Domingo, 27 de marzo de 2011 | Hoy
EL MUNDO › EL CIRCUITO DE BANCOS INTERNACIONALES QUE BLANQUEA LAS FORTUNAS DE LOS TIRANOS
Es un crimen de cuello blanco de lesa humanidad, ya que sin la complicidad financiera las dictaduras no podrían sostenerse. Los miles de millones que se roban cada año de los países más pobres siempre siguen el mismo camino, que lleva a los mayores bancos de las democracias occidentales.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Un crimen contra la humanidad. Silencioso, sin violencia aparente. Una espantosa empresa de expoliación de los recursos de los pueblos llevada a cabo con la inacabable complicidad del sistema bancario mundial. Las fortunas de los dictadores duermen en los bancos occidentales el fructuoso sueño de los beneficios mientras decenas de miles de personas se mueren de hambre o sin medios para pagar un tratamiento contra el sida.
Jean Claude Duvalier en Haití, Ben Alí en Túnez, Hosni Mubarak en Egipto, Joseph Mobutu en el Zaire (hoy República Democrática del Congo), Sanu Abacha en Nigeria, Omar Bongo en Gabón, Manuel Noriega en Panamá, Mu-ssa Traoré en Malí, Augusto Pinochet en Chile, Muammar Khadafi en Libia, Ferdinando Marcos en Filipinas y Sassu N’Guesso en Congo Brazaville, las fortunas de estos tiranos diplomados depositadas en los bancos internacionales o transformadas en fabulosas inversiones inmobiliarias en Londres, París, Nueva York o Dubai sobrepasan la imaginación.
Hace unos días, la Unión Europea decidió congelar los haberes del fondo soberano libio, el Libyan Investment Authority, LIA, y del banco central libio. Ambos depósitos representan 150 mil millones de dólares. Colosal. La revista de gestión de activos My Private Banking calcula que 33 por ciento de las fortunas de Africa y de Medio Oriente depositadas en el extranjero están en los bancos suizos, lo que representa 74 mil millones de dólares. Cada año, entre 20 mil y 40 mil millones de dólares salen ilegalmente de los países en vías de desarrollo. En los últimos 15 años sólo 5 mil millones fueron restituidos. Suiza maneja el 30 por ciento de los haberes offshore del mundo y Londres una cuarta parte.
Los déspotas o políticos corruptos que llevan la plata al exterior tienen un nombre específico en el lenguaje bancario: Politically exposed individuals. Ello no les impide, sin embargo, la posibilidad de colocar su dinero donde se les antoje. Los hay de todos los colores. Los muy eficaces y discretos “shadow banking” (bancos de la sombra) se encargan de reciclar el dinero manchado de sangre. La prensa inglesa calculó que la fortuna del clan Mubarak asciende a cerca de 70.000 millones de dólares. El dictador tunecino ha sido mucho más modesto en la expoliación de su pueblo, con una fortuna de 5000 millones de dólares, prácticamente la mitad de lo robado por el déspota Ferdinando Marcos en Filipinas durante el cuarto de siglo en el que martirizó a su país, unos 10 mil millones. Ante estos tres, el dictador haitiano Jean-Claude Duvalier, Baby Doc, parece un pobretón con sus 200 millones de dólares transferidos a Suiza. Y el pobre Augusto Pinochet y sus 20 millones de dólares robados se asemeja a un triste mendigo de barrio rico. Los había depositado en el Riggs Bank de Estados Unidos y, desde luego, en paraísos fiscales.
El ex presidente de Gabón Omar Bongo tiene 39 propiedades en Francia, 70 cuentas bancarias y 9 autos de lujo. Sassu N’Guesso cuenta con 18 propiedades y 112 cuentas bancarias abiertas en Francia. Al cabo de interminables procesos judiciales, la Justicia francesa aceptó que se abriera una investigación sobre esos “bienes mal adquiridos”. El sociólogo y político suizo Jean Zigler, hoy vicepresidente del Consejo de Derechos humanos de la ONU, calcula que “de los 905 mil millones de haberes extranjeros en Suiza, 280 mil millones provienen de los países de Asia, América latina y Africa. En el 90 por ciento de los casos, se trata de plata robada a los pueblos más pobres del planeta”.
Los inescrupulosos Joseph Mobutu de Zaire, Sanu Abacha de Nigeria, Omar Bongo de Gabón y Mussa Traoré de Malí son un ejemplo ilustrado del análisis de Jean Zigler. Al cabo de cinco años de un poder despótico, el nigeriano Abacha aspiró 2200 millones de dólares de las cajas del Estado. El maliense Traoré tenía 2400 millones de dólares en Suiza y Mónaco. La Confederación Helvética identificó 3400 millones de dólares pertenecientes al ex presidente del Zaire Joseph Mobutu –34 años en el poder– y esa suma no es más que una fracción de los 10 mil millones que se llevó. Un informe del Banco Mundial calculó moderadamente que los fondos robados cada año por los dictadores a sus pueblos oscilan entre 20 mil y 40 mil millones de dólares. La sed de esos asesinos de sus propias sociedades con la complicidad del sistema bancario internacional no tiene límites. La impunidad y la connivencia de Occidente son perfectamente asimilables a crímenes contra la humanidad cuando se sabe que apenas 100 millones de dólares permiten tratar durante un año a 600 mil personas enfermas de sida. Y, sin embargo, en el seno del famoso y moralizador G-20, países como Alemania y Japón todavía no ratificaron la Convención de Naciones Unidas contra la Corrupción, Cnucc, la Convención de Mérida, como lo hizo Argentina en 2006.
