EL MUNDO › OPINION

Una pared entre la seguridad y la paz

Por Adrian Hamilton*

Llámenla “un muro”, “una valla”, “un límite” o incluso “una barrera”, si quieren. Pero cualquiera sea la forma en que lo describan, “el muro de seguridad” que los israelíes están construyendo alrededor del territorio palestino marca el fin de las esperanzas de un acuerdo negociado en Medio Oriente.
Para los israelíes es una reacción lógica a la violencia, una barrera de seguridad diseñada para mantener a los terroristas y a los palestinos fuera de Israel. Y para separar a los dos pueblos y asegurarse de que la población árabe que está dentro del muro siempre sea una minoría. En cambio, para los palestinos, es tanto un símbolo de la dominación militar israelí como un “hecho consumado” que asegurará el control israelí sobre el agua de la región, la protección de sus asentamientos ilegales y la garantía de que los palestinos nunca podrán conseguir un Estado viable.
De ahí la sensibilidad que provoca la cuestión sobre si la extensión acordada por el gabinete israelí incluiría una curva de 20 kilómetros dentro del territorio palestino para proteger a Ariel y otros asentamientos israelíes adyacentes. Sharon y su gabinete quieren la curva. Los norteamericanos, que amenazan con congelar la ayuda económica a Israel si la pared termina anexando territorio palestino, se oponen a ella. Ayer se llegó a un acuerdo por el que la pared será extendida, pero esta curva sensible será vallada y patrullada por separado.
Es un compromiso que no debería engañar a nadie. Sharon quiere una pared que garantice, en sus propios términos, un Israel seguro e inexpugnable, que pueda controlar el movimiento de sus vecinos fuera y dentro de su territorio, que limite el número de árabes potencialmente hostiles dentro de sus fronteras y así asegurarse (accidental o deliberadamente) de que un Estado Palestino sea incapaz de florecer como una entidad separada.
Acá no hay mayores secretos. Sharon nunca negó su plan para integrar los asentamientos al territorio israelí o expulsar a la mayor cantidad de palestinos que sea posible. Incluso si lo negó –algo que no ocurrió–, suficientes elementos del curso propuesto para la valla se han filtrado a la prensa israelí como para dejar en claro que su intención es incorporar tanto como el 40 por ciento del territorio palestino.
Usted podrá defender la valla si piensa que es esencial para la seguridad de Israel, pero el plan de construcción de la pared indicaría ambiciones territoriales mucho más grandes. Incluso podrá discutir que es algo que los mismos palestinos se buscaron al mandar atacantes suicidas a Israel. Pero no podrá pretender que la valla sea compatible con cualquier acuerdo de paz o la voluntad de ver un Estado palestino viable. Con todos sus propósitos, la pared significa el fin de la Hoja de Ruta. Y es deshonesto que el gobierno israelí simule lo contrario. Es probable que la Hoja de Ruta estuviera condenada de todos modos. Nunca se construyó sobre la confianza de las dos partes. En cambio, dependió enteramente del compromiso de la administración Bush para apretar a Jerusalén. Ahora incluso eso ha desaparecido.
Condoleezza Rice, la mujer a cargo de la política estadounidense en la Hoja de Ruta, y su patrón, George W. Bush, no están nada felices con el muro. Pero en Washington sólo se habla de un “incumplimiento” en el compromiso. Bush ni siquiera discutirá el tema mientras Arafat esté allí, pero la campaña de reelección tampoco lo animará a hacer eso. Del fracaso de la Hoja de Ruta se puede culpar fácilmente a los palestinos, a pesar de las provocaciones de Israel con su política de asesinatos selectivos. En este aspecto, los palestinos son los peores enemigos de sí mismos.
En cuanto a los otros miembros del cuarteto que trajo el plan de paz –Rusia, la ONU y Europa–, ni siquiera pudieron hacer una declaración luego de su último encuentro en Washington. Mientras, Gran Bretaña simplemente se ha lavado las manos en este asunto. No debería haberlo hecho. Porque sin la Hoja de Ruta, Medio Oriente está embarcándose en un camino de amargura y odio entre los palestinos que terminará en otro ciclo de terrorismo y con el mundo árabe en llamas.
A corto plazo, por supuesto, la pared puede incrementar la seguridad de Israel. Pero con cada día de su existencia y cada kilómetro que se le añade creará nuevos resentimientos entre las comunidades divididas, entre los trabajadores que no pueden llegar a sus trabajos y los campesinos cuyos cultivos de aceituna han sido destruidos. Y mientras el sueño palestino se convierte en algo más inalcanzable, los líderes vagarán en el exilio dejando atrás una caldera humeante de jóvenes desempleados y mujeres listas para inmolarse. No hay mucho que el mundo exterior pueda hacer. Ariel Sharon es el líder electo de los israelíes tal como Yasser Arafat es el líder electo de los palestinos. La paz sólo llegará cuando las dos partes realmente la deseen.

* De The Independent, especial para Página/12.
Traducción: Milagros Belgrano.

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