EL MUNDO › UNA CRIMINAL COHERENCIA DE MEDIO SIGLO
De suicidas y asesinos
Contra lo que Sharon pretende, el espantoso atentado de Rishon Letzion demuestra la ineficacia de su política. Dos meses de masacres contra población civil no han impedido que un suicida solitario volviera a subir una apuesta en la que ambos pueblos son víctimas.
Por Horacio Verbitsky
Para el primer ministro israelí Ariel Sharon el espantoso atentado del martes en un club en Rishon Letzion demuestra que es imposible discutir la paz con la Autoridad Palestina y su líder, Yaser Arafat, y justifica su campaña militar contra la población palestina, tan indiscriminada e inaceptable como los ataques explosivos contra la población israelí. Parece evidente lo contrario: dos meses de ataques sin restricciones, en la que se emplearon contra civiles desarmados tanques, aviones y armas pesadas, no han impedido que un solitario suicida palestino volviera a subir una apuesta en la que ambos pueblos son víctimas.
Pero mientras Arafat condena esos ataques, debidos a organizaciones que cuestionan su liderazgo, Sharon reivindica cada acto de su Ejército, rechaza las investigaciones dispuestas por las Naciones Unidas y promete nuevos golpes, para los que acaba de obtener el visto bueno del presidente de los Estados Unidos, George W. Bush. Sigue así una línea en la que persiste desde hace medio siglo. Su instrumento es el asesinato de civiles y su objetivo la expulsión de los palestinos de sus tierras. Las únicas fuentes que se citarán aquí para ejemplificarlo son israelíes, judías u occidentales.
Mujeres y chicos
En octubre de 1953 una mujer israelí y sus dos hijitos fueron asesinados mientras dormían, cerca de la frontera jordana. En represalia, los hombres de la unidad de inteligencia que conducía Sharon redujeron a escombros la aldea jordana de Qibya, según relata el historiador israelí Avi Shlaim. Entre las ruinas de las 45 casas destruidas se encontraron 69 cadáveres, dos tercios de ellos mujeres y chicos. El observador de las Naciones Unidas afirmó que “en todas las casas encontramos la misma historia: puertas astilladas a tiros, cuerpos desparramados en el umbral, indicando que los habitantes fueron forzados por los disparos a permanecer adentro hasta que sus casas cayeron sobre ellos”, demolidas con TNT. El Departamento de Estado de Estados Unidos expresó que los responsables debían rendir cuentas por sus crímenes y el entonces ministro de Relaciones Exteriores de Israel, Moshé Sharett, escribió en su diario privado: “Es una mancha indeleble que no podremos borrar durante muchos años”.
En su autobiografía, publicada en 1989, Sharon se jactó de haber demostrado con esa acción que “ya no sería posible derramar sangre judía con impunidad”. La nueva estrategia estrenada por Sharon consistió en sembrar el pánico entre los pobladores vecinos, con la pretensión de que ellos y los estados árabes en los que vivían se encargaran de contener a los autores de los atentados. “Esta estrategia estaba acompañada conscientemente del castigo colectivo y la muerte de inocentes”, escribió Sergio Rotbart en un site de la Organización Sionista Mundial. “Cada operativo de represalia enciende un nuevo mar de odio”, anotó Sharett en su diario. Sharon llevó esa doctrina al más absurdo extremo ahora, al sitiar a Arafat y al mismo tiempo exigirle que detuviera los atentados suicidas que ni el propio Ejército israelí es capaz de contener, porque en realidad los provoca con su desempeño.
