EL MUNDO › SERGIO COFFERATI, SINDICALISTA ITALIANO DE IZQUIERDA

“La izquierda no debería imitar a la derecha”

A los 54 años, este obrero milanés de la Pirelli es un referente y casi un mito. En una izquierda europea “sin líderes ni ideas”, puso a tres millones de personas en la calle para protestar contra el gobierno y capitaneó la primera huelga general italiana en décadas. Y entonces, como correspondía por el estatuto de la CGT italiana, se retiró y volvió a su puesto industrial. En este reportaje, explica su visión del socialismo y los porqué de su anomia en los noventa.

Por Sol Alameda*

–¿Cómo se sintió el día de la gran manifestación contra Berlusconi?
–Ya había vivido una experiencia similar en 1994. Entonces, el gobierno de centroderecha cayó porque la Liga le retiró su apoyo en el Parlamento, pero la crisis política se vio acentuada por el conflicto social. Entonces, a principios del ‘94, cuando bajaba del estrado después de hablar ante aquel millón de personas, un colega suyo con poca imaginación me preguntó cuándo pensaba volver a organizar una concentración semejante, y yo le respondí: “Espero que nunca”. Porque si se habla delante de tanta gente, quiere decir que la situación está muy mal, y yo no cuento con pasarme la vida en condiciones difíciles, me gustaría que la situación fuera positiva. Así que le dije que confiaba en no volver a hacerlo. Pero me equivoqué. Me tocó hacerlo otra vez.
–Pero esta vez había en las calles tres millones de personas.
–Sí. Más gente, y un gran impacto emocional. Porque unos días antes, las Brigadas Rojas habían asesinado a un profesor, y el tema del terrorismo estaba en primer plano. Nosotros confirmamos la manifestación, pero cambiamos los lemas, poniendo en primer lugar el no al terrorismo, asociado con la defensa de los derechos humanos. En mi opinión, la unión de los dos lemas sirvió de motivo a muchos para acudir a la concentración. Una concentración consciente y solidaria, pero con una gran carga psicológica por los sucesos ocurridos.
–¿Cómo vivió esos momentos, cuando se dirigió a los tres millones de personas que había sacado a la calle?
–Más aún que el número de asistentes, me impresionó que hubiera tantísimos jóvenes y el estado de ánimo de esa gente; ver a tantas personas responsables y decididas, pero tranquilas, sin rabia. Eso me produjo gran satisfacción. Cuando estaba sobre la torre, el hecho de que soplara fuerte el viento era agotador para mí. Pero tenía delante a aquella multitud llena de colores, y veía la atmósfera completamente limpia, con esa luz exrtraordinaria de primavera que sólo se ve en Roma. Ahora recuerdo con mucha viveza el contraste de colores. El color que predomina en Roma, esa especie de color rosa que se ve desde lejos, y el mar de banderas. Durante el minuto de silencio que pedimos para recordar al asesinado, fue emocionante ver los rostros de las personas en silencio, con un único ruido de fondo: el de las banderas movidas por el viento. Cuando hablamos a mucha gente, estamos acostumbrados a oír cómo nuestra voz se va alejando de nosotros, y se proyecta como en eco; pero nunca había oído extenderse el silencio. En oleadas. Como un contagio. Cuando terminó la manifestación y nos fuimos, atravesamos parte de la ciudad, y dentro de la ciudad no quedaba un alma.
–Su cara saltó a todos los periódicos de Europa, con un titular que decía: “El líder natural de la izquierda italiana”. Y, de pronto, deja el sindicato y regresa a Pirelli, la fábrica donde había trabajado toda su vida. Creo que para hacer algo así hay que tener coraje.
–Como imaginará, pensé mucho qué iba a hacer cuando se terminara mi mandato sindical, y estoy seguro de haber tomado la decisión más acertada para mi organización. Es una decisión comprometida y difícil desde el punto de vista de mi vida. Es ir de aquí para allá... cinco días en Milán y dos en Roma. Cinco días a la semana realizo un trabajo que pretendo hacer lo mejor que pueda.
–Alguien que saca a la calle a tres millones de personas, que hace una huelga general como no se había visto en veinte años, ¿se puede quedar en una fábrica?
–No quiero engañar a nadie. Esa es otra de las razones por las que lo pensé tanto. Hay mucha gente que ha tenido fe en mí y me aprecia. Sería un error gravísimo que la vendiera, aunque sea de forma involuntaria. Pero creo que han comprendido las razones por las que he vuelto a Pirelli.
–¿Cuáles son?
