EL MUNDO › COMO FUE LA ENTRADA DE LOS FIELES AL MAUSOLEO DEL IMAN HUSSEIN
Se abrieron las puertas del cielo
Página/12 estuvo ayer en Kerbala, una de las ciudades santas de los chiítas, quienes entraron emocionados al mausoleo del imán Hussein. Durante 35 años, otro Hussein –Saddam– se los había prohibido. Ayer, corearon consignas contra Saddam y EE.UU.
Por Eduardo Febbro
A doscientos metros de la entrada de la ciudad de Kerbala, al sur de Irak, una lluvia de piedras cae sobre el derrumbado edificio de lo que fue la sede del partido Baaz. Los peregrinos que acuden a borbotones a esta ciudad santa para celebrar uno de los ritos más antiguos de los chiítas detienen su marcha, dejan de cantar y de golpearse el pecho y el corazón para arrojar piedras contra lo que simbolizó la opresión de los chiítas. “Esa es la casa del diablo. Ahora, Saddam Hussein está muerto”, dice uno de los peregrinos extendiendo una tela blanca sobre la cual dibujó la cara de Saddam Hussein transformada en demonio, con el mentón lleno de sangre y unos colmillos enormes.
Un poco más delante, una ola humana avanza al compás del ritmo seco de decenas de miles de manos golpeándose el pecho. Las manos producen un sonido a la vez hueco y profundo. El calor se pega a la piel como una brasa. De tanto en tanto, entre la espesa multitud, aparecen brazos extendiendo vasos de agua y comida. En el fragor más denso de la concentración, entre los mausoleos de cúpulas doradas donde reposan los restos del imán Hussein, decapitado en el año 680, y de su medio hermano Abbas, gotas de agua con sabor a rosas caen sobre los peregrinos. La gente sonríe, baila, salta, guía a los periodistas perdidos y temerosos en medio de aquella fuerza religiosa que parece levantar la ciudad por encima de la tierra.
Kerbala y los chiítas se tomaron la primera revancha. La ciudad santa de los chiítas de Irak vio desfilar una inagotable marea humana proveniente de todo el país. Vinieron a llorar el martirio de su imán, Hussein, pero, sobre todo, a hacer de este duelo milenario la celebración de la recuperada libertad de culto. “La sangre de Hussein es revolución y libertad”, decía una pancarta. Otra, exhibida en árabe y en inglés por centenares de personas que la llevaban con los brazos en alto, decía: “Queremos un gobierno dirigido por iraquíes”. Los chiítas del país recuperaron uno de sus ritos ancestrales que el régimen de Saddam Hussein había prohibido durante años. Noches sin sueño, días enteros de caminata concluyen este miércoles al mediodía, abriendo al mismo tiempo una incógnita mayor: el despertar de los chiítas, sus reclamos políticos, la potencia de sus movilizaciones no figuraban en los planes elaborados por la Casa Blanca. Frente al suntuoso mausoleo de Hussein, la plegaria no pudo celebrarse debido a la inmensidad de la multitud. Un flujo interminable de peregrinos impuso su ley al programa previsto. Flagelándose la espalda o avanzando de rodillas, los peregrinos ingresan al mausoleo para tocar la tumba situada en el centro del santuario y luego salir y besar la puerta de madera. Religioso, el acto fue también político. La alegría por la desaparición del regimen de Saddam Hussein era manifiesta, tanto como las señales enviadas a Estados Unidos. “No al imperialismo, no a la ocupación, no al colonialismo, no a Israel”, junto con “No a Saddam, no a la tiranía”, cantaban 3 mil fieles mientras daban vuelta a la plaza. “Si Estados Unidos se queda acá, va a sufrir”, advertía un peregrino oriundo de otra de las ciudades santas, Najaf. Saddam y Bush concentraron todos los enconos. Muchos de los grupos que ingresaban en la plaza central lo hacían cantando: “Saddam, porquería, ¿dónde te has metido? Mostrate para que podamos castigarte”. Dirigiéndose al imán Hussein, otro grupo decía: “Oh, imán, mira cómo el despreciable Saddam ha desaparecido”.
Ayer, Kerbala y las rutas iraquíes llenas de peregrinos conocieron un momento histórico. Después de varias décadas de represión ejercida por elrégimen de Saddam Hussein, esta comunidad religiosa que pesa en el 60 por ciento de la población se entregó entera a la celebración de su identidad. “Se acabaron las prohibiciones, se acabaron los controles impuestos por el partido Baaz”, dice un hombre proveniente de Najaf. Incrédulos, asombrados, en estado de profundo trance, libres y llenos de esperanzas, los chiítas no pueden creer lo que está pasando. “En un abrir y cerrar de ojos todo cambió. Ahora falta que el invasor se vaya”, dice un joven barbudo. El hombre lleva adherida en una banda el retrato de Ali, el primer Imán del chiísmo, cuarto califa del Islam y padre de Hussein, cuya sepultura se encuentra en Najaf.
