Martes, 8 de abril de 2014 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Emir Sader
La economía brasileña ha crecido 2,4 por ciento el año pasado. En febrero se han batido records de nuevo en la generación de empleo en Brasil. Los salarios siguen subiendo por encima de la inflación. Y la inflación está controlada, por debajo de los 6 por ciento anuales.
Pero dos institutos –Ibope y Datafolha– publican encuestas más o menos iguales: el apoyo al gobierno habría caído entre un 6 y un 7 por ciento, según su interpretación, por “pesimismo económico”. En una de ellas se llega al espantoso resultado de que la política de generación de empleos tendría el rechazo del 54 por ciento de la población, cuando se está prácticamente con pleno empleo en Brasil.
Otros elementos permiten entender esas paradojas. En la primera encuesta –Ibope es un instituto contratado permanente por TV Globo, que juró en 2010 que Lula no lograría elegir su sucesor y José Serra sería el próximo presidente de Brasil–, a la vez que se publica esa caída de apoyo al gobierno, se difunden los resultados del sondeo para la elección presidencial y Rousseff sigue con el mismo resultado anterior –43 por ciento–, derrotando a los dos candidatos de la oposición –Aecio Neves y Eduardo Campos– que, sumados, llegan al 22 por ciento. Es decir, Dilma vencería en primera vuelta, con lo cual se deduce que el descontento que buscan evidenciar con su gobierno no favorece a ningún candidato opositor, con la gente prefiriendo un nuevo gobierno del PT.
Como parte de sus tradicionales manipulaciones, el instituto divulgó primero el resultado de la encuesta presidencial y, una semana después, aquella sobre el apoyo al gobierno, para dar la impresión de que la primera habría sido superada por el movimiento de pérdida de apoyo del gobierno, cuando son partes de la misma encuesta, hecha los mismos días.
El otro instituto –Datafolha– pertenece a uno de los periódicos opositores, una de cuyas directoras afirmó en la campaña presidencial de 2010 que, dada la debilidad de la oposición, los medios asumían el rol de partido de la oposición. Y lo siguen haciendo.
Lo cierto es que, después de fracasar en hacer campañas contra el gobierno, los medios se concentran en el “terrorismo económico”, en buscar generar un sentimiento de insatisfacción y de inseguridad económica en sectores de la población. El país crecería menos de lo que podría, ello se debería no a la tendencia especulativa de los grandes capitales, sino a la falta de “garantías” de parte del gobierno, a sus supuestas tendencias “estatizantes”.
Es esa campaña que, según los institutos de encuestas, justificaría la pérdida de apoyos de parte del gobierno, aunque los candidatos opositores se mantienen en los mismos niveles y Dilma ganaría igual en la primera vuelta. El gobierno paga un precio de no haber avanzado nada en el debate sobre la falta de democracia en la formación de la opinión pública, con una prensa fuertemente monopolizada en manos de algunas pocas familias. Sigue aumentando las tasas de interés, como respuesta a las presiones de que habría riesgo inflacionario, especialmente en un año electoral, cuando lo que el país necesita son incentivos a las inversiones productivas y no a las especulativas.
Todo indica que Dilma Rousseff será reelegida este año, con buenas posibilidades de que lo logre en primera vuelta. Cuenta con un voto duro de los sectores más pobres (más del 70 por ciento en el nordeste de Brasil, más del 55 por ciento entre los de menor poder adquisitivo). Cuenta con la fuerza movilizadora de Lula, cuenta con candidaturas impopulares en la oposición. Pero si no supera el cerco mediático impuesto por los monopolios de la oposición, no podrá imponer los niveles de crecimiento económico que el país necesita para dar seguimiento al extraordinario proceso de democratización social desde el comienzo de los gobiernos del PT, en 2003.
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