–En primer lugar, tenía la obligación de promover en el sindicato a un grupo de gente más joven que yo. Al irse, hay que dejar la casa en orden. Y esos asuntos que hay que dejar en orden son cosas concretas, y son personas. Estoy contento de que ahora haya un grupo dirigente en la CGIL reconocido y respetado. Otro factor del que estoy satisfecho es que en la secretaría las mujeres tienen un peso importante. Hay 12 secretarías, y seis las ocupan mujeres. No hay ninguna otra organización política ni sindical en la que las mujeres tengan una presencia equivalente en puestos de dirección. A los que me decían: “Quedate, la situación es difícil, te necesitamos”, siempre les contestaba que no.
–¿Por qué no se ha dedicado a la política, tras dejar el sindicato?
–Habría cometido un error porque este gobierno ha construido su polémica contra el sindicato sobre la base de un argumento: la CGIL no se comporta como un sindicato, sino como un partido. Cofferati hace lo que hace, no porque esté convencido, sino porque lo quiere instrumentar paralabrarse una posición política. Si yo, después de dejar la CGIL, me hubiera ido a la política, con un puesto en un partido o en el Parlamento, esos señores habrían dicho: “¿Ven? Teníamos razón. El fingía trabajar como secretario de la CGIL, pero sólo pensaba en su carrera política”. En cambio, ahora tienen que agarrarse a otra cosa. Se les acabó el argumento. Creo que mi decisión puede entrañar dificultades, incomodidades. No le oculto que habría preferido seguir teniendo un cargo en Roma. Ir y venir a la ciudad significa cambiar el propio proyecto de vida, tener problemas inevitables. Pero si me hubiera quedado con un cargo político...
–La victoria socialdemócrata en Alemania, la de Suecia, la huelga general de Italia y la manifestación multitudinaria han hecho decir a algunos que hay una nueva oportunidad para la izquierda. ¿Es verdad?
–En mi opinión, sí. Los gobiernos de centroderecha en Europa, en cada país y en las decisiones que afectan a la Unión, están demostrando que no saben gobernar garantizando las transformaciones necesarias en un contexto de cohesión social y defensa de las condiciones de muchos ciudadanos; desde sus derechos humanos hasta sus exigencias de estar protegidos y tener oportunidades de trabajo. Además, en Europa, la derecha tiene unos rasgos particulares, en elemento nuevo respecto del período histórico anterior. El populismo, por ejemplo el que hay en Italia, empuja a la derecha a hacer promesas, a adular a los electores, sobre todo al electorado históricamente de izquierdas, que es la parte más débil del país. La derecha intenta obtener su consenso con promesas que luego no respeta, porque, al mismo tiempo, debe responder a las exigencias de sus referentes políticos tradicionales. Pienso que hoy día, en Europa, tal vez existe una nueva percepción de los peligros que provoca la política de derechas, pese a que en elecciones recientes hayan vuelto a ganar partidos de derechas, como en Francia.
–¿Hasta qué punto ha influido en ese despertar de la izquierda la crisis económica mundial, los escándalos de las grandes empresas y la visión del capitalismo como un sistema que beneficia sólo a unos pocos?
–En Europa es todavía escasa la percepción de la crisis de ese modelo de capitalismo. Las razones que han impulsado a la izquierda son muy locales. Cuando la crisis llegue a Europa y sus efectos sean más visibles, la situación cambiará. Porque lo que todavía no se entiende es precisamente qué es eso, que se trata de la crisis de un modelo con repercusiones de tipo material. Por ejemplo, una parte de los ciudadanos europeos ha confiado su economía y la seguridad de su futuro a las Bolsas, y aunque sufren desde hace tiempo un perjuicio constante, todavía no se han dado cuenta de qué es lo que ocurre. Cuando comprendan que sus condiciones de vida han empeorado –en el sentido de que ya no tienen ahorros disponibles–, verán que, en caso de necesidad, de empeoramiento de su situación, ya no pueden fiarse de lo que han considerado su base segura. Entonces cambiará su comportamiento. Pero me parece que uno de los escollos que tiene Europa es precisamente que aquí aún no se percibe este fenómeno del que hablamos.
–¿La gente está volviendo a confiar en los sindicatos y en la izquierda, después de años de alejarse, de pensar que ya no los necesitaban, de una oleada de desclasamiento de trabajadores?
–En la crisis, la persona en dificultades no se vuelve automáticamente hacia la izquierda y el sindicato. Las situaciones difíciles no siempre benefician a la izquierda. Históricamente, algunas situaciones dramáticas en el plano económico han producido gobiernos autoritarios y reaccionarios. Si ya existe ese gobierno, tal vez el ciudadano se oriente hacia la alternativa, pero no es automático. Para que la persona en dificultades se oriente hacia la izquierda y no hacia la derecha, es necesario que la izquierda política y el movimiento sindical tengan una imagen sólida, posean un proyecto y, dentro de ese proyecto, sean capaces de indicar unos valores. La izquierda debe tener siempre proyecto propioen relación con la gestión de la economía y de los fenómenos sociales, pero en ese proyecto deben estar siempre presentes ciertos valores.
