EL PAíS › CASI TODOS YA DECIDIERON SU VOTO, PERO TODAVIA LO SIGUEN CAMBIANDO

Votos en vuelo, terror de los candidatos

Lo que desvela a los postulantes a la presidencia no es la engañosa categoría de indecisos (que son muy pocos y podrían terminar votando en blanco), sino una cantidad inédita de votantes que van pasando de candidato en candidato hasta último momento. Como hay fragmentación y no una elección polarizada al estilo de la de 1999, esos cambios hacen que por primera vez sea mucho más claro el análisis que el pronóstico.

 Por Martín Granovsky

Nunca como en estas elecciones el voto fue tan volátil. Y no se trata de indecisos, sino de gente que cambia el voto en el último tramo, incluso más de una vez. Este fenómeno produce vértigo en los candidatos y mareos en los encuestadores, y convierte a las elecciones del domingo en las de resultado más incierto desde que en 1983 Raúl Alfonsín le ganó a Italo LUder.
El consultor Enrique Zuleta Puceiro le puso números al voto que vuela. “¿Terminará usted votando al candidato que hoy tiene elegido?”, preguntó. Ofreció opciones y éstos fueron los porcentajes:
- Es seguro que voy a votarlo, 53 por ciento.
- Es probable que termine votándolo, 18 por ciento.
- No descarto cambiar el voto, 13,7 por ciento.
- Es muy probable que lo cambie, 10 por ciento.
Es decir que casi la mitad de los encuestados podría cambiar su voto con distinto grado de convicción. O de vacilación.
–¿No será que la gente quiere exhibir mayor independencia de los candidatos y buscar que la seduzcan? –preguntó Página/12.
–Puede ser, pero el aire que se respira tiene que ver con votantes no enganchados con los políticos –respondió Zuleta–. Además, hace tres años ni había soñado encontrarse con estos candidatos. Era el tiempo de Eduardo Duhalde y Fernando de la Rúa. De Carlos Menem preso. Y de varios políticos que en algún momento tuvieron intención de voto como para ser presidentes sin ballottage: Elisa Carrió, José Manuel de la Sota o Carlos Ruckauf.
Para el consultor Eduardo Fidanza, de Catterberg y Asociados, no hay que hacer demasiada filosofía para registrar la volatilidad. Su esquema señala que, aun fragmentada, la única fuerza política en pie es el justicialismo. “Por el tipo de conducta anterior y por el tipo de compromiso que establece con los partidos, hay entre un 25 y un 30 por ciento de personas que habitualmente votan por el PJ y se sienten próximos a él, en lo que puede definirse como una base electoral cautiva”, explicó Fidanza. El voto ideológico fuerte va a la izquierda clásica, como el Partido Obrero o Izquierda Unida. Alrededor de un 4 por ciento. Antes había un voto cautivo radical de un 13 o un 15 por ciento, dijo el sociólogo, y un siete u ocho por ciento que votaba al partido de derecha que correspondiera. La conclusión es que si hay un 40 por ciento con orientación electoral constante, “un 60 por ciento tiene opciones que mutan”. Habría, según Fidanza, dos tipos de mutantes. Variedad uno, más pura: nunca vota a un partido determinado. Variedad dos, más impura, puede ir de uno a otro sin un nivel alto de rechazo.
¿Volátiles son indecisos? Fidanza dijo que no. “No hay decididos e indecisos, sino personas que se deciden de una manera consistente, otras de manera inconsistente y temporaria y algunas que no se deciden, así como otras que pasan de la decisión férrea a la indecisión. En un escenario de menor anomia y fragmentación, la conducta era más previsible. Ahora la conducta es menos constante y por eso la volatilidad. Y ya que estamos, volatilidad no es sinónimo de imprevisión para que un analista de voto no logre comprender o explicar lo que pasa.”
Manuel Mora y Araujo comparte esa visión sobre un exceso de oferta electoral.
–¿Usted tiene su definición de volatilidad?
–Sí. Se puede medir a través de la intención de voto que el encuestado declara espontáneamente y la que dice solo cuando se le muestran los candidatos.
–No es el indeciso.
–No. El indeciso ocupa una franja pequeña y hoy está más cerca de votar en blanco o no votar.
–¿En qué influye la existencia de candidatos más o menos parejos? –En que no hay un candidato fuerte ni un liderazgo fuerte. Líder es alguien que genera mucho entusiasmo y que con su sola presencia motiva el voto porque encarna una opción, aunque sea para un sector más reducido. Si no no es un líder, es simplemente un candidato.
Los candidatos no-líderes parecen haber definido su mensaje para el final de la campaña.
Néstor Kirchner apeló a la publicidad negativa mostrando a Ricardo López Murphy con Fernando de la Rúa. Contó a favor con un más movedizo Roberto Lavagna. Ayer, en “Aire comprimido”, el ministro y candidato a seguir siéndolo dijo que como no era un candidato “ligado a los sectores conservadores, no tengo necesidad de hacer carrera para demostrar quién va a pagar de deuda externa”. Lavagna acusó a “los medios más ligados a sectores empresariales, que tuvieron que ver con el modelo de la convertibilidad”, de intentar, como le dijo un amigo suyo, “una elección de entrecasa”. Se refirió, sin decirlo, a un escenario de primera vuelta donde queden primeros Menem y López Murphy.
