EL MUNDO › OPINION
La gran ruleta iraquí
Por Claudio Uriarte
De algún modo, la concesión del Premio Nobel de la Paz a Mohamed El Baradei, presidente de la Agencia Internacional de Energía Atómica, la denuncia de Tony Blair contra las intromisiones de Irán en las actividades insurgentes en Irak y el enérgico discurso de reafirmación de la presencia estadounidense en Irak por George W. Bush esta semana convergen para señalar la dirección de mediano plazo de los acontecimientos. Por cierto, el eje inmediato es el referéndum constitucional que los iraquíes mantendrán el sábado próximo, en que es posible que el “sí” a la Carta Magna impulsado por Estados Unidos y por la mayoría chiíta de Irak se imponga, por la simple razón de que la mayoría es la mayoría, y en un referéndum (aunque ocurra en un país ocupado) la mayoría tiende a imponerse. Pero la aprobación de una Constitución que favorece a los chiítas, si bien puede impulsar y legitimar el reclutamiento y capacitación militar internos para que los iraquíes se hagan cargo de la guerrilla iraquí, lleva consigo también el peligro de la entrada plena de Irán, única potencia mayoritariamente chiíta de la zona, en el centro del campo de batalla político-militar. Irán, señalado como fuente principal del terrorismo y ampliamente sospechado de buscar armamentos nucleares, podría hacer pie firme dentro de un país que históricamente le fue hostil, y que además alberga la segunda reserva petrolera del mundo.
En este sentido, es posible que Irak pase a ser la amenaza detrás de la cual aceche otra amenazas más grande. La concesión del Nobel a El Baradei, ampliamente vista como un aplauso de la Academia Sueca a su oposición a la invasión estadounidense de Irak en 2003, ocurre cuando el funcionario está apuntando crecientemente sus recursos diplomáticos y políticos contra Irán, cuyo desafío nuclear parece bastante más serio que el simple chantaje económico ejercido por Corea del Norte. Similarmente, es llamativo que Tony Blair haya elegido esta semana para alzar el tono de su retórica contra Irán, acusando a la República Islámica de suministrar nuevos explosivos de alto poder a la insurgencia. Al mismo tiempo se produjo el discurso de 40 minutos de Bush. Su mensaje principal: Irak es hoy el frente central de la guerra contra el terror. De estas señales y declaraciones puede deducirse una recomposición (o un intento de recomposición) de la configuración ofensiva de Estados Unidos y su aliado británico sobre el terreno. Es lo único que pueden hacer, porque, como señaló Bush, un retiro de las fuerzas angloamericanas dejaría a Al Qaida y a Abu Musab al Zarqawi en control del país (lo que Bush no dijo es que, antes de la invasión estadounidense, Al Qaida y Al Zarqawi prácticamente no tenían entidad en Irak). Por lo tanto, el horizonte previsible sugiere más y no menos combates, más y no menos violencia, más y no menos represión, hacia, durante y después del referéndum del sábado.
Dentro de esto, se ha hablado cada vez más persistentemente del fantasma de una guerra civil, Pero, ¿de qué se habla cuando se habla de una guerra civil? Una guerra civil ocurre cuando el ejército unido de un país unido se resquebraja de arriba a abajo en proporciones más o menos equivalentes, reflejando la polarización de la sociedad y dotando de armas a sus civiles. Irak no es un país unido ni tiene un ejército unido. No hay dos bandos claramente delimitados, sino tres, o cuatro, o cinco. El agujero negro de la situación parece ser el territorio comprendido dentro del triángulo sunnita central, cuyo intermitente carácter de “zona liberada” parece haber servido como base de acción para Abu Musab al Zarqawi y su organización Al Qaida en Irak. Pero Al Zarqawi y Al Qaida, por medio de sus reiterados y masivos ataques a civiles chiítas inocentes, y del carácter excluyentemente fundamentalista de su discurso, han volado por los aires la posibilidad de un frente sólido nacionalista de resistencia antinorteamericana (si alguna vez existió esa posibilidad). Y en la guerra, como en las consultas electorales, las mayorías pesan. Los chiítas han aguantado a pie firme las provocaciones sangrientas de Al Zarqawi, sabiendo que, “algún día, todo esto será nuestro”.
Ese día parece aproximarse a medida que se acerca el referéndum del sábado 15. Por cierto, los chiítas de Irak no son necesariamente peones del régimen de Teherán, pero la complicidad iraní (y siria) con distintas facciones de la insurgencia está comprobada. Irak es hoy una enorme y sangrienta ruleta donde cada actor local ha puesto sus fichas en distintas facciones de combatientes. Por las menciones de Bush a Irán y Siria en su mensaje del jueves, es improbable que el actor principal no esté preparando contramedidas.