–¿Qué motivos tendría hoy una persona para acercarse a la izquierda y a un sindicato de izquierda?
–Yo diría que no es cuestión de ideología, sino de ideales relacionados con el respeto y la valoración de la persona, no como individuo, sino como parte de una comunidad. Esa es la gran diferencia. La derecha exalta el individualismo. La izquierda debe ser capaz de exaltar la dimensión colectiva. Y de tener un proyecto.
–¿Y la izquierda tiene ese proyecto?
–No siempre ni en todas partes.
–¿Por dónde empezaría usted?
–Creo que la izquierda debe recuperar y hacer visible una identidad propia en Europa. El modo y los instrumentos pueden ser muchos. Una noción que a mí me parece hermosa es la de la economía del conocimiento, que en Europa tomó cuerpo gracias a las iniciativas de gobiernos en los que la izquierda era importante, y que se convirtió en objetivo de la Unión en Lisboa hace dos años. ¿Cuál es esa idea de Europa? Una Europa que se amplía, que se otorga una Constitución, que incluye una carta de derechos, que tiene un proyecto social. Ese es un terreno importante para la izquierda. La derecha ve Europa como un mercado más grande.
–En esta falta de proyecto que usted achaca a la izquierda europea, ¿el sindicato tiene más claro para qué está, y por eso seguramente se ha deteriorado menos que los partidos?
–Sí. Se ha deteriorado menos porque todavía tiene un valor material, debe hacer cosas concretas todos los días, y ha contado con la realidad objetiva mucho más que las fuerzas políticas. Es justo separar a los sindicatos de los partidos políticos.
–¿Qué le ha pasado a la izquierda?
–La izquierda está pagando el precio de un cierto retraso y de haberse dejado condicionar en exceso por la derecha. La derecha ha propuesto modelos sociales, modelos de comportamiento... Y la izquierda, más de una vez, ha tenido una actitud de renuncia, se ha quedado paralizada con un complejo de culpa. En vez de actualizar y proponer sus propios modelos culturales, ha pretendido imitar los de la derecha. Las consecuencias han sido muy negativas. Y, en mi opinión, ésta es una de las razones de las dificultades que atraviesa la izquierda.
–Desde ese punto de vista, el invento de la izquierda de estos años, la tercera vía, ¿qué le parece?
–La izquierda debe renovarse dentro de su propia cultura tradicional. No imitar la cultura y el comportamiento de otros, lo que no causa más que perjuicios. Las transformaciones sociales y económicas se pueden conocer, orientar y contrastar partiendo de la propia identidad. Cuando la izquierda imita a la derecha, está condenada a la derrota; porque, para el elector, entre el imitador y el objeto de imitación, es más fácil decantarse por este último.
–Han pasado varios años desde el fin del comunismo y de la caída del Muro de Berlín. La izquierda sigue muy desconcertada. Usted dice que lo importante es el proyecto, y que los líderes son una cosa secundaria. Pero el caso es que tampoco los tiene, a no ser que usted lo sea para Italia.
–No creo que se trate de un problema de personas. La caída del Muro de Berlín y el final de las ideologías, como es lógico, condicionaron el comportamiento de una parte sustancial de la izquierda, y eso le fue muy útil a la derecha. La izquierda, en vez de volver a proponer sus valores y su identidad, ha intentado disputarse un mismo espacio con la derecha, luchar en su propio terreno. Y los resultados han sido catastróficos. La izquierda ha de tener una identidad y un proyecto propios, y los tiene que defender con coherencia. Entonces puede que pierda las elecciones, puede que, a corto plazo, los electores no comprendan, o no sea posible convencerlos, pero no por eso debe renunciar a su proyecto final. Laizquierda tiene que ser capaz de comprender las razones de que haya disminuido el apoyo de los electores, sin renunciar a su propia identidad. Corregir los comportamientos necesarios sin perder de vista nunca la dirección que quiere seguir.
–Entonces, ¿usted sí tiene un proyecto?
–No. A mí sólo me interesa colaborar con quienes estén dispuestos, para dar contenido a un proyecto de la izquierda italiana. Nadie debe trabajar solo.
–El otro día, en “Le Monde” había un artículo de D’Alema y Amato en el que no se le mencionaba a usted, pero sí se hablaba de una Europa de la izquierda, y decían que hay que tener cuidado de que no sea demasiado radical. Hay que unirse con la democracia cristiana, con grupos ecologistas... ¿qué le parece esa visión de futuro?
