Jueves, 19 de junio de 2014 | Hoy
EL MUNDO › LA CRISIS EN UCRANIA Y LA SITUACIóN EN IRAK COLOCAN A TEHERáN EN UN LUGAR DETERMINANTE Y LA ACERCAN A OCCIDENTE
La suspensión del suministro de gas ruso a Ucrania, el conflicto en Siria y la irrupción de los jihadistas en Irak: en estos asuntos, la influencia de Teherán se volvió ineludible. Y en el medio, la negociación por su programa nuclear.
Por Eduardo Febbro
Desde París
El contexto de crisis regionales está favoreciendo un impensable acercamiento entre Irán y Occidente. Suspensión del suministro de gas ruso a Ucrania, conflicto en Siria, irrupción del grupo insurgente sunnita EIIL en Irak (Ejército Islámico de Irak y el Levante) y negociaciones sobre el programa nuclear iraní, cualquiera sea la situación que se evoque, la influencia de Teherán en el juego mundial se ha vuelto ineludible. El lunes 16 de junio, el gigante del gas ruso Gazprom anunció que interrumpía la entrega de gas a Ucrania, república por la que transita una buena cantidad del gas que Rusia le vende a Europa. La perspectiva de un invierno europeo parecido al de las precedentes crisis entre Moscú y Kiev –2006 y 2009– llevó a las cancillerías del Viejo Continente a plantearse un retorno a los suministros de Irán. Teherán ostenta la segunda reserva de gas más importante del mundo. Esta opción estaba cerrada hasta ahora debido al embargo que pesa sobre Irán a raíz del desarrollo del programa nuclear. Pero las negociaciones en curso en Viena entre la república islámica y el grupo de seis mediadores internacionales podría levantar esta hipoteca, tanto más cuanto que la degradación de la situación en Irak pone a Teherán como una figura determinante de la estabilidad regional.
Se trata de la quinta ronda de negociaciones entre Irán y el grupo de los seis (Estados Unidos, China, Rusia, Gran Bretaña, Francia y Alemania) con vistas a zanjar el diferendo que opone a Teherán con Occidente sobre el carácter pacífico o no de su programa nuclear. El calendario para un acuerdo definitivo fija la fecha del 20 de junio como límite para concluir la negociación. A todos los conviene un pacto histórico que pondría fin a uno de los antagonismos más extensos del siglo XXI. La oportunidad es tanto más decisiva cuanto que los trastornos que atraviesan a Irak hacen de la república islámica un actor de peso. El gobierno iraquí, dominado por chiítas, es a la vez aliado de Teherán y de Washington. Según la edición dominical de The Wall Street Journal, el tema iraquí fue agregado a último momento a las discusiones de Viena. Desde esta perspectiva, una reconciliación entre la primera potencia mundial e Irán deja de ser una mera especulación. El secretario de Estado norteamericano, John Kerry, dejó claro que “no descartaría nada que pueda ser constructivo para proporcionar verdadera estabilidad en Irak”. El presidente iraní, Hassan Rohani, fue igualmente explícito cuando dijo: “A partir del momento en que Estados Unidos comience a actuar contra los insurgentes sunnitas del EIIL, entonces sería posible reflexionar sobre la forma de empezar a colaborar con ese país”.
Ambas frases constituyen un paso inédito hacia algún tipo de convergencia: Irán y Estados Unidos no tienen relaciones diplomáticas desde la toma de rehenes en la embajada norteamericana de Teherán, en 1980. Desde ese momento, Irán ha sido para Occidente –y más allá– la encarnación del mal absoluto. Las declaraciones de Kerry y de Rohani suponen una apertura mutua entre dos gobiernos que llevan 35 años enemistados y combatiéndose en todas las tribunas del mundo. Además, uno de ellos, Estados Unidos, ha sido el principal promotor de las sanciones internacionales adoptadas contra la república islámica. Los enemigos de antaño se necesitan hoy más que nunca. El gas ruso y los radicales del Ejército Islámico en Irak y el Levante pueden desestabilizar dos zonas claves del planeta.
Ayer, Bagdad pidió a Estados Unidos que interviniera oficialmente para detener la progresión de los rebeldes sunnitas hacia Bagdad. El canciller iraquí, Hoshyar Zebari, pidió a Washington que lanzara “bombardeos selectivos” contra los rebeldes sunnitas (ver aparte). La Casa Blanca respondió que estudiaba todas “las opciones”. Sea cual fuere la estrategia que se aplique, sin el visto bueno de Irán, o sea, sin una discusión o una colaboración previa con Teherán, nada sería posible. El gobierno iraquí es de mayoría chiíta, está respaldado por Irán y Estados Unidos y, al mismo tiempo, amenazado por los sunnitas que gobernaron el país durante las décadas en que el difunto presidente iraquí, Saddam Hussein, estuvo en el poder (1979-2003). Durante ese extenso y siniestro mandato, Hussein construyó su imperio de poder con la ayuda de Occidente. Fue, además, una pieza esencial en la estrategia occidental de hostigamiento a Irán y un brutal represor de la mayoría chiíta de Irak. Los antiguos enemigos podrían pactar ahora un esquema de cooperación para combatir al ex aliado de una de las partes de la insólita nueva alianza que se prepara.
En este enredo regional que ya costó decenas de miles de muertos entre la represión de Hussein contra los chiítas, la guerra Irak-Irán (1980-1988), la primera Guerra del Golfo, 1991, y la segunda, 2003, se mete también otra guerra, la del gas. Muy preocupadas por la postura agresiva de Moscú, las capitales europeas están buscando sustitutos seguros a los hidrocarburos rusos. Incluso si su dependencia es menor que en 2006 y 2009, hace falta energía para pasar el invierno. En 2009, 80 por ciento del gas ruso transitaba por Ucrania. En 2012, gracias al gasoducto Nord Stream, que une directamente Rusia con Alemania a través del Báltico, sólo el 50 por ciento del gas ruso atraviesa Ucrania. Cuando en 2016 se empiece a activar el gasoducto South Stream, que conectará directamente a Rusia con Italia y Austria a través de Serbia, Hungría y Eslovenia, los gasoductos ucranios dejarán de tener un papel tan importante. Quedará, no obstante, la dependencia occidental ante los hidrocarburos de Moscú. Una de las pocas alternativas que quedan para disminuir esa dependencia energética es precisamente Irán.
Entre sumisión energética e inestabilidad en Irak, Teherán y Occidente están atrapados en un juego que, a diferencia de antes, ya no podrán protagonizar como lobos enfrentados. Hasta la derecha israelí perdería uno de sus argumentos predilectos. Más allá de Israel, los ignorantes que, por bajas razones de política nacional, se empeñan en seguir haciendo de Irán un demonio de la comunidad internacional, van a tener que revisar sus conocimientos estratégicos para entender o anticipar los complejos movimientos planetarios que están en curso.
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