Barack Obama está optimista. Ayer, el presidente de Estados Unidos sugirió, frente a un auditorio de votantes, que la crisis económica internacional podría estar entrando en su agonía final. “Es posible que estemos viendo el comienzo del fin de la recesión”, señaló el mandatario en un mitin en la ciudad de Raleigh, estado de Carolina del Norte.

El discurso de Obama fue el primero de una serie de encuentros que el mandatario programó para hacer campaña a favor de su proyecto de reforma de salud. Dentro de esa agenda, Obama sabía que Carolina del Norte no era precisamente el terreno más amigable.

Si bien ganó ese estado en las elecciones del año pasado, su triunfo fue por apenas el uno por ciento de los votos y, antes de los últimos comicios, los demócratas no ganaban allí desde 1976. El electorado local, de tradición conservadora, no está muy entusiasmado con su reforma de salud y, además, allí, el desempleo alcanza el 10 por ciento, situándose entre los más altos del país.

Por eso Obama matizó sus palabras al hablar del fin de la recesión. “Sé que aquí las cosas no están fáciles y que las estadísticas valen poco si uno perdió su trabajo y no ha encontrado otro”, razonó el jefe de Estado. “Lo admito, recuperarnos completamente nos llevará tiempo. Aún queda mucho por hacer y los momentos duros no han pasado del todo. Pero les aseguro que nadie en mi administración descansará hasta que todo aquel que busque un empleo pueda encontrarlo”, remarcó con énfasis, tras lo cual remató con una dosis de realismo. “Lo que es claro es que hemos detenido la caída en picada de la economía. Perdemos empleos a la mitad del ritmo que se registraba cuando llegué al cargo hace seis meses”, sostuvo.

Y ahí nomás Obama desplegó su retórica para enumerar lo que consideró como los primeros logros económicos de su gestión, sin los cuales, dejó en claro, “la recesión se hubiese transformado en una depresión”.

En primer lugar, de acuerdo con el demócrata, los mercados suben y el sistema financiero ya no se encuentra al borde del colapso.

Luego, Obama estimó que haber ayudado con fondos públicos a miles de estadounidenses a pagar sus hipotecas para no perder sus casas fue una decisión correcta, así como rescatar a las automotrices General Motors y Chrysler, ya que, de lo contrario, aseguró, se hubieran perdido muchos puestos de trabajo.

Pero, según Obama, la clave que estaría permitiendo que la economía empiece a levantarse de nuevo es su paquete de estímulo económico valuado en alrededor de 787 mil millones de dólares. La iniciativa fue aprobada por el Congreso en febrero pasado y no obtuvo ni un solo voto de apoyo por parte de los republicanos, pero, de acuerdo con el mandatario, su énfasis en la infraestructura y las obras públicas en general ayudará al conjunto de la economía a entrar en movimiento nuevamente.

El demócrata admitió que el paquete le costó mucho dinero a los contribuyentes y que situó el déficit presupuestario en 1,3 billón de dólares, pero volvió a insistir en que fue absolutamente necesario para evitar que la economía se siga deteriorando. Ese déficit constituye, precisamente, uno de los principales argumentos de los detractores del proyecto de reforma de salud propuesto por la Casa Blanca. Según sus opositores, la universalización de la cobertura médica impulsada y regulada por el Estado no sólo traerá aparejado un deterioro de los servicios médicos sino que terminará de ahogar las arcas del Estado norteamericano cuyas cuentas fiscales ya están en rojo.

El argumento fue expuesto. Pero Obama atajó las críticas y aseguró que si no se actúa, los costes sanitarios se doblarán en diez años, lo que multiplicará el número de estadounidenses sin cobertura médica y llevará a la quiebra a los gobiernos estatales y al federal.