–He leído el artículo. Se refería a una hipótesis más amplia de coalición en Europa. No querría parecer obsesivo, pero voy a regresar a lo que decía antes: los límites, amplios o estrictos, deben ser consecuencia del proyecto. Si usted me pregunta, en abstracto, si prefiero trabajar solo o tener a muchas organizaciones conmigo, yo escojo la segunda opción. Pero si esas culturas de inspiración variada se unen y tienen un proyecto común. Si no, se puede discutir de lo que sea, pero no va a ninguna parte. Pocas horas después de la publicación del artículo, esa coalición que proponían D’Alema y Amato para Europa se separaba en Italia de forma dramática. Si no se discute qué es lo que se quiere hacer en un proyecto común de sociedad, no se obtienen resultados. Todo lo demás es ingeniería política.
–Ellos hablaban de una nueva dimensión del reformismo. ¿Le gusta esa palabra?
–No es casual que yo, de vez en cuando, utilice un término en desuso, el de progresistas. Los progresistas son un sector que defiende unos valores posibles y que es más amplio que la izquierda. En Italia, la cultura reformista de la que se habla tanto es una cultura que, históricamente, tiene diversas raíces: hay un reformismo católico, un reformismo laico, un reformismo marxista. Todos tienen elementos comunes que pueden contribuir a formar un amplio sector y un proyecto común.
–También hablaban de tener cuidado, para evitar que el proyecto fuera demasiado radical. ¿Qué es ser radical para usted?
–No comparto la idea de que no deba haber radicalismos. Es necesario que existan algunas formas de radicalismo. El reformismo es una voluntad de cambio, que tiene un carácter gradual y, al mismo tiempo, implica transformaciones, pero cuyos valores no pueden estar sujetos a esos cambios. La defensa de los valores debe ser radical. No me interesa vivir, por ejemplo, en una sociedad en la que los derechos fundamentales de la persona son objeto de discusión a diario. Creo que son factores que definen la civilización de un pueblo, un país o un conjunto supranacional. Me siento reformista en el sentido de que he estado siempre dispuesto a aceptar que las transformaciones sean graduales, pero no a renunciar a los derechos fundamentales. En el espíritu reformista debe haber rasgos radicales. Y la izquierda sale perdiendo, no cuando parece no poder hacer las cosas de forma gradual, sino cuando reforma su identidad, cuando imita a otros.
–Entre otros retos de la izquierda, partidos y sindicatos, está la globalización. Hablan de regularla, pero nadie regula nada.
–Creo que esta suma de procesos complejos que llamamos globalización necesita unas reglas muy originales. Sin reglas es inevitable que aumente la hostilidad contra la globalización, la hostilidad ideológica. No hay más que dos ideologías: una que, de una manera abstracta, está a favor de la globalización, y otra que está en contra, también de forma abstracta. Ahora bien, si los procesos de interdependencia no se regulan, acabará por prevalecer la ideología. La izquierda tiene otra razón más para desear la regulación del proceso: porque de no hacerlo, el primer efecto negativo losufrirán las personas más débiles, y las formas de representación colectiva. Porque una globalización no regulada reduce la capacidad y eficacia de los órganos colectivos. Sin reglas, el sindicato es más débil. Y la política debe establecer un diálogo con estos movimientos, porque ella es la que puede tomar decisiones; son las instituciones las que pueden hacer o deshacer.
–Dentro del socialismo, ¿dónde está usted?
–Creo que en la historia del socialismo europeo hay elementos muy importantes, aunque procedan de corrientes diversas. La socialdemocracia ha sido fundamental para Europa. Como lo han sido otras formas que tienen su matriz en la cultural del socialismo liberal. No sabría decirle exactamente con qué me identifico, pero estoy convencido de las cosas que hago y que digo, y, por lo tanto, sé dónde estoy.
–Pero eso es muy ambiguo...
–Lo que no sé decir es si las cosas que hago y digo pueden asociarse exactamente con alguna de las matrices históricas del socialismo. En Italia, muchos afirman que mi cultura es socialdemócrata. En la historia de mi partido, la palabra socialdemócrata siempre ha sido poco menos que un insulto. Los socialdemócratas eran los que habían traicionado la idea de la revolución. No sé si se me puede meter en la casilla de los socialdemócratas tradicionales. Creo que lo que hemos hecho en los últimos años en la CGIL significa la vuelta de una parte de nuestra historia, de la izquierda italiana y el sindicato italiano de finales del XIX. Fue cuando el sindicato empezó a crecer, y no es casualidad que fuera en la lucha por la emancipación de las personas. Para dicha emancipación era necesario tener mejores condiciones materiales y más derechos.
–¿Hace falta que la izquierda vuelva a los orígenes?
–En mi opinión, en la historia de estos últimos años de nuestro sindicato hay mucho de la labor que se hizo en aquellos años.
* Exclusivo de El País para Página/12.

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