y Ence –aun cuando la segunda, de origen español, haya anunciado su relocalización– fue lo que abrió las gateras de una bronca popular que se venía acumulando por lo que los vecinos llaman “un gobierno ausente”. “Nadie nos contesta los pedidos de audiencia, nadie nos escucha. El Presidente dijo que ésta era una causa nacional, ¿y después qué hizo? Nada. Pero ahora que decidimos el corte se desesperan, hacen conferencias de prensa, se acuerdan de nosotros... ¿Cómo no vamos a cortar?”, agrega Amalia Casella.
La bronca que campea sobre la ruta 136 también hace foco en la secretaria de Medio Ambiente, otrora parte de la Asamblea de Ambientalistas de Gualeguaychú. “Te fuiste al Riachuelo y nos dejaste empastados”, dice uno de los carteles y Casella lo explica: “Cuando estábamos las dos sentadas debajo de ese ceibo –señala una de los pocos reparos naturales– ella entendía todo. Ahora nos pide a nosotros que entendamos. ¿En qué quedamos?”
Pablo Ugarte, vendedor de software, uruguayo de nacimiento, y una incidental compañera de viaje, Valeria Ríos, que iba a festejar su cumpleaños de 15 con su familia en Fray Bentos, esperan sentados sobre la banquina más allá de la tranquera que, atada a un acoplado, cierra la ruta. Pasaron caminando a través de los manifestantes y miran el reloj deseando que se cumpla la promesa de un taxista uruguayo que los pasará a buscar para llevarlos a la ciudad uruguaya a cambio de 25 dólares. “En la opinión pública pareciera que la relación entre uruguayos y argentinos fuera mala, pero si hilamos fino tiene que ser al menos tolerante. Para algunas personas comer o tener un trabajo es un sueño, no los podemos culpar por eso”. Pero él, que tiene a su madre del otro lado del río Uruguay y vive en Buenos Aires ¿siente o no siente que esa relación histórica está dañada? “Creo que del lado argentino está peor que del uruguayo. Allí la gente, aun las de clases más bajas, tiene muy buena formación y es más tolerante. Pero no nos olvidemos que enfrentar a los países de América latina es una vieja estrategia del colonialismo”.
“Yo te voy a dar una moraleja –dice otro hombre, jubilado también, encargado de juntar la botellas de agua que el calor vacía sin pausa–: esto es como si hubiera dos hombres tratando de cruzar el desierto, uno con una bolsa de oro y otro con una de agua. El que lleva el oro no lo quiere largar, pero se va a morir en el intento, de eso se trata”. Hay también quienes apuestan a la toma de conciencia del pueblo uruguayo. Mabel Viera es una: “Creo que tarde o temprano se van a dar cuenta. Lo que pasa es que son crédulos, confían en sus dirigentes. Acá si nos dicen que hay sol, salimos a la calle a ver si llueve”. Los prejuicios están a la orden del día, tanto como la conciencia de la necesidad de preservar el medio ambiente.
Mientras cae la noche y el calor da respiro, algunos discuten si se reunirán en asamblea o no. También se habla del pronóstico que anuncia tormentas: “Sí. ¿Y? Que llueva. Al menos hasta el domingo de acá no nos movemos”, dice una chica que se acomoda la visera y conjura así cualquier germen de duda.
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