El ex economista-jefe de la ultraliberal FIEL, que antes había usado publicidad negativa al preguntar en qué se parecen los candidatos peronistas (y responder: “En Barrionuevo”) empezó a salir de su nicho antiperonista para presentarse como la encarnación del país y, sobre todo, de la clase media, “del medio, ¿qué me dicen de derecha e izquierda?”. Anoche, en un mensaje transmitido en el programa de Luis Majul, su apelación final consistió en pedir fiscales. O es una táctica, o teme por su falta de penetración en los rincones más alejados del conurbano, donde los tantos continúan repartiéndose entre los candidatos peronistas, con posible caída de Rodríguez Saá.
Puesto a seguir en su línea de publicidad-catástrofe, Menem dijo que ni en la guerra de Irak hubo tantas bajas como homicidios en la Argentina el año pasado. No precisó cuántas bajas se produjeron en Irak, cifra que aún nadie tiene.
Adolfo Rodríguez Saá –digan cheese– siguió difundiendo sus 125 medidas en 100 días.
Elisa Carrió, por ejemplo anoche con Majul, llamó a no votar pragmáticamente sino “con la conciencia y con esperanza”.
Para Alfredo Bravo, la opción es socialista.
Patricia Walsh refirmó identidad.
Leopoldo Moreau apareció, pero poco, diciendo, sin mostrarla, que su camiseta es la celeste y blanca y no la de Bush, Menem y López Murphy. La publicidad lo daba con el escudo radical al costado.
Zuleta preguntó a los volátiles cuál sería el factor de definición final de su voto:
- Explicación en profundidad de qué hará el candidato, 20 por ciento.
- Que no termine ganando el peor, 9,7.
- Opinión de familiares y gente de confianza, 8 por ciento.
- Pertenencia y convicciones, 8 por ciento.
- Opinión en los medios, 3 por ciento.
- Encuestas, 2 por ciento.
- Lo que digan los candidatos en los actos, 3,8 por ciento.
Si los encuestados de veras actúan así, no pesaría como un elemento decisivo la publicidad final. El gobierno, estos últimos días, dijo que la difusión de un ascenso de López Murphy era “una operación de prensa”. Todo puede ser. El problema es si esa operación, en caso de ser cierta, refuerza o no a uno de los candidatos del establishment.
“No demos vueltas, ya se van decantando los temas y solo quedan tres”, sugirió Mora y Araujo: “Quién puede gobernar este país, quién asegura estabilidad y quién encarna el deseo de que mejore la calidad de la vida política. Por eso la disputa es entre Menem, Kirchner y López Murphy. Los que están en otros temas pierden, como les pasa a Carrió y Rodríguez Saá”. Para Mora, la publicidad “juega muchísimo”, pero también “cierta coordinación entre la publicidad y la presencia mediática de loscandidatos”. Allí estaría la diferencia entre Kirchner filmado en un acto (negativo, porque gritar en la tele lo es) y Kirchner con Mirtha Legrand (ambiente no político).
Según Fidanza, “el componente de desinterés, apatía, nexo débil entre decisión de votar y la existencia de muchas opciones, todo eso lleva a que los estímulos discursivos o de imágenes puedan resultar importantes para definir la situación del votante”. La ecuación sería como sigue: a menor interés y menor peso de paradigmas partidarios, mayor peso del voto por figuras o atributos de personalidad y mayor peso de la publicidad y la comunicación política.
Zuleta imaginó un modelo para explicar el final de la campaña. Dividió al país en Capital Federal y Gran Buenos Aires (37 por ciento de los votantes), Noreste (8,9 por ciento), Noroeste (12,5), Cuyo (6,5), Patagonia (4,7) y región pampeana (30 por ciento). Para él, la clave de la elección está en la última zona, que abarca la provincia de Buenos Aires sin el Gran Buenos Aires, La Pampa, Santa Fe y Córdoba enteras y parte de Mendoza. Es una región con “sistemas políticos estabilizados, gobernadores exitosos y bastante democráticos; gente seria y presidenciable; ciudades donde los bancos abren a las siete, la gente duerme la siesta y tiene mayor distancia de los aparatos políticos en disputa y la soja dejó mucho dinero en un sector de productores”. Es allí, dijo Zuleta, donde a López Murphy le va mejor que hace un mes.
Los volátiles no van más a unos que a otros. Simplemente vuelan. Seguirán volando hasta el domingo, mientras Kirchner intenta ser el doble voto-rechazo (a Menem y a López Murphy) y el gobierno inmediato, sin necesidad de inventario; Menem trata de que no se le escape un solo sufragio; López Murphy llama a cantar el himno y Elisa Carrió y Adolfo Rodríguez Saá hacen el último esfuerzo para entreverarse entre los dos de arriba.

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