EL MUNDO
Cuenta regresiva entre los muertos y la mezquita del imán Alí en Najaf
Con el cementerio de Najaf en manos norteamericanas y la mezquita del imán Alí rodeada por partidarios del clérigo chiíta Moqtada al Sadr, la situación en la ciudad rebelde parece al borde del choque final.
Después de un ultimátum del premier Iyad Allawi, el jefe radical chiíta Moqtada al Sadr llamó ayer a sus milicianos atrincherados en el mausoleo del imán Alí en Najaf a evacuar el edificio y a entregarlo lo más pronto posible a la Marjaiya, la principal autoridad chiíta. “Deben entregar las llaves del mausoleo a la Marjaiya para impedir que los infieles entren a este lugar santo”, indica la carta firmada por Sadr y encabezada “a mis queridos hermanos en el mausoleo del imán Alí”. Pero se negó a desarmar a su milicia, una exigencia del primer ministro iraquí, Iyad Allawi, para poner fin a los combates en la ciudad santa de Najaf, adonde anoche se registraron intensos bombardeos, con los norteamericanos a sólo 200 metros de la mezquita. Las últimas declaraciones del entorno de Sadr amenazaban con atacar los pozos de petróleo del sur del país.
A lo largo del pasaje de 180 metros que lleva de la plaza Medan al santuario del imán Ali, los hombres armados de Mahdi estaban parados en grupos de tres o cuatro cada ocho metros, con sus AK 47 y sus lanzadores de misiles, sonriendo y saludando. Aun mientras se escuchaban las granadas y morteros explotando en otros lugares de la vieja ciudad, muchos de los insurgentes cantaban y tarareaban: “Moqtada, somos tus soldados, Moqtada nunca escondió su cabeza”. Si estaban nerviosos por la perspectiva inminente de que las fuerzas iraquíes y estadounidenses llevaran a cabo la última de varias amenazas del gobierno interino iraquí, emitido tres horas antes, de asaltar el santuario si Moqtada no aceptaba sus términos “en unas pocas horas”, no mostraban señales de ello. En esta callejuela angosta, que en tiempos de paz fuera caminada durante siglos por los peregrinos chiítas de Irak e Irán, pero ahora poblado sólo por la milicia de Sadr, el daño a los pequeños negocios era menos notorio que al acercarse a la plaza misma. Gran parte del distrito comercial de la ciudad a lo largo de la principal arteria de Najaf central está destruida, las paredes de los negocios y las oficinas atravesadas por metralla, los puestos del mercado abierto de la ciudad destruidos o quemados. Y a través de los agujeros hechos en los muros al sur del cementerio Wadi al Salm se podía ver el daño que habían sufrido las tumbas con dos semanas de lucha. En la plaza Medan hubo dos breves disparos, probablemente de los hombres armados de Sadr, aunque un miliciano Mahdi con evidente autoridad sobre sus camaradas había advertido de disparos de francotiradores estadounidenses. En esta guerrilla urbana es imposible estar seguro. Las fuerzas de Estados Unidos parecían haberse acercado al reducto de la vieja ciudad de los insurgentes.
En el patio del santuario del siglo XI estaban los “escudos humanos” de Sadr. Los partidarios de la insurgencia, hasta ahora desarmados, han convergido de todos lados de Irak y la moral parece alta. Cantaban y tarareaban, burlándose del primer ministro Iyad Allawi, que horas más tarde repetía la amenaza de que las tropas se moverían si Sadr no se retira rápidamente.