Domingo, 21 de diciembre de 2014 | Hoy
EL MUNDO › SE REEDITA EL ACUERDO ALCANZADO EN 1989 PERO EN VERSIóN MEJORADA PARA TERMINAR CON LA GUERRA FRíA
La historia del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos con la mediación del Vaticano encierra una trayectoria que se mueve entre dos pactos secretos que cambiaron el rumbo del mundo.
Por Eduardo Febbro
Página/12 En Francia
Desde París
Cuatro personajes distintos representantes de dos Estados que actúan en épocas diferentes, dos muros políticos que se derrumban en cronologías distantes, el Muro de Berlín en 1989 y el Muro del Caribe en 2014, dos filosofías políticas opuestas que diseñan una realidad que nada tiene que ver la una con la otra, la historia del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos con la mediación del Vaticano encierra una trayectoria que se mueve entre dos pactos secretos que cambiaron el rumbo del mundo. Tres décadas separan ambos pactos. Sus metas, su naturaleza y sus intenciones van de la oscuridad a la luz, de la manipulación a la claridad, de la testarudez al realismo sensato.
El primero se selló el 7 de junio de 1982 en la biblioteca del Vaticano entre el ex presidente norteamericano Ronald Reagan y el entonces papa Juan Pablo II. El segundo pacto se negoció a finales de marzo de 2014, también en el Vaticano, entre el presidente de Estados Unidos Barack Obama y el papa Francisco. El primer pacto conocido como “La Santa Alianza” fue, en gran parte, forjado por uno de los personajes de la diplomacia vaticana más sombríos de la historia: Pio Laghi, el ex Nuncio en la Argentina (1974-1980) y artífice, en los años ’80, de la reanudación de las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y Washington. Laghi era un hombre doble, de sotana e ideología de hierro, amigo y protector de la Junta Militar argentina, reaccionario y enceguecido como el Papa de entonces por los espectros del comunismo. El pacto Reagan/Juan Pablo II tenía un solo objetivo: montar una campaña secreta para derribar el comunismo, a cualquier precio. Richard Allen, el primer consejero de Reagan para la Seguridad Nacional, dirá que se trató de “una de las alianzas más secretas de todos los tiempos”.
Sus pormenores y sus resultados son poco menos que alucinantes. El pacto Obama/Francisco se llevó el último tramo del Muro que quedaba pero no se hizo a espaldas de los actores, o sea de Cuba, no está movido tampoco por la misma moral, no persigue los mismos objetivos geopolíticos ni tampoco está manchado por asesinatos o financiamientos fuera de todo circuito de control.
La Santa Alianza condujo a un montaje financiero fraudulento organizado por el Vaticano para respaldar clandestinamente al sindicato polaco Solidarnosc, cuyo líder de entonces, Lech Walesa, se convertirá en presidente de Polonia luego de la caída del Muro de Berlín. Ronald Reagan y Juan Pablo Segundo estaban habitados por la misma obsesión. El juez William P. Clark, otro de los consejeros de Reagan para la seguridad nacional (el más influyente), dirá también que uno y otro “compartían las mismas opciones espirituales y tenían una misma visión del imperio soviético: el bien y el derecho triunfarían según los planes de Dios” (The Judge: William P. Clark, Ronald Reagan’s Top Hand, de Paul Kengor y Patricia Clarck Doerne, Ignatius Press 2007). En cuanto a la utilidad del Vaticano en esa cruzada anticomunista, el secretario de Estado de Reagan, Alexandre Haig, la resumió muy bien: “El sistema de información del Vaticano era mejor y más rápido que el nuestro”. Para América latina, esa Santa Alianza fue una hecatombe de guerras y represión. La Santa Sede persiguió en condiciones infrahumanas a cuanta sotana progresista se movía por el continente. Para ello y en colaboración con la Casa Blanca, se apoyó en los sectores más reaccionarios de la Iglesia y del poder político local y ni siquiera dudó en aliarse con congregaciones y personajes comprometidos con violaciones de menores y robos de todo tipo, como fue el caso con Los Legionarios de Cristo, de Marcial Maciel, a quien Juan Pablo Segundo promovió a escalafones altísimos cuando ya se sabía muy bien las estafas y los abusos sexuales que había cometido. Muchos de los adeptos a la Teología de la Liberación pagaron con sus vidas esa persecución vaticana. La convergencia entre el Vaticano y Wa-shington está perfectamente documentada, incluso en las declaraciones oficiales de Ronald Reagan: “América latina es una zona por la cual compartimos una preocupación común. Anhelamos trabajar en estrecha colaboración en esta región a fin de promover la paz, la justicia social, las reformas e impedir la propagación de la represión y de los regímenes tiránicos ateos” (Ronald Reagan, Jack Nelson, “Reagan, Pope Join in Urgent Plea for Peace”, Los Angeles Times, June 8, 1982).
