Martes, 21 de junio de 2011 | Hoy
EL MUNDO › LA PROTESTA DEL MOVIMIENTO 15-M APUNTA AL DESCRéDITO DE LOS POLíTICOS Y DEL SISTEMA FINANCIERO ESPAñOL
En la Puerta del Sol los indignados que quedaron en el acampe reflexionan sobre la masiva respuesta en las calles que hubo el domingo. Sin embargo, a algunos madrileños su presencia les provoca hartazgo.
Por Eduardo Fabregat
“Vamos a irnos de aquí, donde quedará un punto de información, pero la acampada se vuelve itinerante. Esto sigue porque la indignación es real, no se termina en estas acciones. Estamos llamando la atención, diciendo en toda España que las cosas deben cambiar.” Protegida del ardor veraniego bajo una construcción de madera y telas en la Puerta del Sol, Irene expresa su indignación sin indignación. Se le nota la pasión, sí, pero tras la primera desconfianza y ante la mención de la nacionalidad (“ah, vo- sotros los argentinos sabéis de esto”) franquea el ingreso al lugar donde, ante una mesa improvisada, otras cuatro personas debaten el balance y el efecto de la marcha del 19-J. Zamorana, rellenita, de 31 años y en paro, Irene habla en un tono tranquilo, aunque le destellan los ojos verdes: “Demostramos que la sociedad no se ha dormido, que luchamos por lo que merecemos y por vías pacíficas”, lee primero del comunicado del Movimiento 15-M, y cuando se le pregunta cómo sigue esto, elabora: “Somos gente con mucha fuerza, y lo que nació en Puerta del Sol se traslada a todos los barrios, donde se están realizando asambleas, además de todas las ciudades donde se está expresando la gente. No se termina, sigue porque seguiremos presentando propuestas y debatiendo para llegar a un consenso”.
Esa “gente con fuerza” se expresó el domingo en más de cincuenta ciudades. En Madrid, las estimaciones fueron de 35 mil personas (la policía) a 100 mil (los organizadores más optimistas). En Barcelona, el margen fue aún más amplio, entre las 50 mil calculadas por el Ministerio del Interior y las 270 mil de los convocantes. Número más o menos, la marcha del 19-J fue el centro de atención de toda España, pero también de los vecinos. Es que la protesta de los indignados apunta al descrédito de los políticos y del sistema financiero español, pero también eleva la voz sobre el Pacto Euro impulsado por el francés Nicolas Sarkozy y la alemana Angela Merkel. “Hombre, ya está bien de solventar a los banqueros –dice Javier, que sí aguanta junto a su carpita, bajo un sol que raja las piedras–. Con el pacto van a recortar dinero de todos lados para que se salven los mismos, los que siempre vivieron y viven bien. Nosotros no queremos que el que vive bien viva mal, queremos que todos vivan bien. Esto es un despertar a otra conciencia, a que las cosas no pueden seguir así, que queremos otro futuro.” En la radio, los analistas políticos hablan de Grecia, de salvar lo insalvable, de que en unos años los griegos deberán declarar que no tienen con qué pagar lo que les están dando ahora. “Si Grecia sale de la zona euro es una catástrofe”, dice uno de los analistas, y cuando se le comenta el apunte a Manuel, en otra de las carpas, se ríe todo lo españolamente que se puede reír un español: “¿Catástrofe? ¡Catástrofe será esta juerga!”, dice con un gesto que abarca la plaza.
En la plaza del Sol, en realidad, ya no queda casi nada del acampe. Hay unas veinte carpas, la construcción donde Irene sigue atendiendo gente para explicarle de qué va el 15-M, y muchos carteles que declaran principios: pancartas utilizadas en la marcha que confluyó de todos los puntos de la ciudad en el monumento a Neptuno de la Plaza de Cánovas del Castillo, donde un vallado policial impidió llegar al Palacio de las Cortes. Queda, también, el hastío de los que rodean el lugar. El encargado de un puesto de diarios ni siquiera intenta parecer amable: “Si es para hablar del 15-M, pues nada, estoy harto, no quiero decir nada”. En el siguiente puesto, Iván y Ema se muestran algo más comprensivos y bastante más simpáticos. “En un principio esto me parecía de puta madre, pero ya tengo los huevos llenos –dice Ema–. En España era necesario llamar la atención, pero llevan diciendo que se van desde el tercer día y no se van. Y los que quedan no representan lo que se representaba al principio, no hacen más que manchar la protesta. Están pasando el verano, viviendo aquí como podrían vivir en cualquier plaza.” Iván señala que “en España estamos hasta los cojones, uno parece que termina acostumbrado a algo a lo que nunca hay que acostumbrarse, que es que te roben los políticos y los banqueros. Cuando a vosotros os hicieron el corralito y tal, la mayor sinvergüenzada del planeta, fíjate lo que pasó, no te lo voy a contar a ti que eres argentino. Aquí estamos hasta las narices de eso, que le den plata a los bancos para que los bancos sigan prestándole plata a las empresas para que sigan funcionando y para sus jubilaciones millonarias. Y ve tú a pedirles 12 mil euros para un coche, y ni hablar de un coche, alguien de una empresa para ir tirando. Entonces, cuando empezaron a acampar la idea era cojonuda, tenían más razón que un santo, y siguen teniendo razón y sigue siendo buena idea, pero se ha desvirtuado un poco”. El diariero echa un vistazo a la plaza y cierra: “Aquí a cualquier comerciante que le preguntes echa pestes, pero bien mirado y haciendo abstracción de las pérdidas, vamos, que tienen razón”.
El veterano lustrabotas situado unos metros más allá, cuidando el negocio a la sombra de un cartel publicitario, no quiere mirar bien nada ni hacer abstracciones. Resignado a que las zapatillas del cronista anulan cualquier negociación sobre sus declaraciones, resopla y, con voz cascada, larga el toro: “¿Estos, indignados? Indignados mis cojones, éstos están de fiesta, tomando vino, drogándose, poniendo la plaza a la miseria, haciendo porquerías en las carpas. Déjeme a mí con la policía y ya verá adónde les cabe la indignación”, refunfuña. Congeniar posiciones parece tan difícil como avizorar el futuro de la indignación a la española.
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