Un libreto macabro
La atroz masacre del mes pasado en Jenin, donde una vez más las personas fueron sepultadas vivas bajo los escombros de sus casas, repite aquel libreto macabro e ineficaz por el que la prensa israelí llama a Sharon “La topadora”. Su otra especialidad es construir asentamientos judíos en tierras arrebatadas a los palestinos, con la explícita intención de crear hechos consumados. En su libro “Guerrero”, Sharon recuerda una reunión degabinete a principios de la década de 1970. Allí dijo que para controlar la zona en el futuro, debían “establecer una presencia judía ya. De otro modo, careceríamos de motivación para estar allí en momentos difíciles más adelante”. Entre 1977 y 1981, como ministro de Agricultura, impulsó la colonización. En mayo de 1990, fue designado ministro de Vivienda, y dispuso acelerar la construcción de asentamientos en Gaza. Su declarado propósito era establecer a dos millones de colonos judíos. Sólo llegó a la décima parte, pero esos 200.000 colonos están distribuidos de modo de interrumpir la contigüidad de los territorios palestinos. “Si están los asentamientos, no se creará un estado palestino”, había escrito. Desde que asumió el gobierno, en poco más de un año se crearon 34 nuevos asentamientos, cuya defensa es invocada para la comisión de todo tipo de atrocidades, que incluyen ataques contra médicos y ambulancias que intentan socorrer a las víctimas palestinas y a los periodistas que documentan los hechos.
El gran columnista norteamericano Anthony Lewis escribió el mes pasado en The New York Review of Books que esos asentamientos, cuya intercomunicación se asegura mediante una red de autopistas exclusivas para israelíes y cuya provisión de agua custodia el Ejército israelí, han dividido la Ribera Occidental en cantones separados por fuerzas militares y puestos de control armado.
Según la minuciosa enumeración de Ha’aretz Sharon siempre se opuso a cualquier acuerdo de paz, ya sea el tratado de 1979 con Egipto, el retiro de las tropas israelíes del sur del Líbano en 1985, la participación en la conferencia de paz en Madrid de 1991,o los acuerdos de Oslo de 1993, que ahora ha sepultado bajo sus tanques y topadoras.
La calle de las ruinas
En 1956, durante la campaña anglofrancesaisraelí para apoderarse del canal de Suez, los paracaidistas de Sharon masacraron a 273 prisioneros. El entonces jefe de compañía Arye Biro admitió haberle disparado a 49 aterrados trabajadores viales sudaneses dentro de una excavación en el estratégico paso de Mitla. “Uno huyó con heridas en el pecho y una pierna, pero volvió gateando porque tenía sed. Pronto se unió a sus compañeros.” Agregó que luego mataron a 56 soldados e irregulares egipcios que avanzaban en un camión. “Chorreaba sangre por cada agujero en la caja del camión.”
Luego de la guerra de 1967, Sharon quedó a cargo del Comando Sur y de la denominada pacificación de la franja de Gaza. En 1970, según el relato de Phil Reeves publicado en The London Independent, las tropas de Sharon penetraron en Beach Camp, “una villa miseria abigarrada de casitas bajas de dos habitaciones” y surcada por innumerables callejuelas. Las topadoras arrasaron centenares de casas y abrieron “una calle amplia y recta para que las tropas israelíes y sus blindados se movieran con comodidad a través del campo”. La calle se llamó Had’d, que quiere decir ruinas. Al año siguiente, las tropas de Sharon demolieron otras 2.000 viviendas en la franja de Gaza y deportaron a 16.000 personas.
Matar por deporte
En octubre de 2001 la revista norteamericana Harper’s publicó el “Diario de Gaza” del periodista Chris Hedges. El 7 de junio de ese año, estaba en el campo de refugiados Khan Yunis, “al borde de las dunas, derrotado por el calor, la arena, la multitud en movimiento, el olor de las cloacas al aire libre y de la basura en putrefacción”. Los hombres en sus largas túnicas grises fumaban, los chicos descalzos jugaban con gastadas pelotas de fútbol y bolas de papel. “La inmovilidad es total. El campo espera, como si contuviera el aliento. De pronto, desde el aire seco y ardiente, una voz descarnada crepita en un altoparlante. –Vengan, perros. ¿Dónde están todos los perros de Khan Yunis? Vengan, vengan retumba la voz, en árabe.
