Domingo, 1 de julio de 2012 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
Las elecciones de hoy en México se escriben en sangre. Cincuenta mil murieron desde la última elección, hace seis años, en la guerra contra y entre los narcos. Los candidatos no hablan mucho del tema, y sería bueno que lo hagan, pero tampoco les insisten y en un punto no hace demasiado falta. Los mexicanos saben. De los tres candidatos importantes una quiere disciplinar, otro quiere abrazar y otro quiere pacificar.
Podría decirse que la guerra-guerra empezó hace seis años, cuando lo dieron ganador a Felipe Calderón, el candidato de la derecha, medio punto por encima de Andrés Manuel López Obrador, de centroizquierda, en elecciones teñidas por sospechas de fraude. Obrador cortó la avenida principal, se proclamó “presidente legítimo” y llenó el Zócalo durante semanas. Calderón necesitaba legitimidad, un gesto de autoridad, y entonces mandó al ejército a pelear contra los narcos, que a esa altura ya habían corrompido a los dos mil departamentos de policía que tiene el país y a un buen número de jueces, periodistas y altos funcionarios de los tres partidos.
Sabemos que no es aconsejable usar al ejército para solucionar problemas internos, pero Calderón pensó que era la última ficha que le quedaba, porque el Estado mexicano estaba perdiendo el control en las negociaciones, en los arreglos que tenían con los narcos. Había mucho dinero, mucha violencia y cada vez más droga y ya no los podían controlar. Entonces Calderón mandó a hacer una lista de los 34 narcos más peligrosos y les dijo a sus generales que vayan por ellos y al final de su gobierno pudo decir que mataron o capturaron a 22 de los 34.
Pero el ejército mexicano, acostumbrado a reprimir, cometió violaciones varias que registraron importantes organismos de derechos humanos. Además se empezó a corromper. Hace algunas semanas cayeron cuatro generales porque estaban comprados por el cartel de los Beltrán Leiva. Mucho antes de que eso sucediera la infiltración había llegado a un grupo de comandos especiales que se desprendió del ejército y fue el germen de un grupo narco llamado Los Zetas. En poco tiempo Los Zetas prendieron fuego a la ruta del Caribe que hoy le disputan a sus antiguos patrones del cartel del Golfo. Los Zetas trajeron al mercado nuevas metodologías de control territorial a través del terror que rápidamente se propagaron entre todos los grupos narco. Así, mientras se disparaba el índice de homicidios narco, aparecían las decapitaciones masivas, las bolsas llenas de cuerpos desmembrados, las fosas comunes y los pasacalles prometiendo la próxima masacre. Al mismo tiempo los narcos, empezando por Los Zetas, se expandían a los negocios del secuestro, la extorsión, el tráfico de inmigrantes y el robo de combustibles. Al principio Los Zetas parecían imbatibles pero se chocaron con el cartel La Familia de Michoacán y los Mata Zetas del cartel de Jalisco-Nueva Generación. Una fuente informada me avisa que Los Zetas están golpeados, que no consiguen limpiar la Ruta del Golfo y por eso la guerra continúa. Porque además y por las dudas Los Zetas se cruzaron al Pacífico para disputarle Acapulco y Guadalajara al hasta entonces imbatible cartel de Sinaloa. Y la guerra sigue además porque los carteles de Tijuana y los Beltrán Leiva disputan con Sinaloa el Pacífico norte. Porque la Ruta del Pacífico y la del Golfo son las dos que valen y todos matan por controlarlas. Por el medio, a través del desierto, es mucho más difícil llevar merca a Estados Unidos.
El ejército no es neutral. Arranca en Michoacán, después va a Ciudad Juárez. Siempre parece que va zafando el narco más poderoso, el capo del cartel de Sinaloa, el famoso Chapo Guzmán. Caen sus rivales, caen sus enemigos. El ejército golpea a todos, parece, menos al Chapo.
El Chapo viene zafando desde los tiempos en que traficaba heroína y marihuana y tenía sus arreglos con el PRI, el partido de centro, burocrático y paternalista, que gobernó el país 71 años seguidos hasta que volvió la democracia con el triunfo de la derecha en el 2000. El Chapo no zafa por casualidad. Tiene con qué. Está en la lista corta de los hombres más ricos del mundo de la revista Forbes.
