Domingo, 26 de marzo de 2006 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Claudio Uriarte
El antisemitismo vuelve a estar de moda (aunque algún cínico podría preguntar si alguna vez dejó de estarlo). En Europa, parece tener el encanto de lo prohibido-permitido, como los resplandores equívocos de un tornasol que una vez sugiriera una cosa, y la próxima, otra. En otras palabras, el antisemitismo se ha vuelto sexy. Pero la corriente excede con mucho a casos puntuales como el del historiador David Irving, o de los pintorescos (y ultraminoritarios) partidos neonazis. Estos casos son solamente el “bajo clero” (para usar una expresión de Marx) de una corriente que también tiene su burguesía consolidada, sus actuales y ex primeros ministros, sus premios Nobel y sus intelectuales. Personalidades que uno normalmente imaginaría asociadas a la defensa de la democracia, los derechos humanos y la igualdad de la mujer parecen cambiar de nociones y caer en el relativismo cultural y en el romanticismo exótico cuando la discusión llega a su verdadero punto de destino: Medio Oriente. En este punto, Irving y sus vergonzantes seguidores “políticamente correctos” se encuentran. Porque, si es cierto que el Holocausto fue un mito, ¿por qué debería defenderse el derecho de Israel a existir?
El nuevo antisemitismo, que se sublima a través de la reivindicación (inobjetable) del derecho de los palestinos a tener su Estado (pero no del de los judíos), coincide con un momento particularmente frágil en la región. En enero hubo elecciones en los territorios palestinos, que fueron ganadas (aunque no abrumadoramente) por el movimiento fundamentalista islámico Hamas, que propone abiertamente la destrucción del Estado de Israel. El año pasado, había llegado a la presidencia iraní Mahmud Ahmadineyad, que inmediatamente después de su triunfo también dijo que el Holocausto era un “mito” y llamó consecuentemente a “borrar a Israel del mapa”. Hamas no puede destruir a Israel, pero Irán, que se sienta sobre algunas de las reservas de petróleo y gas más grandes del mundo, está embarcado en un programa nuclear que no puede tener otro fin que el militar. Israel y Estados Unidos reaccionaron al triunfo de Hamas cortando la ayuda y los contactos con la Autoridad Palestina, pero un Irán boyante en las ganancias derivadas de los altos precios del petróleo rápidamente hizo saber que estaba listo a cubrir el vacío. Las alarmantes conexiones entre un fenómeno y otro trataron de ser oscurecidas por una lluvia de ensayismo apaciguador, en el sentido de que Ahmadineyad dijo lo que dijo por puras razones de política interna, y de que Hamas finalmente va a sentarse a negociar. 67 años atrás, los racionalizadores del Pacto de Munich decían cosas muy parecidas con respecto a Hitler.
En este contexto, una Israel cuyo único aliado internacional serio es Estados Unidos va a las urnas la semana próxima con un pronóstico que parece cantado: el triunfo de Kadima, el partido centrista fundado por el desaparecido Ariel Sharon, y posiblemente un alza en las bancas del laborismo. Es irónico que las críticas a Israel como “Estado expansionista” continúen cuando el Estado judío, después de haberse retirado de la península del Sinaí, de Jordania, del Líbano y más recientemente de la Franja de Gaza, se acerca a desmantelar sus colonias más lejanas de Cisjordania. Pero en este punto, el primer ministro Ehud Olmert ha sido terminante: cumplirá con el “plan de desconexión”, a rajatabla, y pedirá a todos los partidos que quieran sumarse a su coalición una declaración firmada comprometiéndose a apoyarlo en ese repliegue.
Por cierto, esto no significa la paz; a lo sumo, es una tregua amurallada. El lado palestino, que en 2000 rechazó la oportunidad de tener un Estado en Gaza, el 95 por ciento de Cisjordania (más un 5 por ciento compensatorio en lo que hoy es Israel), y Jerusalén oriental, sigue insistiendo en su reivindicación de un Estado “desde el río (Jordán) hasta el mar (Mediterráneo)”, es decir sin Israel en el medio. Los últimos acontecimientos políticos en Irán y los territorios palestinos no pueden sino reforzar esa tendencia. Israel se retira de las posiciones de las que se retira porque son indefendibles, pero lo cierto es que el contenido de fondo de las reivindicaciones de sus enemigos es el antisemitismo: no por nada el Gran Mufti de Jerusalén, primer líder de los palestinos, terminó sus días en la Alemania nazi (ciertamente antes de la fundación de Israel), radiando consignas antijudías a ser propaladas en el mundo árabe.
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