“Me paro y salgo de la choza. La invectiva continúa:
–Hijo de puta. La concha de tu madre.
“Los chicos trepan por las dunas hasta el alambre electrificado que separa el campo del asentamiento judío. Desde allí arrojan piedras hacia dos jeeps artillados. Tres ambulancias se alinean en el camino debajo de las dunas, en previsión de lo que está por suceder. Explota una granada. Los chicos, la mayoría de no más de diez u once años, se dispersan. Corren con torpeza por la arena hasta quedar fuera de la vista, detrás de una duna, frente a mí. No se escuchan los disparos. Los soldados usan silenciadores. Las balas de los rifles M16 atraviesan de lado a lado los magros cuerpos de los pibes. Más tarde, en el hospital, veré la destrucción: los estómagos destripados, los orificios en piernas y torsos”. En otros conflictos que cubrí, agrega Hedges, también mataban chicos. “Pero nunca antes había visto a soldados atraer a los chicos como ratones a una trampa y matarlos por deporte.”
Mínima y máxima
El periodista, pacifista y ex diputado israelí Uri Avnery describió los objetivos de mínima y de máxima de Sharon. De mínima, “encerrar a los palestinos en diversos enclaves, cada uno rodeado por asentamientos, autopistas y unidades del Ejército. En esas grandes prisiones, se permitiría a los palestinos ‘manejar sus propios asuntos’, ofrecer mano de obra barata y un mercado cautivo”. De máxima, “explotar una situación de guerra o una crisis mundial para expulsar del país a todos los palestinos, incluso aquellos que son ciudadanos israelíes”. Según Avnery, el presunto objetivo de “destruir la infraestructura del terrorismo” es sólo un slogan para unir al pueblo israelí, espantado por los atentados suicidas, y para montarse en la denominada “guerra contra el terrorismo” de Bush. Su verdadero objetivo es quebrar la columna vertebral del pueblo palestino, convertirlo en una piltrafa, aplastar sus instituciones, dice.
Avnery desafió la prohibición oficial e ingresó subrepticiamente a Ramallah. Frente al ministerio de Educación había un rosedal. “Había, porque un tanque le pasó por encima, sin razón aparente, y apenas dejó un rosal florecido, sólo para darles una lección. Las computadoras fueron arrancadas y arrojadas al piso, la caja fuerte volada y el dinero que contenía robado, los papeles desparramados por el piso, los cajones vaciados, los teléfonos aplastados, los muebles puestos patas arriba.” El verdadero objetivo de este vandalismo “aparece claro. Los discos duros de las computadoras y todos los archivos de importancia fueron retirados: las listas de alumnos y de profesores, los resultados de sus exámenes, toda la logística del sistema educativo palestino. El ministerio de Salud sufrió el mismo destino. Se llevaron los discos duros que contenían toda la información, el estado de las enfermedades, los análisis clínicos, las listas de médicos y enfermeras. Esto ocurrió con casi todas las oficinas del gobierno palestino. Desapareció el catastro de la propiedad rural y urbana, los registros impositivos y de los gastos gubernamentales, los exámenes y las licencias de conducir, todo lo necesario para administrar una sociedad moderna”. Avnery reflexiona que “el verdadero propósito es destruir no sólo la Autoridad Palestina sino la propia sociedad palestina, hacerla retroceder de un golpe, de la etapa de un estado moderno en construcción a la sociedad primitiva del tiempo de la dominación turca”. Concluye este admirable intelectual, el primero en desafiar hace décadas la prohibición de reunirse con Arafat: “Caminé junto con un grupo de pacifistas israelíes desde la fosa colectiva en la playa de estacionamiento del hospital hasta las [entonces] sitiadas oficinas de Arafat. Llevábamos carteles en hebreo y encontramos mucha simpatía y ni ungesto de hostilidad. Aun en esta circunstancia, los palestinos conocen la diferencia entre el campo pacifista israelí y los responsables de este brutal ataque. En esto reside, tal vez, el único resplandor de esperanza”.