Monumental, expansiva, inédita, la peregrinación a Kerbala marca el renacimiento de los chiítas de Irak. Las procesiones son interminables. Las rutas están obstruidas y, en la periferia de Kerbala, los marines norteamericanos, que no llegaron hasta los lugares de culto, observan la escena como si miraran una película de ciencia ficción. “Lo único que queremos en este momento es permanecer apartados de todo esto”, declaró el comandante norteamericano Michael Purcell, estacionado en las afueras de la ciudad.
La fe condujo a los peregrinos hasta este lugar de su devoción que los transporta hacia la frontera que antes estaba prohibida. Cánticos, poemas, salmos, lectura del Corán, retratos alegóricos del imán Hussein. Ali Murah explica que para los chiítas “el imán es todo. Representa la justicia, la libertad y el derecho. Su principal enemigo era la opresión. Hussein lanzó una de las revoluciones más importantes que el Islam haya conocido. Creo que hoy estamos viviendo otra”.
Incluso sin la presencia de todos los chiítas del país, bloqueados en sus regiones debido a la guerra, la magnitud del peregrinaje no tiene precedentes. Kerbala se transformó en una suerte de campamento abierto. Hay ollas gigantes dispuestas en las esquinas para que la gente coma gratis si tiene hambre y hasta bañaderas llenas de aguas para sacarse el calor de encima. “Esto es una comunión, la unión de la voluntad y la certeza de que los malos días están detrás nuestro”, dice un joven en auténtico estado de hipnosis.
Si hay una ciudad chiíta que lleva la huella de los malos días es Kerbala. En el curso del levantamiento chiíta de 1991, justo antes de la primera guerra del Golfo, Kerbala pagó un elevado tributo. El centro de esta ciudad de medio millón de habitantes había sido bombardeado y ni siquiera se salvaron los dos mausoleos, que ya fueron recientemente restaurados. Los chiítas no olvidaron lo ocurrido en el ‘91 cuando se sublevaron contra Saddam Hussein pensando que las tropas norteamericanas intervendrían. Pero los ejércitos de Bush padre no se movieron para impedir las matanzas y hoy los chiítas consideran que Washington los abandonó en aquel entonces. “Los norteamericanos son traidores porque dejaron que Saddam nos asesinara”, recuerda un hombre de 45 años. Esa traición está más presente que nunca. Una lista de los 414 desaparecidos víctimas de la dictadura circula a través de la ciudad. Para que el mundo entero conozca su causa, los chiítas tradujeron al inglés la vida del imán Hussein y ciertos cánticos. “Se trata de mensajes de paz y de concordia, y el mundo debe conocerlos –explica un religioso que enumera dos principios inamovibles–; nosotros rechazamos la ocupación y la tutela de un país extranjero.”
Las puertas del cielo se abrieron de golpe. Hoy, los fieles pueden entrar libremente al mausoleo de Hussein. La mezquita de mármol y mosaico, cuyo techo está ornamentado con una fina caligrafía, tiene dos cúpulas, el minarete y la entrada principal cubiertos de oro puro. El “mashad”, la tumba del imán, también está recubierta de oro. El entusiasmo de los chiítas es tal que, incluso si el acceso está prohibido a los “infieles”, ayer dejaron a los periodistas occidentales ingresar en el recinto. Todoslos fieles que ingresan giran en torno a la tumba rezando y recitando salmos a la gloria del imán. Antes de partir, la gente se arrodilla posando la cabeza sobre la “torba”, un aglomerado de la tierra bendita de Kerbala. Algunos llegan al mausoleo caminando, otros reptando para acentuar aún más su fidelidad. “Hussein, levántate, toma el agua de mis ojos y bébela”, recita sin detenerse un grupo de 20 peregrinos que avanza arrastrándose por el suelo. Uno de ellos, Muhammad, tardó cuatro días en llegar a Kerbala. A sus casi 70 años, el hombre cuenta que vino “de las afueras de Bagdad a pie” y que está “feliz de haber llegado hasta la Ciudad Santa antes de morir”.
Algunos peregrinos ingresan muertos de dolor a la plaza central que separa los dos mausoleos. “No importa. Ha sido un viaje que duró más de 20 años y mis heridas no son nada al lado de lo que recibo y siento aquí”, dice el hombre mirando hacia la cúpula del mausoleo de Hussein. Djabal Satar, un peregrino que vino desde Bagdad, está seguro de que, luego del acto de estos días, “ahora podemos olvidarnos de Saddam Hussein. Esta es la primera vez que vengo a Kerbala y es como si me acabara de despertar de una pesadilla”.