Domingo, 14 de diciembre de 2008 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
Es bueno recordar que Obama proviene de una cloaca. La cloaca de la política estadounidense. En ese país, desde los tiempos de Al Capone y Elliot Ness, cuando se habla de “Chicago politics” o “Chicago ward (distrito) politics”, todo el mundo entiende que se está hablando
de la peor clase de política: la de los lobbies, la del clientelismo, la de las maquinarias electorales, la de las coimas, la de los retornos y la de los negocios por debajo de la mesa. Todo eso mezclado con una dosis de folklore y otra de acostumbramiento. “Chicago politics” es como decir, no sé, “el aparato del conurbano bonaerense”.
Por eso no debió sorprender a nadie que esta semana el FBI arrestara al gobernador de Illinois, Rod Blagojevich, al que todo Chicago llama cariñosamente Blago. Blago, un puntero del norte de Chicago, es el cuarto gobernador de los últimos cinco en ser procesado por corrupción, de los cuales tres recibieron condenas. El antecesor de Blago está en la cárcel por lavar dinero y cobrar coimas a cambio de contratos estatales. Se sabía que Blago venía siendo investigado por lo menos desde su reelección en el 2002 y sobre todo desde la detención de lobbista y empresario de bienes raíces Mike Rezko en el 2005. En ese juicio desfilaron toda clase de testigos que involucraron a Blago en toda clase de maniobras presuntamente delictivas. Fue casi un milagro que zafara esa vez, y desde entonces su popularidad había caído en picada hasta llegar a un mísero 13 por ciento de aprobación antes de ser detenido. Estaba para el cachetazo. Venía de apretar al dueño del Chicago Tribune con la amenaza de retirar la publicidad oficial si no echaba a su equipo de editorialistas.
Por eso el anuncio de la detención de Blago, que recorrió el mundo, no causó demasiada sorpresa en Chicago. Ni el propio Blago pareció sorprenderse demasiado y al día siguiente de pagar su libertad bajo fianza fue a trabajar a su oficina de Spingfield, capital de Illinois, como si nada hubiera pasado. O en realidad sí, hubo un cambio, porque Blago generalmente se quedaba en su casa en Chicago y gobernaba desde allí. La mayor discusión en los medios y los blogs locales no era sobre la culpabilidad de Blago, algo que se da por descontado, sino sobre el estado de salud mental del gobernador. Más de un columnista escribió que Blago debe estar loco para decir las cosas que dijo sabiendo que sus teléfonos debían estar pinchados por todo lo que saltó en el juicio de Rezko.
Por eso es bueno recordar de dónde viene Obama. Porque Obama fue uno de los principales asesores de Blago cuando éste fue elegido gobernador en 1996, después de 25 años seguidos de gobernaciones republicanas. Y porque después de Blago, el político al que más ayudó el reo Rezko fue precisamente Obama. Incluso Rezko le vendió a Obama su mansión en Hyde Park a un precio sospechosamente conveniente, al filo de la ilegalidad.
No por casualidad, como señala un artículo reciente del New Yorker, hay un bache notorio en las dos autobiografías que escribió el presidente electo, la primera publicada justo antes de su primera campaña política, la segunda justo antes de su primera campaña presidencial. Los textos cubren la esforzada infancia del joven Barack en Hawai e Indonesia, sus dos años como organizador comunitario en el chicago de los ’80, y después su actuación en el Senado norteamericano en los últimos seis años. Pero casi no mencionan la actuación de Obama en los ’90, cuando pasó de recién llegado a golden boy de la política local. Tampoco es casualidad que cuatro meses después de la publicación Obama haya bajado de su avión de campaña al autor del artículo.
Chicago Politics es así. Hoy un juramento, mañana una traición. La primera campaña de Obama es ilustrativa. Un congresista había tenido que renunciar por un caso de corrupción. La senadora estatal del distrito de Obama decidió presentarse a la elección para ocupar el lugar del congresista corrupto. Obama, entonces, juntó los apoyos de todos los jefes políticos del distrito para ocupar la banca de la senadora. En el lanzamiento de su campaña, el discurso principal lo dio la senadora, quien recomendó a Obama y puso toda su organización territorial a su disposición. Pero la senadora estatal, que no era una gran política, se las arregló para perder la elección para la banca del Congreso. Entonces lanzó una especie de operativo clamor para hacerse reelegir senadora estatal y le pidió a Obama que se bajase de su candidatura. Obama se negó. No sólo eso, sino que mandó a sus operadores políticos a revisar los avales de la senadora, que había tenido que anotarse medio a último momento. Típica chicana de Chicago politics. A la senadora estatal le faltaban un par de firmas, otras no estaban bien y la junta electoral la descalificó. Los operadores de Obama siguieron adelante y consiguieron descalificar por irregularidades a todos los rivales de Obama de la primaria demócrata, que en Chicago es garantía de triunfo en la general. Sin rivales, Obama se llevó la primaria y después la general fue un trámite. Así llego Obama a su primer cargo electivo. En Chicago es vox pópuli que esa elección produjo un quiebre entre el presidente electo y los viejos líderes negros, que se sintieron usados y luego abandonados. Muchos dicen que el incendiario discurso del reverendo Wright en el Press Club de Washington, que hizo tambalear la candidatura presidencial de Obama, fue una expresión de ese descontento, una pequeña venganza para recordarle de dónde viene y quién lo puso donde está.
