Martes, 12 de agosto de 2014 | Hoy
EL MUNDO › JOHN SHARP, PROFESOR DE ANTROPOLOGíA DE LA UNIVERSIDAD DE PRETORIA
El experto señala que la inequidad económica y social es una deuda que la joven democracia sudafricana no ha saldado. Al mismo tiempo, critica “el giro neoliberal” del gobernante Congreso Nacional Africano.
En la última década, Sudáfrica se transformó en la única potencia del continente africano y en una de las economías emergentes más promisorias del mundo. Con la caída del apartheid, el país instauró un sistema democrático multirracial y redactó una Constitución progresista que consagra la igualdad para todos sus ciudadanos. Sin embargo, para John Sharp, profesor de Antropología de la Universidad de Pretoria (UP) y vicedecano de la Facultad de Humanidades de la misma institución, los cambios en la Sudáfrica del posapartheid son una cuestión de forma y no de fondo. “Lo que hay es una democracia formal desde hace veinte años. La Constitución otorga, en teoría, los mismos derechos a todos. Pero el país es líder en inequidad en lo que se refiere a la distribución de la riqueza. Si el apartheid ensanchaba esa desigualdad, mucho de eso continúa”, aseguró a Página/12 el académico sudafricano, que visitó Argentina para participar de la Conferencia “Africa y el fin del apartheid en Sudáfrica”, en el Centro Cultural de la Cooperación.
La desigualdad económica y social es una deuda que la joven democracia sudafricana no ha saldado hasta el momento. Gran parte de las dificultades que tiene el país para reducir esa brecha está directamente relacionada con su historia de explotación y segregación. “Durante el siglo XX, el orden racial estaba basado en la industria minera. El sistema utilizaba a los trabajadores negros de todas las regiones para que trabajaran en Johannesburgo, pero no se les permitía permanecer en la ciudad. Cuando terminaba el contrato debían volver a sus hogares. Eso creaba diferencias entre negros y blancos, que sí podían vivir en Johannesburgo con sus familias. El apartheid obviamente formalizó esto: los blancos eran ciudadanos de Sudáfrica, los negros lo eran de los diferentes homelands (territorios en los que se dividía étnicamente a la población no blanca durante el régimen segregacionista)”, explicó Sharp. “Hoy en día todos son ciudadanos. Los países democráticos aseguran que todos tenemos iguales derechos, pero para mantener la distinción es necesario que algunos sean más privilegiados que otros. Los ricos más que los pobres”, agregó.
El profesor sudafricano, que además es codirector del Programa de Economía Humana –un proyecto que busca el bienestar humano a través del trabajo productivo comunitario–, vincula los problemas de violencia urbana y criminalidad en su país con la redistribución inequitativa de la riqueza. “La violencia tiene mucho que ver con la persistencia de la desigualdad, sobre todo si se tiene una tasa de desempleo del 25 por ciento, que en los antiguos homelands puede llegar incluso al 50 por ciento, donde casi no hay desarrollo. De alguna manera, lo que mantiene la paz es el extenso sistema de asistencia social. Entre el 20 y el 30 por ciento de la población recibe algún tipo de prestación social. Si eso no existiera, sería insostenible. Sudáfrica tiene una Constitución maravillosa y un sistema democrático muy elogiado, pero esos derechos tienen que materializarse para la mayoría”, señaló.
Si bien el apartheid fue formalmente desmantelado hace dos décadas, la mayoría de los pobres siguen siendo los sudafricanos negros. Esto responde más a una cuestión estructural que a una ecuación demográfica. “Los pobres son, en su inmensa mayoría, negros. También es cierto que una parte de la población blanca, que durante el apartheid era clase trabajadora, se ha empobrecido por las políticas de discriminación positiva o de empleo preferencial. Por otra parte, muchas de las empresas en las que trabajaban, que eran del Estado, fueron privatizadas. Hay suburbios en Pretoria o en Johannesburgo que sufrieron un proceso de desintegración social. Pero la clase media blanca sigue manteniendo el nivel de vida de antes”, apuntó Sharp.
Pese al creciente malestar social de los últimos años, el Congreso Nacional Africano (CNA), el partido del fallecido líder Nelson Mandela, ha gobernado ininterrumpidamente desde 1994. “La gente comienza a inquietarse. Hay protestas por los servicios, pero son localizadas y no están integradas. En cierta manera, el CNA le ha dado algo a la gente. Los únicos perdedores son los coloureds (mestizos), que tenían una posición más privilegiada que los negros durante el apartheid, y posiblemente la clase trabajadora blanca. Los más pobres reciben ayuda del Estado, lo que no quiere decir que los coloureds y los blancos no la reciban. Pero si nunca tuviste nada y toda tu vida fuiste empujado a vivir en los bantustanes (homelands), las prestaciones sociales significan algo. Aunque la gente sepa que no es suficiente”, dijo Sharp. “Es difícil ver qué combinación de fuerzas puede romper la hegemonía del CNA. Todo el mundo obtuvo algo durante estos veinte años en los que el CNA estuvo en el poder. La gente puede estar descontenta con el partido, y particularmente con (el presidente reelecto Jacob) Zuma, pero ganó las últimas elecciones con un 62 por ciento. Los más pobres reciben asistencia del Estado. Y las clases medias están mejor de lo que estuvieron en los últimos años del apartheid. Políticamente, el CNA no ha renunciado al poder. Si existiera un partido capaz de hacerle contrapeso podría ser una amenaza para el CNA. Pero no lo hay”, destacó.
Sharp se refirió al nuevo partido de los Luchadores por la Libertad Económica, del ex líder de la rama juvenil del CNA Julius Malema, que obtuvo el 6,35 por ciento de los votos y se convirtió en la sorpresa de los comicios generales del 7 de mayo pasado. “El partido es eficiente a la hora de marcar ciertas ineficiencias. Malema es un buen orador, un líder muy inteligente. Se trata de un partido populista que canaliza el descontento por algunas fallas del CNA. Pero no tiene un programa muy consistente. Habría que preguntarles qué harían si llegaran al gobierno. Nacionalizarían las minas. Bueno, eso es algo que no va a ocurrir. Si quieren hacer una reforma agraria no pueden despojar a los blancos de la tierra, primero tienen que comprarles las tierras. Es un proceso largo y costoso, se trata de una transacción. Recientemente, algunos miembros del CNA han hablado de la posibilidad de despojar a los granjeros blancos sin compensarlos. Pero cuando Malema los desafía, enseguida dicen que no van a hacerlo. No pueden hacerlo porque no tiene el dinero suficiente para comprar esas tierras a valor de mercado”, remarcó.
El profesor de la UP criticó el giro neoliberal del CNA y la renuncia a sus consignas históricas. “El CNA es cauteloso. Incluso ha desarrollado una política amistosa con las empresas. Muchos se preguntan por qué. ¿Acaso el CNA no tiene alternativa, no se puede hacer política sin tener en cuenta los negocios? ¿Era necesario crear una elite negra una vez que cayera el apartheid? El CNA se ha desecho del Programa de Reconstrucción y Desarrollo, un proyecto de distribución ambicioso. Se enfocaron en crecer y luego en distribuir. Pero primero hay que crear puestos de trabajo para reducir la desigualdad”, reflexionó. “El partido adoptó la línea del Consenso de Washington. Lo repiten todo el tiempo: ‘Primero crecer, distribuir después’. Es como un mantra. De tanto escucharlo, la gente comienza a creer que es verdad. Obviamente –expresó Sharp–, el CNA nunca ha tenido el poder económico.”
Entrevista: Patricio Porta.
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