Hace un par de meses, justo cuando la candidata de la derecha, Josefina Vázquez Mota, venía en caída libre y marchaba tercera en las encuestas, Calderón lanzó una especie de mega operativo para capturar o matar al Chapo, buscando un efecto electoral similar al de Obama con la muerte de Bin Laden. Pero el Chapo, por ahora, se sigue escapando.
Vázquez Mota, experta en autoayuda, rival del pollo de Calderón en la interna del PAN, el partido de la derecha, hace campaña con el slogan “Josefina Diferente”. Pero hasta ahora no ha podido diferenciarse mucho del programa del presidente. En el tema narco dice que va a replantear lo de priorizar la lista de los jefes más buscados, que siempre genera luchas internas por la sucesión, y por consiguiente más violencia. Dice que prefiere un esquema más progresivo y metódico para desmantelar el poder narco, que priorice la seguridad de las comunidades. Pero Vázquez Mota no habla de sacar al ejército de la línea de fuego y es entendible: según una encuesta, el 83 por ciento de los mexicanos no quiere que los soldados regresen a los cuarteles.
Pero eso es lo que propone Obrador, el candidato del centroizquierda. Obrador dice que hay que sacar al ejército de la calle. Dice que para combatir el negocio y el flagelo social del narcoterrorismo hay que cambiar la cultura. Generar trabajo para los jóvenes, convencerlos de que hay un camino mejor. A Obrador lo apodan AMLO por sus iniciales y a su campaña le dicen, algunos con sorna, AMLOVE. En abril presentó su propuesta para la seguridad pública, o sea para frenar la guerra narco. “En el caso que nos ocupa de la violencia, de la inseguridad pública podemos resumir: abrazos, no balazos. Eso es lo que proponemos”, anunció. Dice que tiene un plan, que hay que ser inteligentes e implacables con los narcos, pero por sobre eso resalta la importancia de los valores como la honestidad, la moral y el orgullo de pertenencia.
López Obrador marcha segundo en las encuestas y viene subiendo, impulsado por el surgimiento de un movimiento estudiantil que aborrece a su rival del PRI y favorito para ganar las elecciones, Enrique Peña Nieto. A medida que Obrador sube en las encuestas, endurece su discurso. Ahora dice que va a dejar al ejército por lo menos seis meses más hasta que pueda crear una nueva policía federal antinarco. Su fuerza, al igual que las otras, no ha evitado la mancha de asesores y financistas vinculados con los narcos. AMLOVE promueve la virtud como arma fundamental para derrotar la violencia de los traficantes de drogas ilegales. Pero para el candidato del abrazo, esa virtuosidad, esa proclamada transparencia, en mayor o menor medida sigue siendo una promesa.
Peña Nieto, del centrista PRI, tiene grandes chances de convertirse en el próximo presidente de México y por eso no hace declaraciones arriesgadas, menos en un tema tan delicado como el de la guerra narco. Cuando le preguntan, dice que su prioridad es pacificar el país y bajar el nivel de violencia. O sea, no lo va a decir, pero lo que sus seguidores entienden y pretenden es que al menos vuelvan los viejos tiempos en que la maquinaria del PRI protegía al Estado mexicano con autoridad y manejaba el tema narco entendiéndose con unos pocos para perseguir a los demás, con menos violencia y más discreción. O sea, va a transar.
No parece la solución más atractiva, pero es la que por ahora, según las encuestas, más mexicanos están dispuestos a votar. Pero si gana Peña Nieto no va a ganar porque tenga la mejor solución para el tema narco, y si pierde tampoco va a perder por eso. Directamente no fue tema de campaña. No porque no les interese a los mexicanos, muy por el contrario, sino porque ninguna de las propuestas planteadas los convence.
Si los que hablan de disciplinar pueden transar con el Chapo, y los que hablan de abrazar pueden transar con narcolavadores, y los que no dicen nada todos saben que van a transar, más allá de las tácticas, discursos e ideologías, cualquiera sea el resultado de la elección, el rumbo de la guerra narco no va a cambiar demasiado. Elecciones escritas en sangre aunque los candidatos en campaña se cuiden de hablar del tema. Terror de votar por votar o de votar por otra cosa, porque para apagar la guerra narco este voto no sirve, no alcanza o no ilusiona.
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