Montar ese dispositivo anticomunista hizo de Juan Pablo II un interlocutor regular de los miembros de la CIA y de otros personajes de la seguridad nacional norteamericana que viajaban a Roma gracias a la mediación de Pio Laghi. A partir de mediados de 1981, se organizó una suerte de intelligence shuttle entre Washington y la Santa Sede. Uno de esos visitantes es también de triste memoria para América latina. Se trata del general Vernon Walters, embajador itinerante de la administración Reagan, ex director adjunto de la CIA durante el golpe de Estado contra Salvador Allende. En su libro The Mighty and the Meek (St Ermin’s Press, 2001), el general Walters reveló muchos detalles de sus entrevistas papales. Walters escribe: “La administración era consciente de que existía una convergencia de intereses entre la Iglesia Católica y los Estados Unidos en sus intentos por contener la expansión comunista. Según mis instrucciones, debía exponer los hechos apoyándome en las mejores fuentes de información disponibles. Así comencé una serie de dos o tres viajes anuales al Vaticano. (...) Le resumía al Papa las amenazas planteadas por los misiles, las fuerzas terrestres convencionales, la aviación y la marina soviética”. Pero los temas eran más abiertos. Como lo revelan los periodistas Carl Bernstein y Marco Politi (His Holiness: John Paul II and the Hidden History of Our Time, Doubleday, 1996), las entrevistas con el Sumo Pontífice eran también extensivas a América Central, región azotada en ese momento por la guerra en El Salvador, Guatemala y la Nicaragua sandinista, donde Washington prestaba asistencia militar a los contras. Pio Laghi, cuando estaba en Estados Unidos como delegado Apostólico (1980), asistía regularmente a las reuniones de seguridad y se encontraba frecuentemente con el director de la CIA, William Casey, que era católico. Muchas cosas cambiaron entre ambos pactos, aunque los escenarios sean los mismos, empezando por el Vaticano. En junio de 1982, mientras Reagan y Juan Pablo II celebraban su Santa Alianza, en los departamentos pontificiales contiguos el secretario de Estado de la Santa Sede, Agostino Casaroli, y el arzobispo Achille Silvestrini, negociaban con el secretario de Estado norteamericano Alexandre Haig y con el juez William Clark. En 2014, la trama del acuerdo entre Obama y Bergoglio la desarrollaron los respectivos secretarios de Estado, John Kerry y Pietro Parolin, junto al senador demócrata Patrick Leahy. “El mundo debe escuchar la voz del Papa”, dijo Obama después de reunirse con Francisco. El acercamiento ya estaba rodando desde 2009, pero recién en junio de 2013 se aceleró su realización, en parte gracias a la postura que adoptaron Bergoglio y Obama. Los personajes de esta saga diplomática moderna poco tienen que ver con los integrantes del siniestro dispositivo instalado por Reagan y Juan Pablo II en la década de los ’80. Los experimentados diplomáticos de Roma se aunaron ahora a un ciclo secreto de negociaciones con enviados especiales de Cuba y varios consejeros de la nueva generación venidos desde Washington. A nadie los persigue el fantasma comunista. La juventud ha sido también un aliado de peso. Ese es el caso de uno de los hombres clave de esta ronda, Ricardo Zúñiga, nombrado por Obama en 2012 consejero en Asuntos Latinoamericanos en reemplazo de Dan Restrepo. Zúñiga nació en Honduras, en 1970, y emigró a Estados Unidos a los 4 años. El otro hombre central es Ben Rhodes, viceconsejero de Seguridad Nacional para Comunicaciones Estratégicas y Escritura de Discursos, igualmente joven (nació en 1977). Sus interlocutores fueron hombres de sólida trayectoria y de edad más avanzada, como es el caso del secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, quien había sido nuncio en Venezuela desde 2009 hasta 2013. La entrevista Obama-Bergoglio de este año esbozó la recta final. En octubre de 2014, La Habana y Washington concluyeron en el mismo Vaticano las negociaciones sobre el intercambio de presos entre Cuba y Estados Unidos.
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