Domingo, 14 de diciembre de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINION
El rol de los partidos políticos y las encuestas. Las dualidades peronismo-antiperonismo e izquierda-derecha en la votación que definirá la composición del Congreso durante los dos últimos años de la presidencia de Cristina Kirchner.
Por Edgardo Mocca
Las elecciones legislativas permiten una flexibilidad táctica que está, en general, restringida cuando la decisión sobre el futuro presidente tiende a polarizar el voto y a reducir los márgenes de maniobra.
Esta diferencia se hace más marcada en condiciones como las actuales en nuestro país: los partidos políticos se han convertido en puntos de apoyo de los juegos posicionales de figuras que adquieren relieve sobre la base de las “expectativas de voto” que difunden las encuestas. Ir por dentro o por fuera de las estructuras partidarias hoy se ha convertido en una liviana opción táctica de los candidatos, solamente sometida a los cálculos de rendimiento y con escasas consecuencias futuras.
Las referencias estructurales que siguen teniendo peso efectivo son las coaliciones territoriales capaces de concentrar en algún polo nacional, siempre altamente personalizado, sus activos electorales. El apoyo peronista o radical a una determinada candidatura tiene, en este contexto, solamente dos significados relevantes: uno es el imán de la identidad política que, aun cuando visiblemente reducido respecto de otras épocas, sigue siendo un capital nada despreciable; el otro es la capacidad de arrastre de votos que tienen los caudillos provinciales y locales identificados con cada una de las tradiciones partidarias. Así, por ejemplo, la relevancia del peronismo antikirchnerista en relación a otras variantes opositoras podrá ser medida por su aptitud para convocar la tradición del movimiento y por la cosecha de apoyos entre los líderes territoriales identificados con esa referencia partidaria.
¿Es pensable la elección legislativa de 2009 en los términos tradicionales de la competencia entre peronistas y no peronistas? Hay un nivel de análisis en el que claramente lo es: el giro operado por los Kirchner durante este año en la dirección de respaldarse cada vez más en la estructura del justicialismo y el hecho de que buena parte de los liderazgos territoriales de este partido apoyarán a los candidatos oficialistas hacen que la elección sea, sin duda, un test para el PJ.
Sin embargo, el peronismo no marchará unido detrás del liderazgo kirchnerista. Los disidentes del partido forman parte hoy del fluido mercado de posibles coaliciones antigubernamentales que despegarían en 2009 para preparar sus fuerzas hacia las presidenciales de 2011. Habrá, así, peronismo en los círculos de apoyo a Macri, a Solá, a Cobos y hasta –aunque en menor medida– a Carrió. Hasta qué punto estos grupos circunstancialmente emigrados de la estructura del PJ lograrán compensar con sus campañas el déficit estructural de sus apoyos es, como siempre, una incógnita. Pero situarlos en un supuesto hemisferio “no peronista” es, según este punto de vista, un error analítico.
Por otro lado, el voto de la estructura peronista –que, según todo parece indicar, engrosará mayoritariamente los guarismos oficialistas– será menos la expresión de una consistente estrategia partidaria que la consecuencia de un implícito pacto coyuntural. El justicialismo oficial no puede restarles apoyo a los Kirchner sin correr el riesgo de una importante fractura y de un considerable fracaso electoral que los pondría en muy difíciles condiciones para la elección de 2011. Esa evidencia parece ser la causa de cierta tregua interna aceptada por un conjunto de gobernadores y figuras provinciales que hace pocos meses habían insinuado una ruptura con el elenco gobernante nacional. Está claro que la línea de esta franja del PJ no pasa centralmente por la continuidad del apoyo al kirchnerismo hacia la elección presidencial. En consecuencia, será necesaria una lectura atenta de los resultados provinciales para interpretar el mapa postelectoral justicialista. No parece ajena a esta perspectiva la recurrente insinuación de la candidatura de Néstor Kirchner en la provincia de Buenos Aires: claramente se trata de aparecer claramente perfilado para lo que, puede descontarse, será una batalla muy dura en el interior del justicialismo.
¿Hay una diferenciación entre derecha e izquierda en la configuración político-electoral de 2009? Claramente no la hay, si se trata del muy anhelado esquema de dos coaliciones claramente diferenciadas y disputándose el “centro” en el terreno electoral. Difícilmente puedan ser considerados de izquierda o de “centroizquierda”, por ejemplo, los barones justicialistas del conurbano bonaerense, así como sería injusto ponerles el sello de “derecha” a todos los componentes de la variopinta constelación opositora. No es seguro, sin embargo, que de esto se desprenda que la elección de 2009 vaya a ser indiferente para un proceso de diferenciación política en la Argentina. Si uno repasa los acontecimientos políticos nacionales del año que termina, encuentra que hay elementos muy fuertes de esta diferenciación que han estado en el corazón de los duros conflictos atravesados, aunque con frecuencia ocultos detrás del ruido de las descalificaciones, las simplificaciones y las torpezas.
La legitimidad o no de la apropiación de rentas extraordinarias provenientes de los precios excepcionalmente altos de algunos productos de exportación, la concepción de la jubilación como derecho social basado en la solidaridad social intergeneracional o como el diferente resultado de determinadas movidas financieras son hitos principales de una discusión política que merece ser despejada tanto del griterío opositor sobre “la caja” como de la impericia gubernamental para rodearse de una amplia base de apoyo social a algunas de sus medidas. La elección del año próximo definirá la composición del Congreso durante los dos últimos años de la presidencia de Cristina Kirchner; es imposible, por eso, desconectarlas de los grandes episodios de discusión parlamentaria del año que termina y de su proyección hacia el futuro inmediato. La elección definirá al Congreso que deberá decidir cuestiones decisivas en el marco de una crisis económica mundial, el balance de cuyos efectos para la sociedad argentina ejercerá, seguramente, una influencia decisiva para el porvenir de nuestra democracia. La clásica cuestión “programática” de las competencias electorales adquiere, en este caso, un dramatismo social desacostumbrado. La crisis no es un accidente técnico ni un “problema de liderazgo”: es el colapso de un modo de funcionamiento del capitalismo mundial, centrado en la valorización financiera y en la plena liberalización de los mercados. Las medidas puestas en marcha por el Gobierno –incluida la reforma previsional– se inscriben en el mismo enfoque heterodoxo con que se viene situando el país en los últimos años. Una profunda discusión sobre este rumbo ayudaría a saber quién es quién en la política argentina y sería de extraordinaria productividad para nuestra vida democrática.
La reducción moralista de la política por parte de la oposición y la limitación de la construcción de una coalición plural a un decorado electoral por parte de un gobierno cada vez más inclinado a sobrevivir con el respaldo de la tradicional maquinaria justicialista son, ambos, obstáculos para una diferenciación política productiva. A eso, entre otras cosas, se debe la levedad del sistema político argentino, su propensión a mezclar el agua con el aceite y el incentivo al cuentapropismo político para el que los partidos políticos son simples agencias al servicio de carreras personales.
De todos modos, la elección de 2009 dejará, con seguridad, un interesante rompecabezas a cuyo armado se dedicará la política durante los dos años siguientes.
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