Domingo, 3 de junio de 2012 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Carolina Bracco *
Como en los dieciocho días que duraron las protestas que exigían la renuncia de su eternizado presidente Hosni Mubarak en el poder, la indignación, la bronca y el deseo de justicia se dieron cita en la plaza Tahrir de El Cairo. Sin pancartas políticas, sin escenarios y sin líderes. Pero también sin descanso. Rápidamente se sumaron Alejandría, Suez, Damietta, Al Arish, Qena, Mahalla, Marsa Matruh y tantas otras ciudades que a lo largo y a lo ancho del país eran una sola voz y un solo grito: ¡Justicia!
La tensa calma en la que había amanecido El Cairo estalló al conocer los veredictos: un primer grito de alegría de las familias de los mártires reunidas en las afueras de la Corte al escuchar la sentencia de cadena perpetua para Hosni Mubarak, seguido de una gran frustración al conocer el resto. Larga había sido la espera tras sucesivos aplazamientos y grande la esperanza de ajusticiar al dictador y (a sólo algunos de) sus secuaces, aún a pesar de que el Consejo Superior de las Fuerzas Armadas –en el poder desde la renuncia de Mubarak en febrero de 2011– ha dado pruebas de fidelidad al viejo régimen, continuando con sus mentiras, sus prácticas represivas y su descaro.
A la espera de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales que llevarán en dos semanas a los egipcios a elegir entre el candidato de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi y Ahmad Shafiq, último primer ministro del mismo Mubarak; el veredicto está cargado de significado político. O bien el gobierno militar intentó provocar al pueblo para prolongar aún más la sucesión de poder, o bien creyó que el resultado favorecedor de Shafiq en la primera vuelta era un indicador de reconciliación popular con el ex presidente.
Esto último sería poco probable, teniendo en cuenta que lo que la prensa mundial llamó “la primera elección libre en Egipto” estuvo teñida de fraude, intimidaciones y violencia donde hasta los mártires de la revolución estaban inscriptos para votar; donde sólo el 46 por ciento de los inscriptos se acercaron a votar atendiendo al llamado de boicotear las elecciones de la juventud revolucionaria y el 20 por ciento de los votantes lo hicieron por Hamdeen Sabahi, el único candidato apoyado por los revolucionarios.
El mismo Hamdeen fue recibido con entusiasmo en la plaza Tahrir, donde se dieron cita hasta los Hermanos Musulmanes, quienes aseguran que, de ganar las elecciones, Shafiq liberaría a Mubarak. Allí están también los ultras del Zamalek y el Ahly (los dos equipos mayoritarios del fútbol egipcio), salafíes, nasseristas, cristianos coptos, familiares de los mártires de la revolución, sindicatos, liberales, islamistas y miles de independientes a compartir como hace ya más de un año su deseo de vivir en un país libre y justo. Y sin Mubarak, ahora en la prisión de Tora, para quien se pide pena de muerte. Mientras que sus hijos, Gamal y Alaa fueron dejados en libertad, desestimados junto con su padre, de los cargos de corrupción.
“El juicio del siglo”, como lo anunciaban en los medios, dio su veredicto. El pueblo egipcio también.
Una vez más, la desazón en la que intentan ahogarlo no hace más que darle fuerzas para perseverar en su sueño de libertad.
* Politóloga (UBA), magister y doctoranda en Cultura Arabe (UGR).
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