Las rutas de esa expoliación son conocidas por todos: Londres, Luxemburgo, Suiza, Bélgica, Mónaco, las islas anglonormandas o las islas Caimán. El dispositivo Stolen Assets Recovery que la ONU y el Banco Mundial emplean para combatir la corrupción choca a menudo con las argucias legales. El Stolen Assets Recovery colaboró con el Estado haitiano en el procedimiento legal con vistas a la restitución de 7 millones de dólares de la familia del dictador Jean-Claude Duvalier congelados en Suiza. El Estado suizo se prestó al juego pero, luego, la Corte Suprema helvética anuló la querella.
Sin embargo, para los actores de la anticorrupción, las revueltas en el mundo árabe y la posterior ola de bloqueo de cuentas y congelamiento de fondos hará cambiar las cosas. Daniel Lebègue, presidente de Transparencia Internacional Francia, destacó que “se ha recorrido en tres semanas más camino que a lo largo de 15 años”. Las tribulaciones político-financiero-militares de Muammar Khadafi demuestran hasta el absurdo cómo el sistema financiero internacional, cuyo corazón está en las grandes democracias de Occidente, desempeña un papel clave en la protección de los fondos de los dictadores. Hasta 2003, Libia no participaba en el mercado mundial de las finanzas. A partir de ese año Khadafi se reconcilió con Occidente y Libia dejó de estar bajo el peso de las sanciones internacionales. Occidente le abrió las puertas de sus capitales, de sus bancos, de sus empresas y de la ONU. En 2006 el régimen de Trípoli copió el modelo de los famosos fondos soberanos de los países del Golfo y creó el LIA, Libyan Investment Authority.
Ese fondo, cuyas oficinas están en Trípoli y Londres, mueve entre 65.000 y 75.000 millones de dólares. El Tesoro norteamericano bloqueó hasta hoy 32.000 millones. El LIA invirtió sus capitales en grandes empresas italianas (bancos, la Fiat, Finmeccanica) y en empresas-pantalla en Francia y Gran Bretaña, entre otros países. Pero de soberano no tiene nada. En vez de beneficiar al pueblo libio el LIA está controlado enteramente por uno de los hijos de Khadafi, Seif al Islam. El bloqueo de las cuentas personales de Khadafi y de diez de sus allegados permitió que Londres inmovilizara 1500 millones de dólares del dictador y de cinco miembros de su familia. Pero esa suma es una “propina” al lado de la fortuna real escondida en el exterior y calculada en 14.000 millones de dólares.
El obstáculo mayor radica en cómo identificar los fondos. Tony Wicks, especialista del blanqueo de dinero y director de Nice Actimize, una empresa especializada en luchar contra el fraude, destaca que la transcripción de los nombres árabes es una de las grandes argucias para evitar ser descubierto. “En Francia, Estados Unidos o Gran Bretaña el nombre de Khadafi puede escribirse Gaddafi o Qadafi. Hemos calculado que con el nombre y el apellido completo de Muammar Khadafi se pueden hacer 115.000 combinaciones posibles.”
La ONG británica Global Witness formuló dos preguntas pertinentes que abarcan la conducta occidental frente a los dictadores: ¿Esos dinosaurios asesinos hubiesen permanecido en el poder sin la complicidad bancaria de las grandes democracias? ¿Hubiera sido necesaria una intervención militar en Libia si los bancos occidentales se hubiesen rehusado a trabajar con la plata de Khadafi? Sin duda, nada habría sido igual. “Al aceptar ese dinero, los bancos propiciaron esos regímenes brutales y les permitieron pagar a sus amigos políticos, falsear elecciones y aterrorizar a sus poblaciones”, anota Global Witness.
En lo que atañe a las fabulosas fortunas resguardadas en el extranjero por el egipcio Hosni Mubarak, el tunecino Ben Alí o el mismo Khadafi, Anthea Lawson, responsable de la campaña Cleptocracia en Global Witness, acota que “los bancos nunca hubiesen debido aceptar ese dinero ni los gobiernos permitir que lo hicieran”. Pero el dinero no tiene olor. Salga de un prostíbulo, de un paquete de cocaína, de los circuitos encorbatados y sucios del sistema financiero internacional o de la sangre de los pueblos oprimidos por los déspotas del mundo, el dinero siempre llega limpio al mismo lugar: los bancos.
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