La segunda campaña fue aún más ilustrativa. Ahí Obama entendió, entre otras cosas, que no es un candidato de la comunidad negra, sino a lo sumo un candidato multirracial. El ex pantera negra Bobby Rush, un ícono del sur de Chicago y veterano representante del distrito en Washington, venía de perder una elección de alcalde. Obama pensó que estaba débil y subestimó el apoyo que Rush mantenía en los barrios negros del sur de la ciudad. Con el apoyo de la coalición liberal de Hyde Park y la Universidad de Chicago decidió enfrentarlo en la primaria demócrata. Perdió por 31 puntos en una de las palizas más recordadas de los últimos tiempos en Chicago.
La tercera vez que Obama se presentó a una elección fue por la banca de Illinois en el Senado nacional. Obama se aseguró de contar con todos los apoyos y el financiamiento necesario y no se presentó hasta no estar seguro de que la popular ex senadora Carole Moseley Bown no se presentaría.
Es que en Chicago, más allá de las bromas por la suerte del pobre Blago, la política es cosa seria. Los jefes políticos de la ciudad mandan a sus punteros al Capitolio a foguearse como legisladores nacionales, antes de desembarcar en el Concejo Deliberante de Chicago, que es donde reside el verdadero poder.
Spingfield, la capital del estado, es poco más que una sucursal de la maquinaria política de Chicago, que sirve para negociar acuerdos con los republicanos y conservadores del sur de Illinois. Antes de ser elegido gobernador, Blago era un ignoto puntero del alcalde de Chicago.
Chicago tenía un Perón que se llamaba Richard J. Daley. Entre él y su hijo, Richard M. Daley, actual alcalde de Chicago, gobernaron la ciudad durante 40 de los últimos 53 años. Como Perón, Richard J. Daley murió en la cima del poder al sufrir un ataque al corazón cuando llevaba 21 años como alcalde de la ciudad. “El jefe Daley”, como todos lo llamaban, armó la maquinaria política de Chicago alrededor de sus capitanes de precinto. Según la biografía El Jefe, escrita por el legendario columnista Mike Royko, el jefe Daley era corrupto, racista, descarnado y cruel. Pero los republicanos nunca pudieron hacer pie en su ciudad.
Si Chicago tuvo a su Perón, entonces los llamados Independientes eran la Jotapé. El movimiento nació en los alrededores de la Universidad de Chicago de una alianza entre negros moderados y blancos progresistas, Creció con la campaña de Martin Luther King para registrar votantes en 1966 y más tarde con el movimiento político Operation PUSH, que Jesse Jackson lideró desde Hyde Park en los ’80 y ’90.
Al llegar a Chicago, Obama se alineó claramente con los Independientes. Fijó residencia en el multirracial Hyde Park y fue a trabajar para una respetada firma de abogados especializada en derechos civiles. Pero nunca descuidó su relación con el clan Daley. De hecho, la esposa de Obama, Michelle, trabajó para el hijo del jefe Daley como abogada de la ciudad. También está Rahm Emmanuel, futuro jefe de Gabinete del presidente electo, que es un viejo operador en el aparato del clan Daley. Y está Blago, el puntero de Daley hijo que Obama ayudó a llevar a la gobernación. Esto, a pesar de que el principal asesor de Obama, David Axelrod, le contó al New Yorker que él, Axelrod, rechazó trabajar para la campaña porque ya se sabía que Blago era un corrupto.
Obama se formó políticamente en Chicago. Ganó, perdió, especuló, jugó fuerte, hizo caja y se granjeó algunos enemigos. Demostró ser un gran político jugando de visitante y en cancha embarrada. Dentro de todo salió bastante bien parado, suficiente como para proyectar su figura a nivel nacional.
Pero lo que nunca hizo Obama fue romper con los viejos códigos gangsteriles que representan a Chicago tanto como la salchicha polaca. Eso no quiere decir que Obama sea un corrupto, o más corrupto que el político promedio. Sin embargo, tampoco puede sorprender que haya llenado su gabinete con veteranos del establishment. Ni que haya postergado en silencio sus planes para subirles los impuestos a los ricos. Ni que haya salvado a los bancos. Ni que haya mandado refuerzos a Afganistán.
El es un “líberal”, un progre norteamericano, de eso no hay dudas. Pero su estilo es moderado, pragmático, dialoguista, si se quiere oportunista. Por eso no habrá revolución en Estados Unidos. A lo sumo un progreso gradual hacia políticas más respetuosas del orden internacional y los derechos humanos. También es esperable un mayor control de los mercados financieros y fuertes inversiones en obras públicas y energía alternativa. Pero no mucho más. Obama eligió ser de Chicago y Chicago es como el musical. Simplemente, Chicago.
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