EL MUNDO

Roma, ciudad al borde del estallido

La logística y la seguridad son una pesadilla en medio de los funerales más multitudinarios de la capital italiana.

Por O.G.
Desde Ciudad del Vaticano

“Estamos gestionando la incertidumbre”, dice Patrizia Cologi, la responsable de Protección Civil de la intendencia romana, mientras responde dos celulares a la vez, busca entre el tumulto a un colaborador extraviado, con los ojos perdidos de quien no duerme desde hace dos o tres noches. Son ya 11.000 los voluntarios que trabajan sin cesar para que la capital italiana reciba las inmensas multitudes del mundo entero que desde el sábado convergen sin pausa. “Es como organizar un Jubileo en 48 horas”, abre el paraguas el intendente romano Walter Veltroni.
Es tanto el temor de que la situación se desmadre que la Conferencia Episcopal Italiana ha pedido a los jóvenes que no vengan, que acompañen los funerales del Papa desde sus parroquias. Pero nadie escucha. Sólo un par de diócesis se suman a la iniciativa, mientras en el resto del país cada iglesia prepara un micro, dos, tres, se piden trenes especiales a los ferrocarriles estatales, se reservan lugares en los estadios, en los parques públicos, donde sea, para permitir a los peregrinos un lugar donde dormir en medio de lo que ya muchos definen en Roma como “los funerales más grandes de la historia” de la ciudad.
La Protección Civil juega todas sus cartas para impedir que el número de peregrinos se desborde y en la noche del lunes sugirió a los visitantes del interior de Italia que no vengan todos el mismo día, elaborando una lista de las regiones que, se sugiere, tendrían que llegar hoy y cuáles tendrían que hacerlo mañana. No hay modo de saber si el consejo será tenido en cuenta.
Por si fuera poco, la primavera se atrasa y por las noches cala el frío en la plaza, donde en la madrugada del martes más de 100.000 personas esperaron a que se reabrieran las puertas de la Basílica. “Tenemos que cerrar al menos un par de horas –se justifican las autoridades vaticanas– para un mínimo mantenimiento.” La Basílica sólo cierra entre las 4 y las 7 de la mañana.
A lo largo del inmenso corredor humano que puja por entrar vigilan 600 médicos, se han montado siete hospitales de campaña y 500 baños, mientras los fieles esperan una media de 8 o 9 horas antes de entrar a darle el último saludo a Juan Pablo II. Se distribuyen frazadas, té, bizcochos. El lunes se regalaron 70.000 botellas de agua mineral y hoy se calcula que llegarán a ser 150.000 cuando caiga otra noche implacable sobre San Pedro. El otro comandante supremo de la emergencia se llama Guido Bertolaso, jefe de la Protección Civil nacional, quien junto a Patrizia Cologi coordina el emergency room donde afluye toda la información en directo sobre lo que está ocurriendo en los cuatro puntos de la ciudad. Bertolaso tiene experiencia en disaster management, recuerda los dos millones de peregrinos que llegaron para el Jubileo del 2000 y alza la apuesta por segunda vez, en menos de tres días, superando la previsión de cuatro millones de visitantes (el domingo se hablaba de dos) hasta llegar a cinco. “Sólo un millón está llegando desde Polonia –afirma–. Y de aquí al viernes las cosas pueden empeorar.” Siempre pueden empeorar.
Bertolaso explica que “los planes los vamos cambiando hora a hora”, ya que es imposible seguir “instrucciones de manual” para afrontar un evento que nunca había ocurrido antes. “El viernes –avisa– será posible, como máximo, recibir a medio millón de personas.” ¿Y si son más? Habrá que improvisar, seguir trabajando, sumando voluntarios y esperar que la tranquilidad y la tristeza de la muchedumbre den una mano a los responsables del evento.
La intendencia romana también se moviliza. Hay 1000 bomberos en alerta, 5000 policías locales (que sumados al total de las fuerzas del orden en el terreno llegan a 10.000), se preparan enormes espacios de estacionamientos destinados a impedir que los micros que llegan de toda Europa creen zonas de embotellamiento gigante en la ciudad. Pero aun así no alcanza. El intendente Veltroni ha destinado ocho millones de euros a cubrir la emergencia, suspendió las clases el viernes (el día del funeral), rogó a los romanos que no usen el coche, dispuso que 4000 autobuses refuercen el transporte público de la ciudad, extendió los horarios del subte. “¿Qué más se puede hacer?”, se pregunta con desconsuelo un cansado voluntario encargado de asegurarse que las computadoras del emergency room no colapsen, provocando un desastre aún mayor.
La administración romana también predispuso servicios de micros gratuitos que parten en forma continua de Roma Termini, la principal estación ferroviaria de la ciudad que permanece abierta las 24 horas del día, con destino a Ciudad del Vaticano. Además de los trenes normales están llegando 56 convoyes especiales de toda Italia y se espera que la cifra se triplique el jueves en víspera del comienzo de los funerales.
En Tor Vergata, un hermoso parque en las afueras de la ciudad, la Protección Civil prepara a toda prisa 200.000 espacios para dormir en carpas, 6500 camas acogerán a los menos jóvenes dentro de espacios cubiertos, 8500 almohadas aliviarán las tensiones de los peregrinos, 11.000 sábanas tratarán de ofrecer un confort que, en vista de las multitudes en arribo, servirán para cubrir sólo una pequeña parte de la demanda.
Pero el problema que quita el sueño a los responsables de la organización del evento es la casi segura presencia de más de 200 jefes de Estado de todo el mundo que se harán presentes en San Pedro a partir del viernes a las 10 de la mañana. Las autoridades vaticanas han anunciado que no se permitirá el ingreso de guardias armadas a la plaza, provocando más de una incertidumbre a la administración Bush, que no oculta la preocupación ante la eventualidad de un atentado terrorista.
Los servicios secretos italianos dispondrán más de 250 guardias de civil a lo largo y ancho de las columnas diseñadas por Bernini y se espera a 1430 escoltas que se harán cargo de la seguridad de los potentes del mundo presente. Mientras tanto, el tráfico aéreo sobre la ciudad será cerrado, se preparan baterías de misiles antiaéreos en lugares abiertos, y un avión Awacs equipada con modernísima tecnología de vigilancia será enviado por la OTAN para sobrevolar el cielo romano mientras se desarrolle la ceremonia fúnebre.
Los tres aeropuertos de la ciudad serán destinados a recibir los vuelos de las autoridades mundiales que luego podrían trasladarse hasta el Vaticano a bordo de helicópteros blindados, según han dejado trascender las autoridades italianas. Si no bastasen, otros aeropuertos importantes, como el de Nápoles, serán utilizados para cubrir la emergencia.
Desde ayer por la tarde, las medidas de seguridad incluyen un rastrillaje intensivo en todos los hoteles, albergues y hospedajes de los nombres de las personas registradas, que vienen testeados por potentes computadoras dispuestas para la ocasión, munidas de una base de datos elaborada en conjunto por los servicios secretos de Estados Unidos y la Unión Europea. Las autoridades han llegado a pedir a los romanos que alquilan habitaciones privadas que hagan conocer el nombre y número de documento de sus eventuales huéspedes.
Como sostiene uno de los cansados agentes del orden italiano, “sólo nos queda rezar para que no suceda nada que empañe esta impresionante celebración”.

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La incesante caravana de fieles en la Basílica.
 
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